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En vísperas de Sharm el Sheikh

La protesta climática se multiplica en los museos y abre un agitado debate sobre su utilidad

Algunos estudios sugieren que las acciones extremas reducen el apoyo popular, mientras que otros apuntan a que pueden ayudar a sumar adeptos | Las protestas, protagonizadas en su mayoría por mujeres jóvenes, también ilustran un debate generacional

Un grupo de ecologistas da un tartazo a la estatua de cera de Carlos III del Madame Tussauds. EP

Un tartazo a una estatua de cera de Carlos III, una sopa de tomate estampada ante un cuadro de Van Gogh y un puré de patatas lanzado a un Monet. Estos son algunos de los gestos protagonizados por diferentes grupos ecologistas en los últimos 10 días para llamar la atención sobre la gravedad de la crisis climática y la necesidad de tomar medidas para frenar su avance. Las imágenes de estas protestas, realizadas en vísperas de la próxima cumbre climática de Sharm el Sheikh, han dado la vuelta al mundo y han encendido un acalorado debate entre defensores y detractores de estas acciones. ¿Pero es efectivo utilizar los 'ataques' en los museos como una herramienta para concienciar sobre crisis climática o, por el contrario, solo aumentan la enemistad hacia la causa?

Una de las claves de este debate tiene que ver con cómo definimos la "efectividad" de estas acciones. Si el objetivo de estas protestas era "llamar la atención", bien se puede decir que lo han conseguido. Los 'ataques en los museos' no solo se han convertido en fenómenos virales sino que, además, han conseguido devolver las protestas climáticas a la agenda pública. Solo hace falta comparar la enorme repercusión de estos actos con otras protestas ecologistas de menor visibilidad que también han tenido lugar en las últimas semanas, como la irrupción de un grupo de activistas en un evento de Volkswagen, la protesta en la Cumbre de Salud de Berlín o el vertido de cemento en los hoyos de un campo de golf poco antes del inicio del Open.

El debate, en realidad, se articula sobre la pregunta de si estas acciones son efectivas para concienciar sobre la crisis climática. Es ahí donde las opiniones se dividen y, en cierto modo, hasta se polarizan. "Estas protestas han despertado una reacción muy visceral entre los negacionistas y los retardistas. Es decir, los que no entienden la gravedad del problema", señala Daniel Rodrigo, doctor en Comunicación y miembro del colectivo de educación ambiental #ea26. "Estas acciones también incomodan a personas que están sensibilizadas con la causa porque en cierto modo les está 'poniendo contra las cuerdas' y preguntándoles hasta qué punto apoyan acciones 'drásticas' para hacer frente a esta crisis", destaca el experto.

El dilema del activista

Todavía no hay cifras para hablar del impacto de estas protestas ecologistas en la opinión pública pero, según apuntan varios académicos, análisis previos sobre otros tipos de activismo pueden arrojar luz al debate. Un estudio de la Universidad de Stanford, centrado en las protestas animalistas y las del Black Lives Matter, apunta a que las acciones más extremas, si bien consiguen concienciar sobre la causa, también pueden reducir el apoyo popular hacia el movimiento. Un análisis de la plataforma Social Change Lab, en cambio, sostiene que la aparición de sectores más radicales dentro de un movimiento puede aumentar el apoyo hacia las facciones más moderadas.

"Puede que las personas 'disparen al mensajero', pero al menos escuchan el mensaje"

Colin Davins - psicólogo y activista

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Este fenómeno, conocido como "el dilema del activista", plantea la siguiente disyuntiva: ¿es mejor impulsar acciones más moderadas (y quizá menos visibles) para ganarse el favor del público o vale la pena arriesgarse con gestos más extremos para llamar la atención aun a riesgo de generar rechazo? Según destaca el psicólogo y activista Colin Davins, a raíz de las últimas protestas ecologistas en los museos "puede que las personas 'disparen al mensajero', pero al menos escuchan el mensaje", recalca en un análisis publicado en 'The Conversation'.

Protestas en los museos

No es la primera vez que el activismo convierte los museos en un escenario para promover una causa política. A principios del siglo XX, varios movimientos de desobediencia civil irrumpieron en estos espacios culturales para ensalzar su protesta. En 1914, la sufragista Mary Richardson irrumpió en la Galería Nacional de Londres y realizó varios cortes en 'La Venus del espejo' de Velázquez. En 1921, cientos de activistas del Comité Nacional de Trabajadores Desempleados (NUWCM) protagonizaron una protesta masiva en la Galería de Arte Walker de Liverpool.

Dos manifestantes contra el cambio climático lanzan tomate a 'Los Girasoles' de Van Gogh

Dos manifestantes contra el cambio climático lanzan tomate a 'Los Girasoles' de Van Gogh Agencia ATLAS

Según argumenta un análisis de la académica Suzanne MacLeod, los activistas han escogido estos espacios como un 'trampolín' para llevar su protesta a las altas esferas. Sobre todo por el contraste que provoca exponer una injusticia –ya sea la discriminación de las mujeres en la sociedad o la falta de derechos laborales– en un espacio como los museos donde se intenta destacar "el carácter utópico de una sociedad" y que, a su vez, intenta representar "los logros y la visión ideal que la humanidad tiene de sí misma", destaca MacLeod en un estudio publicado en la revista 'Museum and society'.

La irrupción de estas protestas en los museos sirve de 'trampolín' para elevar la queja a altas esferas

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En el caso de los 'ataques ecologistas' en los museos, según explican varios grupos activistas consultaos por este diario, los ecologistas definen estas acciones como "actos de desobediencia civil no violenta" para protestar contra la inacción climática. Los activistas, de hecho, focalizan su protesta en los museos para lanzar el siguiente mensaje: "¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Qué nos preocupa más, la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y de la gente?".

Choque generacional

Otra arista de la polémica tiene que ver con el 'choque generacional' que se produce en este tipo de debates. "Las protestas protagonizadas por mujeres jóvenes contra el cambio climático disparan un gran rechazo en los hombres de cierta edad. Si quieren una prueba, lean la virulencia de los mensajes en redes sociales dirigidos a Greta Thunberg o a los activistas que arrojaron sopa al cuadro de Van Gogh", destaca el columnista Derek Brower en un artículo del 'Financial Times'. En este sentido también coincide Rodrigo, quien destaca el enfrentamiento entre "la generación que está luchando por su futuro frente a la generación que se ha cargado el planeta".

"Estamos en una situación de emergencia y si el objetivo es despertar conciencias todas las acciones suman"

Daniel Rodrigo - educador ambiental

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La discusión sobre los tartazos, sopas y purés lanzados en los museos es, en el fondo, una discusión sobre cómo concienciar sobre la crisis climática. "Estamos en una situación de emergencia y si el objetivo es despertar conciencias todas las acciones suman: desde la educación hasta las protestas más radicales. Sobre todo si tenemos en cuenta la advertencia de la comunidad científica sobre la gravedad de la situación y la inacción política ante el problema", destaca el educador ambiental. 

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