‘Atrapada’ por El Hierro

La pediatra María Teresa Cotonat lleva casi 23 años de servicio en la Isla | Tomó esa decisión en medio de un atasco en Madrid

María Teresa Cotonat Vives (1955, Sort / Lleida).

María Teresa Cotonat Vives (1955, Sort / Lleida). / E.D.

Veintitrés años después la pregunta sigue viva en la cabeza de María Teresa: ¿Quién atrapó a quién? ¿Fue El Hierro quien cautivó a la médico catalana o la pediatra, galardonada con la Cruz Sencilla de la Orden Civil de Sanidad, quien se enamoró de los encantos de la Isla del Meridiano?

Nació hace 67 años en Sort, municipio ilerdense que hasta que se cruzó en su camino la gasolinera de La Chasnera (Granadilla de Abona) acaparó un sinfín de artículos periodísticos por el manantial de millones que repartía con asiduidad la administración de La Bruja de Oro en todo tipo de juegos de azar. En realidad, María Teresa Cotonat Vives (1955) solo vivió ocho años en Sort, es decir, que ha pasado más tiempo en El Hierro que en la localidad catalana en la que se afianzaron los cimientos de una familia a la que hay que sumar un hermano. Esas son las raíces de una pediatra que acaba de ser reconocida con la Cruz Sencilla de la Orden Civil Sanitaria, un homenaje que fue presidido por la ministra del área, Carolina Darias; el presidente autonómico, Ángel Víctor Torres, y el consejero regional Blas Trujillo. «Fue algo inesperado, pero emocionante», resume la médico sobre un acto organizado para premiar su entrega durante los casi 23 años que lleva ejerciendo la medicina en la Isla del Meridiano.

Estaba «quemada» en Madrid

María Teresa sabe lo que es alejarse de sus orígenes desde que era niña [parte de la EGB y COU la cursó en Seo de Urgel, estudió Medicina en Barcelona y se especializó en Madrid], pero la decisión más importante de su vida la tomó en medio de un atasco en Madrid. Alguien le contó que había una plaza disponible en El Hierro, presentó la documentación casi por inercia y recibió una respuesta afirmativa que debía confirmar en dos semanas. «Se me vino el mundo encima», revive sobre los últimos días de febrero de 2000. «Mi madre me dijo si estaba segura, pero la pobre no insistió más», añadiendo que «mi hermano tiene un pánico horroroso a los aviones, con lo que si quería venir de verme tendría que estar varios días embarcado», subraya sin obviar el motivo principal que le trajo al extremo más occidental del territorio español. «Estaba quemada de tantos atascos, de los problemas para aparcar, de no llegar nunca a tiempo a nada [Cotonat Vives alternaba tres trabajos en Madrid, uno de ellos en la Fundación Jiménez Díaz en una investigación asociada con el hígado, y estaba tentando un cambio] y la decisión final llegó en medio de un embotellamiento: me voy a El Hierro», abrevia respecto a las vísperas de su primer desembarco en suelo herreño: el 13 de marzo de 2000.

Con El Hierro no hay medias verdades, o lo quieres para siempre o sales corriendo

María Teresa desconocía el grado de aridez que tenía la aventura que estaba a punto de abordar, pero era plenamente consciente de las dificultades que se iba a encontrar. «La primera vez que vi la calle en la que me iba a alojar, estrecha y casi sin un final, pensé «¡Ay Dios, dónde me he metido!». Empezó a trabajar en el antiguo hospital de la Isla y enseguida se dio cuenta de que aquello no tenía nada que ver con lo que había vivido con anterioridad. «Con El Hierro no hay medias verdades, o lo quieres para siempre o sales corriendo... Yo me quedé». La pediatra afrontó el desafío laboral en soledad [no está casada], aunque pronto llegaron refuerzos.

He aprendido a amar a la Isla sin condiciones hasta el punto de no cambiarla por nada

Casi al mismo tiempo que ella, a la Isla llegaron un anestesista y un experto en análisis clínicos. «Empezamos a construir un equipo que funcionaba bien y mi fortuna fue encontrar siempre una estrecha colaboración con los compañeros de La Candelaria, que era el hospital de referencia». Y es que además de las labores habituales en el día a día de un hospital, Cotonat Vives se implicó en tareas de migración entre los años 2006 y 2009. «Iba sin que nadie me tuviera que llamar y me gustaba ser útil, no el drama que se vivía a pie de patera», aclara segundos antes de justificar por qué decidió dar un paso al costado. «Me aparté en cuanto se empezó a pagar por cubrir esos servicios humanitarios y la gente veía aquello como una especie de obligación, pero todos saben que siempre estoy dispuesta a ayudar desde mi faceta sanitaria», apuntala un ser que, ahora sí, acabó atrapada por los encantos naturales de un territorio que «secuestró» su corazón.

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«Candela lo pasó peor que yo», responde sin titubear María Teresa en un intento por buscar una conexión ficticia con Candela, la seria jueza que el director Jorge Coira colocó al frente del reparto de la serie Hierro. «He aprendido a amar a la Isla sin condiciones hasta el punto de no cambiarla por nada», confiesa una catalana que se siente herreña. «A Madrid no creo que vuelva, lo de Cataluña lo he descartado y el único sitio que me llama la atención es Málaga, porque allí vive una buena amiga, pero si me pregunta si me voy a quedar, la respuesta es sí. Esta es mi casa», comenta con orgullo, y «casi todo el mundo tiene mi móvil. Es un lugar pequeño, aunque familiar», dice. | E.D.

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