Dos familias han sido destruidas tras veinte años de convivencia casi «pared con pared». El asesinato de la joven Abigail, de 34 años, a manos de su expareja en pleno día en una concurrida calle de Santa Cruz, ha sido devastador. Los allegados de ambas partes, víctima y agresor, están desolados, algunos incluso sin poder salir del shock. Pero, pese a todo, permanecen unidos. Juntos es como afrontaron ayer el sepelio de la joven tratando aún de digerir la rabia e impotencia que les ha generado el dramático desenlace de la vida de Abigail.  

En este momento clave para despedir a la joven se encontraban seis psicólogos del Grupo de Intervención Psicológica en Emergencias y Catástrofes (Gipec) del Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife, que desde el viernes les están ayudando a gestionar unos sentimientos atípicos, pero «normales» para en una situación como en la que se han visto envueltos. 

La intervención psicológica comenzó en el mismo Hospital de La Candelaria, donde los dispositivos de emergencia habían trasladado a la joven para tratar de salvarla de las profundas heridas que tenía. En el momento en el que conocieron la fatídica noticia, el Colegio de Psicólogos desplegó parte del equipo de psicólogos que también ha estado presente en emergencias como la del volcán de La Palma o en el derrumbe del edificio en Los Cristianos. 

Uno de los familiares de la mujer asesinada se encuentra en estado de shock y «no termina de salir»

Una trabajadora que ya había terminado su turno y volvía a su casa fue su salvación. «¿Ustedes vienen por la chica verdad?», les preguntó a los psicólogos cuando aparcaron. Cristina García, coordinadora provincial del Gipec, lo recuerda bien, pues asegura que no se esperaba una respuesta tan altruista por su parte cuando podría haber vuelto a casa. «Se desvió de su camino para ayudarnos», rememora García. 

La trabajadora les guió hasta la sala de espera donde se encontraban los familiares y les apoyó para conseguir una habitación separada donde «estuvieran más protegidos». Allí comenzaron las primeras intervenciones psicológicas. «Estaban en fase de negación, no se creían lo que estaba sucediendo», relata la especialista. La situación es semejante con la familia del agresor. Les recorre un cúmulo de rabia, impotencia e incredulidad que les hace más difícil asumir «lo que ha hecho» su allegado. Más difícil es aún cuando no había denuncias previas ni apenas indicios de lo que podía ocurrir.  «Pero cuando la familia se puso a rememorar, ató cabos», explica.

Tres días después de lo sucedido, no todos se encuentren en el mismo punto. Los más resilientes ya empiezan a pensar en volver a la rutina. Para otros es más difícil. «Uno de los familiares se encuentra en shock y no termina de salir», asegura. Para estos casos se recomienda pedir cita en Salud Mental o en un psicólogo privado para mantener la terapia. 

Los psicólogos también han ayudado a un pequeño, el sobrino de Abigail, a procesar su pérdida. «Normalmente se sobreprotege a los menores cuando lo mejor es invitarles a que vengan al duelo y puedan pasar el trauma aquí, porque es un momento que no va a volver a suceder», resalta la psicóloga. Sin embargo, este trance requiere un acompañamiento pleno. «Con esta explicación exhaustiva de lo que iba a encontrar, le hemos evitado un trauma».