Una vida protestando

Martín Sagrera, el 'pancartero' de España: "Este pueblo no se mueve"

Los carteles de protesta de este sociólogo jubilado han poblado durante décadas centenares de manifestaciones, desde las marchas más pequeñas a las movilizaciones más importantes de la historia reciente de España

Martín Sagrera, en su casa de Madrid.

Martín Sagrera, en su casa de Madrid. / A.R.

Es todavía lunes, pero Martín Sagrera, sociólogo jubilado de 87 años, ya tiene todo preparado para la manifestación del domingo. Ese día, una marcha a favor de la sanidad pública aspira a llenar el centro de Madrid y él, como lleva haciendo desde hace décadas en miles de protestas, acudirá para repartir gratuitamente las pequeñas pancartas que confecciona en su casa. Son sencillas: un fino palo de madera, una hoja Din A3 o Din A4 y un lema, una frase, a veces una sola palabra: "Tienen que ser pocas, hay que sintetizar".

A pesar de su aspecto endeble, sus carteles han alzado la voz para defender multitud de causas: las luchas contra las dictaduras, las guerras, el terrorismo o la violencia de género, o la defensa de los derechos humanos, el ecologismo, las pensiones, la vivienda digna, la sanidad y los derechos LGTBI. Su lista de lemas es interminable: "Malos Gobiernos dividen los pueblos", "Pan y techo, a justo precio", "Más sanitarios, muy necesarios", "Gay, ok", "Carne, veneno"… Sus mensajes ensartados en varillas atraviesan buena parte de la historia reciente de España. Del 23-F a las marchas contra ETA, del 11-M al 15-M, Martín siempre estuvo allí

Pancartas de Martín Sagrera, en un marcha por el Primero de Mayo.

Pancartas de Martín Sagrera, en un marcha por el Primero de Mayo. / EFE

Es, como él mismo asume en su propia página web, el "mayor pancartero de España". "Y quizás, internacional", añade. "El otro día hicimos cuatro manifestaciones, en una mañana de sábado. Fue un récord", se enorgullece. Para él, su labor sigue siendo necesaria en un país del que considera que no sale a la calle lo suficiente. Y contrapone los ejemplos de Francia o Portugal. "Nos nos movilizamos, y cada vez menos. La ley mordaza hizo mucho daño, aunque ya sucedía antes. Este pueblo no se mueve, la gente es muy pasiva. Por eso cada vez se ven más mis pancartas, porque cada día hay menos gente", admite con pesar. "¡Hay que protestar, coño!", exclama.

La factoría de pancartas radica en su propio domicilio, un ático donde se amontonan las herramientas de protesta junto a las estanterías con libros. "Tengo siete cuartos de archivo y dos más a medias, y en un sotanillo cercano guardo más cosas", abunda. Una terraza ahora cerrada hace las veces de almacén principal. Por todas partes hay cajas que guardan pancartas de las manifestaciones por venir, pero también de antiguas reivindicaciones, muchas listas para volver a ver la luz, si es necesario. En una esquina hay un "OUI" en letras grandes. "Esa es de una manifestación en Marsella contra la ultraderecha", aclara. El espacio está inflamado por mensajes reivindicativos y por la luz de un tibio sol de invierno que le recuerda que las tardes ya son más largas.

Pancartas en la vivienda de Martín, listas para repartir en la próxima manifestación.

Pancartas en la vivienda de Martín, listas para repartir en la próxima manifestación. / A.R.

Martín no imprime los lemas en su casa. Para eso recurre a una copistería cercana. Lo que sí hace él con algún amigo o colaborador es pegar los papeles con adhesivos y grapas en los palos, que pide por internet en grandes cantidades. Los días de manifestación, carga con las pancartas en su coche y se planta en el centro de Madrid para repartirlas. En las grandes marchas, puede llegar a entregar centenares. 

El coste por cartel no es muy elevado, pero las proporciones casi industriales de algunas de sus tiradas elevan los gastos. Como no cobra por ellas, a Martín le preguntan a veces cómo las paga, y él aclara que puede permitírselo gracias a la herencia de uno de sus abuelos

Pero en el taller 'pancartero' hay otro trabajo: el intelectual. Un buen lema resulta fundamental. "Si uno tiene un cartelito pequeño tiene que decir muy pocas palabras y muy claras", explica. La clave es "sintetizar y sintetizar". Y Martín esto lo aprendió en los evangelios y en los refranes: "A mí siempre me han gustado los evangelios, primero, y después, los refranes. Hay un proverbio que dice: ‘Los refranes son evangelios chiquititos'. Porque resumen muy bien los temas. He leído refranes desde pequeño. Y eso me ha ayudado a sintetizar".

