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La casa donde renace la esperanza

Durante cinco meses y en dos grupos de 11 personas, los residentes del proyecto dan los primeros pasos para dejar el consumo de alcohol y otras adicciones en el pasado

Tres de los residentes de uno de los grupos durante una de las actividades que desarrollan. José Carlos Guerra

Desde hace 31 años Cáritas Diocesana de Canarias cuenta con el proyecto Esperanza de acción directa en el que se acoge y acompaña a personas y familias que presentan problemas de adicción, principalmente al alcohol, con el fin de generar un proceso de deshabituación y mejorar su calidad de vida. Está ubicado en el Lugar Los Berrazales, en el corazón verde de Agaete, en un paraje que invita a la reflexión.

A 45 minutos en coche de la capital grancanaria y a más de siete kilómetros en el interior del Lugar Los Berrazales, en el municipio de Agaete, se ubica desde 1991 la Casa Esperanza donde Cáritas Diocesana de Canarias desarrolla el proyecto del mismo nombre dirigido a la acogida, apoyo y rehabilitación de personas que viven la problemática de las adicciones, sobre todo del consumo de alcohol. La comunidad es regional y a ella acuden desde todas las Islas, sobre todo de Gran Canaria, Tenerife y Fuerteventura.

Imagen de los residentes en la Casa Esperanza, en el Lugar de los Berrazales en Agaete, en uno de los patios de la vivienda donde se ubica el proyecto. José Carlos Guerra

Por las paredes de este centenario inmueble, rodeado de pinos y donde el cantar de los pájaros o el silbido del viento es lo único que perturba el silencio, han pasado decenas de personas rotas por el dolor y la voracidad de las adicciones en un primer paso para recuperar la esperanza y el control de sus vidas y las ganas de vivirla.

«No es que alguien se cura cuando viene a la Casa Esperanza, vienen a hacer un trabajo personal de entender lo que les sucede, de descubrir nuevos aprendizajes en cuanto a la autoestima, habilidades sociales, relaciones afectivas y su forma de tomar decisiones. La idea es que la persona realmente encuentre otra manera de vivir donde el alcohol, que había sido un síntoma de que algo falla, no sea necesario porque haya encontrado nuevas formas de enfrentarse a sus situaciones y problemas», explica Yolanda Rodríguez, directora del proyecto.

El tratamiento combina la terapia de tipo humanista influenciada por distintas escuelas

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En dos grupos de entre 11 y 12 personas y por un periodo de cinco meses los residentes comienzan un tratamiento que combina la terapia de tipo humanista, influenciada por distintas escuelas psicológicas y que se desarrollada mayoritariamente en grupo, con contenidos educativos y de trabajo social. Los grupos se intercalan en el tiempo, cuando el primero va por la mitad del tratamiento se incorpora el segundo. «El crecimiento personal que he experimentado aquí se debe mucho a las vivencias que he tenido con ellos, a sus historias y sus vivencias. He aprendido a no juzgar a nadie», afirma Rosendo Sendi, monitor desde hace casi 28 años.

Los residentes empiezan por cuestiones físicas y temas básicos para recuperar el orden y el control. Poco a poco se adentran a nivel emocional y en la historia personal de cada uno para sacar a la luz las situaciones del pasado que les han llevado a esta adicción. Es una trayectoria larga que no termina cuando acaban esos cinco meses, sino que continua de por vida. «La adicción es el síntoma de un problema», explica Rodríguez.

En la actualidad son cada vez más jóvenes y hay más mujeres; ellas sufren un doble estigma social

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Si bien los primeros años la mayoría eran hombres de más de 55 años en la actualidad son cada vez más jóvenes y hay más mujeres. Ellas sufren un doble estigma. «A ellas les cuesta pedir ayuda por el estigma social, el sentimiento de culpa de no ser buenas madres o por no cumplir su papel de cuidadora. La sociedad las señala de forma más directa que a los hombres», comenta Rodríguez.

Testimonio

Alfredo, de 52 años, lleva ya cuatro meses residiendo en la Casa Esperanza y cumpliendo con la terapia como el resto de sus compañeros. Tras el aislamiento de estos meses, donde no tenían permitido el uso de teléfonos móviles ni el contacto con el exterior, comenzará a dormir en su casa los fines de semana como paso previo a la finalización de su estancia. «No pensé que fuera a durar tanto porque ya había estado en otros centros. Me queda poco para salir. Afronto el nuevo ciclo no con miedo pero sí con cuidado, porque aquí hemos estado muy atendidos y fuera será una experiencia que tendremos que llevar nosotros solos porque no vamos a tenerlos ni nadie nos va a decir como nos tenemos que comportar. Tengo ganas de seguir con este camino, cinco meses te dan mucho tiempo para pensar. Nos han facilitado las herramientas para hacer frente a esto. Me voy centrado y con muchas ganas de saber lo que me va a pasar ahí fuera», relata. Una vez fuera de la Casa Esperanza la atención sigue con un seguimiento continuo por parte del personal cualificado de Cáritas Diocesana ya sea en las Islas de origen de los residentes o, en el caso de Gran Canaria, en la sede central ubicada en Escaleritas. «Lo más duro para ellos es darse cuenta de que no han sido capaces de dominar su vida, y el miedo que puede dar a que les vuelva a pasar. La recaída es posible», sentencia Rodríguez.

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