Aunque la estrecha relación de Canarias con su privilegiado firmamento se remonta a los tiempos de los primeros pobladores (no hay más que visitar el espectacular santuario de Risco Caído en Gran Canaria, o la estación solar de Masca en Tenerife), es justo decir que no fue hasta el siglo XIX cuando las excepcionales condiciones climáticas y geográficas de las islas se pusieron por primera vez al servicio de la ciencia. En 1856 Charles Piazzi Smyth, Astrónomo Real de Escocia, lideró una expedición a Tenerife con el objetivo de (además de celebrar su luna de miel) verificar si, tal y como había propuesto Isaac Newton con un siglo de antelación, las cimas montañosas ofrecían ventajas para la práctica astronómica. La transparencia y detalle de sus observaciones desde montaña Guajara (2700m) y Altavista en el Teide (3200m) pusieron de manifiesto la superioridad de las cumbres canarias, y convirtieron a Piazzi Smyth en el pionero de la práctica moderna de establecer observatorios astronómicos en ubicaciones elevadas.

El astrónomo francés Jean Mascart visitó de nuevo la Isla en 1910 con el objetivo principal de registrar el paso del cometa Halley, además de realizar estudios sobre los planetas y observar la luz zodiacal dispersada por el material interplanetario. Sus mediciones, de nuevo desde Guajara y el Teide, tuvieron tal difusión y acogida en Europa que se despertó gran interés por establecer un observatorio astronómico internacional en Guajar, pero los planes se trastocaron con el comienzo de la Primera Guerra Mundial.

Hubo que esperar hasta que el eclipse total de Sol de 1959 atrajera a numerosos astrónomos de todo el planeta para que la idea de establecer un observatorio astronómico en las cumbres de Tenerife tomara de nuevo impulso. La comunidad astronómica española, si es que se puede llamar así al reducido número de profesores universitarios interesados en la disciplina por ese entonces, decidió llevar a cabo una campaña de prospección del cielo en la isla para establecer la viabilidad de tal empresa. La persona elegida fue Francisco Sánchez, un recién licenciado en Óptica que pasaría los siguientes años viviendo en Izaña y estudiando la calidad astronómica de nuestros cielos y que, a la postre, sería el promotor y primer director del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). En 1964 la Universidad de Burdeos instaló el primer telescopio en el Observatorio del Teide, con el que se llevaron a cabo observaciones pioneras de la luz zodiacal. Le siguieron un telescopio solar (1969) y otro para estudiar la luz infrarroja (1972). Con la fundación del IAC en 1975, la firma de los acuerdos de cooperación internacional en 1979 y la inauguración del Observatorio del Roque de los Muchachos en 1985 se estableció de manera definitiva la profesionalización de la astronomía no solo en Canarias, sino en todo el país. La clave de este modelo residió en el fantástico retorno para la comunidad española: mientras las islas ofrecían la calidad de sus cielos, los países europeos con mayor tradición astronómica contribuían con tecnología puntera y en la formación de nuevos investigadores: el 10% del tiempo de los telescopios extranjeros sigue estando disponible hoy en día para su explotación por parte de los científicos nacionales.

A partir de este momento el crecimiento de la astronomía en las islas fue meteórico. En menos de dos décadas se pasó de la construcción en 1991 del primer telescopio enteramente español, el venerable IAC-80 (así llamado por su espejo de 80 cm), a la inauguración en 2007 del Gran Telescopio Canarias (GTC), que con 10,4m de diámetro continúa siendo el mayor telescopio óptico e infrarrojo en el planeta. En la actualidad el IAC emplea a más de 300 investigadores e ingenieros, y las cumbres canarias albergan más de una veintena de instalaciones, incluyendo telescopios nocturnos, solares, y experimentos cosmológicos y de altas energías.

Con la Ley del Cielo (1988) como mecanismo de protección de nuestro firmamento contra efectos adversos para la astronomía (contaminación lumínica y radioeléctrica; rutas aéreas; polución), el prestigio de nuestras cumbres continúa atrayendo nuevos proyectos aún en desarrollo. Así, en los próximos años se espera el gigante Telescopio Solar Europeo (EST), para el estudio de los procesos que controlan la física de la atmósfera solar; el conjunto de telescopios CTA, que caracterizarán la emisión de rayos gamma de altas energías; y una propuesta de construcción de un telescopio de 4m totalmente robótico para el seguimiento de fenómenos de alta variabilidad y transitorios, como las explosiones de supernovas y los brotes de rayos gamma. Sin olvidar que La Palma sigue en la carrera para albergar el telescopio de 30m TMT, que será la segunda mayor instalación del planeta para el estudio de la luz óptica e infrarroja. Después de todo, la visión cosmogónica de los aborígenes canarios según la cual nuestras montañas ejercían de axis mundi, o punto de unión entre la tierra y el cielo, resultó más acertada de lo que nunca pudieron concebir.

Izquierda: Fotografía del cometa Halley realizada por Jean Mascart desde Tenerife durante su visita en 1910. Crédito: Jean Mascart. Derecha: Imagen de la galaxia UGC180 tomada por el GTC, una de las más profundas jamás obtenidas desde Tierra. Crédito GTC/Gabriel Pérez (IAC).

*Sección coordinada por Adriana de Lorenzo-Cáceres Rodríguez

*Adriana de Lorenzo-Cáceres Rodríguez, natural de Santa Cruz de Tenerife, es la coordinadora de Gaveta de Astrofísica. Licenciada y Doctora en Física por la Universidad de La Laguna con un proyecto de investigación sobre galaxias desarrollado en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), ha sido investigadora postdoctoral en la Universidad de St Andrews (Escocia), la Universidad de Granada, la Universidad Nacional Autónoma de México y el IAC. Actualmente trabaja en la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro de la Comisión Mujer y Astronomía de la Sociedad Española de Astronomía y del equipo editorial de su boletín bianual.