Sukeina Ndiaye reside en Tenerife desde hace 23 años y es una figura clave del activismo por los derechos de las mujeres saharauis. Nacida en el Sáhara Occidental cuando aún estaba bajo dominio español, vivió casi 20 años en un campamento de personas refugiadas en Argelia.

Actualmente es la presidenta de la Asociación por la Libertad del Pueblo Saharaui en Canarias y de la Red Migrante Tenerife, y su lema Las personas no somos mercancía marca las líneas de actuación de su lucha por la libertad del Sáhara. Entre sus muchos títulos como referente social, destaca su figura como representante de las mujeres saharauis en Tenerife, coordinadora de la Asociación de Mujeres Africanas en la isla, y su papel clave en el Grupo Contra la Violencia de Género.

Migrar implica dejar atrás toda una vida y empezar desde cero en un nuevo destino. ¿Qué obstáculos añadidos encuentran las mujeres a la hora de migrar que los hombres no tienen que afrontar?

No hay punto de comparación, son completamente diferentes. Nosotras por ser mujeres, independientemente de dónde venimos y cómo somos, siempre hemos tenido mayor vulnerabilidad y más obstáculos. En el caso de las migrantes, lo tenemos el triple de difícil: dejamos a nuestros hijos atrás, tenemos la barrera del idioma, la barrera social, nuestra condición de género… Todo son dificultades. Cuando un hombre emigra, llega a su destino y se puede cobijar en cualquier parte. Si una persona le ofrece pasar la noche en su casa un hombre que vive en la calle, este acepta sin problema. Si un hombre ofrece a una mujer pasar la noche en su casa, esta se lo piensa dos veces por miedo a no saber quién es y a lo que le pueda pasar. Pero sus problemas empiezan antes incluso de salir de su país de origen. Suelen llegar en una patera en la cual el jefe se aprovecha. Muchas veces las mafias las engañan, prometiendo una vida mejor y un trabajo cuando lleguen al destino; pero acaban prostituidas, traficadas y sometidas. La violencia que viven en el camino es infinita, y se callan por miedo. Los hombres también se integran mejor en la sociedad, ya que pueden trabajar en todos los campos desde que tengan ocasión. Con las mujeres eso no pasa. Si los techos de cristal existen para las mujeres locales, imagina para las migrantes. La cultura choca, el idioma choca, hasta la ropa choca, todo es un impedimento. Cuando llegan a un nuevo país, tampoco están a salvo en los centros de acogida. Siguen siendo vulnerables a las mafias y maltratadores, que se hacen pasar por sus maridos y familiares para captarlas. Nuestro sistema personal consiste en hablar con el hombre y la mujer por separado, y hasta que no nos aseguremos al 100% de que todo está en orden, no les dejamos que se vean. Gracias a esto hemos descubierto muchas víctimas, o mujeres que están escondiéndose y huyen de sus agresores. Si los centros no conocen este sistema, pueden poner en riesgo a esas mujeres porque están descubriendo su paradero.

¿Qué tipos de violencias combaten las mujeres en el proceso de migración y cuando llegan a su destino?

Violencia física, de género, sexual, asesinato, malos tratos, las mafias… Cuando te hablan de lo que han vivido, se te ponen los pelos de punta. Cuando llegan aquí están “seguras” mientras estén en Cruz Roja y centros de acogida; pero si salen no tienen ninguna protección. A lo mejor vienen de manera independiente y las mafias las captan cuando llegan aquí, pero eso ellas tampoco lo saben. Incluso el desconocimiento y los prejuicios se convierten en violencia. Represento a muchos colectivos, y me niego a sufrir discriminación por ello, y la he vivido en mi propia piel mil veces. Si una persona me insulta en redes sociales, no hago ni caso, pero cuando una persona supuestamente cualificada me desvalora, ahí siempre salto. Si yo visto así es porque quiero eliminar los prejuicios de la mujer árabe y africana, no merezco menos derechos y menos respeto por llevar un manto que por llevar traje de chaqueta. Quiero que se nos reconozca por lo que tenemos dentro de la cabeza, no lo que nos cubre o nos descubre el cuerpo. Vestimos diferente y esa diversidad debería ser riqueza, no un impedimento para tener acceso a unos derechos u otros.

Solo se da visibilidad a las pateras, pero las víctimas de las mafias vienen en avión

Llegó a Tenerife en 1999, ¿cree que la situación de las mujeres que llegan a Canarias ha mejorado en estos últimos 23 años?

