eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La vida de un docente tras el aprobado

Juan Pablo ganó unas oposiciones hace 22 años, en su caso de Secundaria, acumula varias experiencias en tribunales y conoce bien el largo camino que se inicia después de superar este proceso

Juan Pablo Lojendio Quintero (1966, Santa Cruz de Tenerife) ha estado destinado en varios centros escolares de las dos capitales canarias. | | ANDRÉS GUTIÉRREZ

Conoce bien lo que viene después de aprobar unas oposiciones porque hace 22 años saldó con éxito un proceso selectivo como el que van a vivir dentro de dos semanas más de 10.000 aspirantes. En el caso de Juan Pablo Lojendio Quintero (1966, Santa Cruz de Tenerife) sacó adelante una convocatoria dirigida a docentes de Secundaria, pero al igual que sucede en la propiedad conmutativa, el orden de los factores no altera el producto. «Yo oposité con 34 años y sin experiencia previa en las aulas –antes monté una empresa de educación medioambiental–, es decir, que no estaba apuntado en las listas, sino que entré de soldado raso», rescata de un proceso que le acabó entregando una plaza provisional en un Instituto de Guía de Isora (Tenerife), aunque ese mismo año lo trasladaron al IES Ramón Menéndez Pidal (Gran Canaria).

El centro educativo ubicado en la calle Pedro Hidalgo de la capital grancanaria fue el primer destino de un profesor de Geografía e Historia que acumula un sinfín de experiencias en institutos de Adeje, La Cruz Santa (Los Realejos) y Santa Cruz de Tenerife. «Antes se comentaba con frecuencia aquello de profesor, conoce tu tierra, pero hoy no te mueves tanto», señala el santacrucero, ahora con plaza fija en el IES Benito Pérez Armas, respecto a la larga cadena de destinos que había que completar una vez superabas el concurso de oposición.

Lojendio Quintero empezó a dar clases en Las Palmas el mismo año que nació su hija Silvia [graduada en Logopedia] y solo tenía la posibilidad de verla los fines de semana: «Me iba a Tenerife los viernes y volvía los domingos, pero aquella situación solo duró un año», aclara un profesional de la enseñanza que siempre tuvo claro su futuro. «A mí me gustaba dar clases y el teatro, pero al final todo se inclinó hacia el mundo de la educación», añadiendo que le sigue apasionando el hecho de enfrentarse a diario al reto de enseñar a los jóvenes. «Opositar lo tenía siempre como una opción de reserva y el año que decidí presentarme –lo intentó con anterioridad con Formación Profesional– había casi dos mil plazas para cubrir». Este año, en cambio, hay en juego 990 plazas y el proceso de selección ha experimentado algunos cambios: «Los opositores de ahora no lo tienen más fácil que cuando yo oposité, pero sí que cuentan con unos recursos tecnológicos que no existían en mi época. Entonces había que superar una prueba teórica [desarrollar uno de los seis temas del temario], una parte relacionada con la LOGSE –ley que estuvo en vigor entre 1990 y 2006– y, por último, la encerrona [un tema que te tocaba por sorteo], mientras que en las de ahora hay un tema y un supuesto práctico y, si lo pasas, expones una programación didáctica y, finalmente, un tema», enumera un historiador que en los últimos años acumula varias experiencias como presidente y secretario de procesos de selección de docentes.

Juan Pablo, padre de un segundo hijo que estos días prepara la EBAU [Sergio, 18 años], tiene claro que el mundo de la educación no pasa por sus mejores días. «Si hablamos de todos los problemas que hay que solucionar a diario esto se puede alargar varias páginas, pero este oficio me sigue apasionando... Con el tiempo que llevo en esto, lo normal es que estuviera contando cosas relacionadas con el síndrome del profesor quemado, pero a esto se le puede dar otra vuelta», admite antes de entrar en un debate en el que los profesores se suelen sentir muy dolidos: las vacaciones. «A los que creen que la vida de un docente es fácil solo les digo; si esto es tan sencillo, prepárate unas oposiciones y ponte delante de un montón de alumnos. Hace unos años sí que me molestaban esos juicios de valor tan apresurados, pero con el paso del tiempo aprendes que la realidad es otra», remarca un profesor que se crió en el barrio santacrucero de Tío Pino. «Algunos compañeros de promoción se inclinaron por labores más administrativas y a las dos de la tarde bajan la persiana y se van a casa, pero la mayoría tenemos que preparar la clase del día siguiente, resolver problemas, corregir exámenes...».

De la responsabilidad que tiene como docente y cuáles son sus objetivos antes de la jubilación, que admite que hay días que espera como agua de mayo, Juan Pablo dice que continúa siendo fiel a sus principios. «Todo eso de los contenidos y los programas está muy bien y es una parte fundamental de nuestro trabajo, pero yo busco otras cosas. Quiero que mis alumnos tengan un espíritu crítico con la historia, que redacten bien y asimilen una serie de competencias al margen de las obligatorias», reitera en una fase de la entrevista en la que realiza una síntesis del modelo educativo actual. «Partiendo de la idea de que siempre hay alumnos brillantes, la mayoría de estudiantes hacen lo mínimo para afrontar un examen y sacar la nota justa. Sinceramente, creo, que pueden dar mucho más pero estamos influenciados por las redes sociales y muchas novedades tecnológicas que los tienen algo despistados», concluye.

Compartir el artículo

stats