Las pancartas de protestas pasadas se amontonan en la casa de Martín Sagrera.

Las pancartas de protestas pasadas se amontonan en la casa de Martín Sagrera. / A.R.

De la vida académica a la protesta

Martín va ya para los 88 años, "un número capicúa", asume como catalán de Palafrugell (Girona), aunque creció en Andalucía, como delata su acento, antes de que el franquismo le "echara" de España. "Iba para curra, que era lo que se estilaba. Entonces, fui a estudiar a Roma, que es donde se hacen los obispos", admite. Pero aquello se torció y recaló en París, donde se doctoró el Filosofía, aunque estudió también Historia de las Religiones, Sociología y Demografía.

Después, se trasladó a América Latina, donde vivió 15 años. Allí acabó de madurar su activismo, mientras desarrollaba su labor como investigador y docente en diferentes universidades. De sus visitas a Estados Unidos había quedado impresionado por los manifestantes que salían a protestar solos, con la única compañía de sus propias pancartas. Y pronto tomó el ejemplo. En 1959, cuando estaba en Puerto Rico, alarmado por la visita del presidente estadounidense Ike Eisenhower a España, creó su primer cartel de protesta y se echó a la calle con su lema: "Descolonicemos Puerto Rico y España política y sexualmente". "Entonces era jovencito, y más indignado que ahora", bromea.

Martín Sagrera, en 1959 en Puerto Rico, su primera protesta con pancarta.

Martín Sagrera, en 1959 en Puerto Rico, en su primera protesta con pancarta, en la portada de una de sus publicaciones. / Martín Sagrera

La sexualidad, la religión, la demografía o el racismo han sido objeto de gran parte de sus investigaciones, plasmadas en algunos de los más de veinte libros que ha publicado.

A su regreso a España, tras la muerte de Franco, se trajo el activismo en la maleta, aunque también muchas dudas. "¿Para qué voy a volver si esto no ha cambiado?", pensaba entonces. Decidió instalarse en Madrid, para "no molestar" a su familia, repartida entre Barcelona y Sevilla. La capital, epicentro y amplificador de las protestas en España, le serviría como plataforma de sus reivindicaciones para todo el país.

El activismo lo compatibilizó solo durante un breve tiempo con la militancia política. "No soy de ningún partido, pero cuando volví a España pensé ‘tengo que casarme con el país, después de tantos años’, y entonces decidí meterme en el PSOE", expone. No ocupó cargos de responsabilidad y enseguida renunció. "Los partidos tienen algo de iglesia y yo soy una persona crítica, analítica, intelectual en el peor de los sentidos. Además, la política es durísima", reconoce.

Carteles de Martín Sagrera en una manifestación contra la violencia de género.

Carteles de Martín Sagrera en una manifestación contra la violencia de género. / EFE

El intento de golpe del 23-F

Después de su regreso a España, el 23-F le dejó claro que el pasado más oscuro seguía al acecho. Ateo "gracias a Dios", pese a su primera vocación, recuerda el día del golpe y cómo se sumó a las protestas para defender la democracia frente a los titubeos que apreciaba en la Iglesia. "Aquellos días estaban reunidos los obispos en Madrid, y hasta la mañana siguiente no dieron el ‘no’ al golpe. Esperaron a que pasara. Ese día yo no había hecho carteles, sino un manifiesto que se titulaba 'El golpe y los obispos', que encargué imprimir en una fotocopiadora ciclostil", rememora. Cuando aún faltaban algunos meses para que el primer Gobierno de la democracia aprobase la ley del divorcio, contó con una ayuda inesperada en su protesta contra la jerarquía eclesiástica. "El que me los hizo, como se quería divorciar, me ayudó a repartirlos", evoca con una sonrisa.

Poco más tarde estallaron las protestas contra el ingreso de España en la OTAN, de las que aún conserva algunos carteles, aunque hoy ya no comparte esas posiciones: "La cantidad de miles de pancartas que hice contra la OTAN... Pero era en otras circunstancias. Ahora, teniendo la guerra en Europa y como estamos... Quedan cuatro que están en contra". 

La guerra de Ucrania y la "escasa" movilización contra la invasión rusa constituye precisamente uno de los asuntos que más le preocupan ahora. Si en España había alguien concienciado por la deriva autoritaria de Vladímir Putin mucho antes de la agresión militar a su país vecino, ese era Martín. Cuando el presidente ruso visitó España en 2006, él salió a protestar con su pancarta: "Ruín con Putín. Libertad de expresión. Disidentes a prisión".