Ha mejorado un poco, pero no lo suficiente. Personas racistas hay en todos lados, pero Canarias no es racista como tal, es muy solidaria. Ahora las migrantes figuran dentro de la ley, que es un avance importantísimo. Es cierto que ahora tenemos más derechos y hay más asociaciones que nos prestan ayuda, pero si las migrantes desconocen esas ayudas seguimos en las mismas. Si las migrantes consiguen acogerse al asilo, pueden tener ayudas e incluso estudiar; pero si están desinformadas o indefensas, están solas. Hay otro problema que se mantiene, y es que solo se da visibilidad a las pateras, pero las víctimas de las mafias pasan desapercibidas en un avión. Yo voy incluso más allá. Las víctimas del conflicto ruso-ucraniano también son migrantes, y te aseguro que no encuentran los mismos obstáculos que nosotras por nuestro color de piel. Canarias ha avanzado en muchas cosas, pero en otras está muy atrasada.

¿Existen diferencias según el país de origen?

El país de origen es clave. Hay países que tienen un convenio con España y se les facilita el proceso de documentación, las embajadas también juegan un papel importante. También influye si sus países de origen están en conflicto. En el caso de Mali, como esta en conflicto bélico, llegan aquí y pueden acogerse a la petición de asilo y protección internacional.

¿Qué demandas hacen los colectivos de mujeres migrantes a las instituciones? ¿Y desde la sociedad?

Respeto, reconocimiento e igualdad. Que se nos respete sin importar nuestra procedencia, que se nos reconozca como una asociación como cualquier otra y como un colectivo ni superior ni inferior. Y por supuesto la igualdad, como migrantes y como mujeres vulnerables. Que entiendan que somos personas también, no necesitamos que compartas nuestra cultura ni nuestras vivencias, sino que nos respetes como iguales.

Es integrante del Grupo Contra la Violencia de Género del proyecto Juntos en la misma dirección del Cabildo de Tenerife ¿En qué consiste? ¿Qué le motivó a involucrarse en esa iniciativa?

Es un grupo diverso de varias asociaciones y su objetivo es ayudar a la sociedad a ver la violencia machista como violencia sobre la mujer. Primero se creó para ayudar a las mujeres víctimas de violencia de género que no tienen grupos de apoyo. Hoy en día es mucho más amplio y lucha contra las injusticias y la violencia de género que afrontan las mujeres, migrantes y no migrantes. Me tocó vivir una de las mayores injusticias, que es vivir tantos años en un campamento de refugiados, vivir con miedo, y todo lo que me afecta como mujer y como persona. La violencia no tiene color ni estatus social, y las mujeres somos más vulnerables y merecemos ayuda y apoyo cuando lo necesitamos.

Estamos asistiendo actualmente al auge de las protestas de las mujeres en Irán, del mismo modo que en el continente africano han ido cobrando fuerza las voces del movimiento feminista contra la violencia y por sus derechos en los últimos años. ¿Cuál es su valoración de esta movilización de las mujeres?

Hay un movimiento muy potente en África bajo la bandera del feminismo africano, que es muy diferente al feminismo occidental, aunque compartan líneas de actuación. El movimiento feminista negro tiene objetivos distintos, como conseguir que se las considere el motor del continente, que se tenga en cuenta su labor como personas que evitan los conflictos bélicos, que se defiendan sus derechos y que reconozcan su propio espacio como mujeres. Mucha gente piensa que en Europa luchan porque hombres y mujeres opten a los mismos puestos de trabajo, mientras que en África luchan porque no mutilen a las niñas; lo expresan así, como si ese continente tuviera desigualdades más arcaicas. Es cierto que en África se lucha contra la Mutilación Genital Femenina (MGF), pero eso también sucede en Europa. Sin ir más lejos, hay una lucha vigente en Canarias contra la ablación ya que cada año se mutilan entre cuatro mil y cinco mil niñas que viven en el Archipiélago. La revolución femenina también cobra fuerza en Irán. Como siempre, cuando hay una injusticia tan grande como que se mate a una chica porque se le vea el pelo, que es absolutamente inadmisible e intolerable, no podemos callarnos. Pero también es cierto que occidente, cuando ve un fallo en un país musulmán, lo maximiza y lo convierte en un problema de todo el mundo. Pero la injusticia principal que vive Irán, que vive España o cualquier otro sitio, siempre es el maltrato a las mujeres, no hay que poner el foco en un solo caso. ¿Qué quiero decir con esto? Que el problema no radica en el país de origen, o en su cultura, o en su religión; el foco es que las mujeres siempre somos las víctimas, en todos los países, de una forma u otra.