Con tan solo 14 años, Miquel Ramos quedó impactado con la noticia que le dio su profesor: Guillem Agulló, un joven de 18 años, había sido asesinado por ser antifascista. Desde ese momento, el periodista empezó a investigar los movimientos fascistas y empezó a recopilar recortes de prensa sobre cualquier noticia que estuviera relacionada con el fascismo. Ese interés le ha servido en la actualidad para desarrollar ‘Antifascista’.

Esta pieza no es un libro académico sobre la historia del antifascismo, como ha dejado claro en la presentación del libro su autor, pero si es un libro que da voz a numerosas luchas y resistencias que se enfrentan a la extrema derecha desde los años 80 hasta la España actual. En sus más de 600 páginas, el periodista especializado en extrema derecha se ha nutrido de relatos personales y de testimonios en primera persona para mostrar la cara B de una España silenciada. Es un libro que crea conciencia. Un libro creado por los propios protagonistas, porque “si no contamos nosotros nuestra historia, ¿quién la va a contar?”

PREGUNTA: ¿Crees que ha cambiado mucho la forma de ver a los antifascistas con el paso del tiempo?

RESPUESTA: Claro que sí, la imagen ha cambiado. Estamos hablando de contextos diferentes, a partir de los 80, que es un poco la generación que yo trato en el libro, confluye una nueva extrema derecha que ya no reivindica el franquismo, ahora tiene características similares al resto de Europa, por lo que surge como una nueva versión antifascista que empieza a centrarse en estos grupos de odio político.

P: En el libro hace un recorrido histórico por la violencia fascista en el estado español, desgraciadamente sigue habiendo numerosas agresiones y asesinatos racistas, machistas… ¿Hemos avanzado algo o seguimos con el fascismo de los 90?

R: Sí que ha cambiado respecto a los 90. Antes, los grupos nazis o fascistas eran grupos muy violentos que no eran tomados en serio por parte de las instituciones. Se hablaba de violencia por parte de “tribus urbanas o “bandas juveniles”, pero no se enfocaban en el problema a nivel político. Se creó una caricatura oficial por parte de los medios y el poder, es decir, trataron de negar que existía un problema y criminalizaban a las personas que le plantaba cara a este problema. Y a pesar de que esta caricatura se ha mantenido hasta la actualidad, gracias en gran parte a gente que se organizó para plantarles cara, ahora somos más conscientes de que existen estos grupos y estos no tienen la capacidad ni la incidencia de antes.

P: Menciona que el Estado negaba el problema y criminalizaba a las personas que plantaban cara al problema ¿Crees que el Estado teme más al antifascismo que a la extrema derecha?

R: Sin ninguna duda, para ellos, la extrema derecha no supone ninguna amenaza. Los grupos como Vox siempre van en contra de los colectivos más vulnerables y sus objetivos son mantener los privilegios de los de siempre y mantener las desigualdades propias del sistema.

P: En el capítulo dos tratas la Transición y recalcas la violencia de extrema derecha de la época y su conexión con los cuerpos policiales y con los servicios secretos ¿Siguen estando igual de vinculados las Fuerzas de Seguridad del Estado y los cuerpos policiales a la extrema derecha?

R: Acabamos de ver ahora al Ejército de Tierra bendecido por un sacerdote en el Valle de los caídos y el año pasado pude fotografiar de primera mano a policías almorzando en un bar lleno de retratos de Franco. Claro que están vinculados, el problema es que el Estado no tiene ni ha tenido nunca la intención de depurar este tipo de comportamientos dentro del cuerpo. Además, si tu intentas desde dentro denunciar una irregularidad como esta eres el apestado. Somos los propios periodistas los que estamos denunciando estos casos, también es porque la izquierda tampoco quiere meterse en estos casos.

P: ¿Piensas que la izquierda teme a la extrema derecha?

R: La izquierda teme a la extrema derecha porque cuenta con el apoyo del estado y ahí radica su poder. No es porque sea una masa potencialmente capaz, simplemente cuenta con la complicidad de unas instituciones que permiten que campen a sus anchas, que sorteen muchas responsabilidades penales, y que le permiten dar discursos de odios.