Del 11-M al 14-M

Con emoción y dolor recuerda, igualmente, el 11 de marzo de 2004, el día en el que Madrid se estremeció bajo el golpe del terrorismo islamista. Y también las jornadas de conmoción que se sucedieron después, hasta las elecciones generales del 14-M. El día 12, como centenares de miles de madrileños, acudió a la marcha de repulsa. Lo hizo con pancartas que proclamaban un simple pero rotundo "No". Algunas ya las tenía, pero las salpicó con tinta roja para enfatizar el horror de la barbarie yihadista. "Cuando salimos, estaba el pueblo en marcha, no se podía llegar al lugar de la manifestación, nunca ha habido una manifestación así", atestigua. 

Sin embargo, el escenario trasmutó pronto del duelo por las víctimas a la disputa política, agitada por la gestión del Gobierno de José María Aznar, que insistió en señalar a ETA cuando los primeros indicios apuntaban ya a una autoría islamista. El sábado día 13, en la jornada de reflexión, miles de personas se movilizaron para protestar contra el Ejecutivo. Un amigo le contó a Martín que se había organizado una concentración frente a la sede del PP. Entonces, no lo dudó: "Me acordé de que tenía las pancartas con la palabra 'PAZ' por la guerra de Irak y empecé a sacarlas. Llamé a otro amigo muy implicado en el 'No a la guerra'. Él y su hijo tenían, a su vez, más pancartas. Las llevamos allí, las repartimos y volví a por más. Fue impresionante". 

Martín cree que su papel contribuyó a que todo se desarrollase de forma pacífica pese al ambiente de tensión: "Un tío con un cartel de 'PAZ' no iba a ponerse a tirar piedras. Y un policía no iba a cargar contra alguien que llevaba un cartel de 'PAZ'", razona. Pero el impacto mediático era inevitable. "Al día siguiente, había periódicos que tenían dos páginas con las imágenes de la gente frente a la sede del PP pidiendo paz con las pancartas–revive– y eso yo creo que influyó". 

El 14-M, contra el pronóstico de las encuestas, el PSOE ganó las elecciones. Envuelto en los acontecimientos, Martín se vio convertido en protagonista y no pudo evitar resultar señalado. "La derecha le echó la culpa a los socialistas. Decían que lo tenían preparado. Yo salí en los periódicos y algunos me acusaron de eso. Pero aquello no era una cosa que hubiera montado el PSOE", defiende. Y va más allá: "Fue una casualidad, fue bonito y creo que ayudó al país; no digo ya a un partido, sino que ayudó a que el país no se dividiese más".

Las protestas contra ETA y el 15-M

Las manifestaciones contra ETA encarnaron también, durante años, la respuesta de dignidad de la sociedad frente a la crueldad del terrorismo de la banda, otro largo y oscuro episodio de la historia de España. "Fue una de las cosas que ha desgraciado este país, porque se perdieron muchas libertades", lamenta aún hoy Martín, que calcula que llegó a participar en "unas 80 o 90 manifestaciones". No solo en Madrid, sino también en el País Vasco y otros puntos de España. Sus pancartas con el lema "ETA No" se convirtieron en uno de los iconos de la lucha contra el terror. Desde hace más de una década, por suerte, no ha tenido que volver con ellas a la calle. 

Martín se sumó igualmente a las protestas del 15-M. Entonces sí vio brotar una movilización muy cercana a su forma de ver las cosas. En las concentraciones de los indignados participó desde el primer día. "Aquello era de locura. Había manifestaciones diarias. Nunca ha habido esa efervescencia", añora. Al final, sin embargo, acabó distanciándose, algo desencantado y "triste" porque "en España no sabemos organizarnos".

Pero ni los libros ni la manifestaciones han sido suficientes para saciar su afán reivindicativo. Según cuenta, a lo largo de su vida ha llegado a repartir 20 millones de documentos, que ha enviado en ocasiones por vía postal a decenas de países –"en Correos me miraban desesperados"–. Además, sigue mandando cartas a la prensa, otro de sus canales preferidos. Ha escrito "unas 8.000". Y cuando no hay manifestación que recoja sus demandas, la monta él mismo. Es lo que llama "monomanifestación".

Después del domingo, revisará el calendario de protestas, como hace siempre, con la información de la Delegación del Gobierno o en canales de Telegram, en busca de otra oportunidad para defender las causas que considera justas. A Martín le siguen sobrando los motivos para salir a la calle.