P: En su libro también hace un recopilatorio muy extenso sobre las víctimas del fascismo, desde las conocidas como Guillem Agulló y Sonia hasta víctimas que son escuchadas ahora por primera vez tras todos estos años ¿Por qué cree que no se le dio, en su momento, la importancia que tenía?

R: Porque los medios han reducido todo esto a peleas juveniles y tribus urbanas. Los casos más sonados como el de Aitor Zavaleta, Guillem, Lucrecia, Sonia siempre han contado gente que los han estado recordando años tras años, pero muchísimas víctimas eran personas sin hogar, inmigrantes sin papeles, gente negra… no tenían a nadie que los reivindicaran. Por eso, mi libro da voz a aquellas víctimas que no fueron escuchadas en su momento. Es una pieza que recoge toda esa memoria colectiva que nos negamos a olvidar.

P: Centrándonos en la actualidad. El próximo 19 de junio son las elecciones autonómicas de Andalucía y, según las encuestas, Vox podría aumentar sus votos. Estamos viendo que un partido de extrema derecha está cogiendo mucha fuerza institucional ¿A qué se debe?

R: Muchas veces se debe a la desinformación, pero también este partido ha sido muy hábil a la hora de comunicar y de estimular al electorado. Que en Andalucía haya gente que es de clase trabajadora y estén apoyando a un partido que lo único que hace es agitar la bandera, pero que en materia económica es absolutamente contraria a los intereses de la clase trabajadora, esto significa que el partido ha sabido apelar algunas identidades. Además, no todos votan por la ignorancia, algunos votan a Vox solo por la clave identitaria, se creen que por votarlos ya son más españoles, y pueden acabar con la dictadura feminista, que es como definen al feminismo la extrema derecha.

P: Usted en alguna entrevista a reconocido que no es posible hacerle frente a la extrema derecha sólo con "sentido común" y "comunicación" ¿Entonces, como se debe combatir?

R: Con sentido común y comunicación con la extrema derecha no. Hay manera de hacerlo sin entrar en sus marcos. El problema es creer que se pueden debatir los derechos humanos. Los derechos humanos no se debaten. Este es el error, creer que hay que debatir o comunicarse con la extrema derecha cuando no son capaces de respetar los derechos humanos ¿Cómo se gana entonces? Trabajando en redes vecinales, combatiendo en comunidad, haciendo políticas valientes, pero, sobre todo, a través de una buena educación. Los partidos de extrema derecha saben que con la educación no pueden hacer nada, por eso atacan siempre a la educación. Pero, en definitiva, a la extrema derecha se le combate con una buena educación

P: En su libro también menciona mucho el feminismo ¿Qué papel ha tenido el feminismo en el movimiento antifascista?

R: El feminismo, hoy en día, es el principal dique de contención contra la extrema derecha, primero porque apela a la mitad de la población y la segunda porque la extrema derecha está planteando una batalla brutal contra los derechos de las mujeres negando incluso la violencia machista cuando cada semana hay dos o tres mujeres asesinadas. El feminismo consigue hacer un antifascismo mucho más consciente de que los derechos de las mujeres forman también parte de esta lucha.

P: Centrándonos ahora en el periodismo, se suele decir que el “el buen periodista” es aquel que es neutral y no se muestra de ningún bando, pero en los últimos años estamos viendo mucha cobertura periodística sobre la extrema derecha ¿Crees que los medios de comunicación lo están haciendo bien o no se les debería dar tanta publicidad?

R: El periodismo es en parte responsable de la normalización de la extrema derecha y además no parece que muchos periodistas asuman su responsabilidad. Se ha vendido siempre la imagen del periodista como un ser de luz que no tiene opinión ni prejuicios, pero los periodistas somos personas, con prejuicios y con opiniones y es normal que el periodismo no sea siempre objetivo. Claro que el periodismo tiene una responsabilidad, el problema es que los periodistas no asumen esta.

P: En sus inicios, usted no escribía con su nombre utilizaba seudónimos ¿Qué ha cambiado?

R: El miedo y las razones de seguridad, ya que Valencia en aquella época era territorio hostil. Pero, poco a poco, quise dejar de “esconderme” y empecé a utilizar mi altavoz como periodista. Reconozco que no ha sido fácil, porque he recibido numerosas amenazas, pero quise dar el paso y asumo lo que escribo.