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ERUPCIÓN EN LA PALMA

La radiación de la lava reconstruye el pasado volcánico de Canarias

La baja radiactividad de las cenizas las convierte en un material apto para la construcción de viviendas o su uso en la agricultura

Una de las coladas de lava del volcán Tajogaite durante la erupción. Kike Rincón (EP)

Los elementos radiactivos que componen las coladas del volcán de Tajogaite son una pieza clave para entender el pasado volcánico de Canarias. Los datos que se sustraen del análisis de la leve radiación emitida por las lenguas de lava, proporcionan una valiosa herramienta para conocer el origen de la lava, incluso cuando ya lleva tiempo descansando sobre la Tierra. 

De esta manera, por primera vez, Canarias contaría con un método científico eficaz para conocer de dónde proceden las diferentes lavas que han formado el Archipiélago y qué reservorios magmáticos suelen utilizar los volcanes de las Islas. «Este método, unido a los datos recabados sobre emisión de gases del Instituto Vulcanológico de Canarias (Involcan) y otros análisis geoquímicos, puede convertirse en una herramienta muy útil y a servicio de los vulcanólogos», destaca el físico de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Pablo Martel. 

Durante la erupción, él y su equipo contribuyeron al análisis radiológico de las diferentes lavas que iban emanando cada semana del volcán. Gracias a este estudio pormenorizado y en tiempo real, pudieron hallar que, con cada cambio en el proceso eruptivo, las lavas cambiaban su composición radioactiva. «Lo curioso es que al hacer seguimiento de las lavas y caracterizarlas, nos encontramos con violaciones de las propiedades naturales radiactivas», explica Martel, que insiste que esto «nos proporciona una información importante sobre la formación del magma». 

Los xenolitos blancos que expulsó el volcán son los materiales que cuentan con una mayor radiactividad

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De hecho, si se cruzan y correlacionan con los datos de emisión de gases durante la erupción del Tajogaite, es posible que se pueda concluir «que ciertos isotopos radiactivos» sirven como punto de referencia para entender cómo se han formado otros volcanes de las Islas. Esto permitiría a los científicos hacer con los volcanes estudios similares a los que se llevan a cabo los arqueólogos para datar la edad de los seres vivos a través de los isotopos de Carbono 14. 

Cabe recordar que los núcleos de átomos radiactivos se encuentran en toda la naturaleza, prácticamente desde que la Tierra se creó. «Sin ellos no estaríamos aquí», reseña el investigador. Sin embargo, hay procesos capaces de alterar el equilibrio natural de los núcleos radiactivos, y una erupción es uno de estos desencadenantes. «Los elementos radiactivos se encuentran en la naturaleza en unas proporciones fijas y conocidas, y se desintegran igualmente en tiempos fijos y conocidos», explica el investigador. Cuando un núcleo radiactivo se transforma en otro se produce la radiactividad, y dependiendo de cómo sea esa emisión de radiación, los científicos pueden dirimir si ha ha habido pérdida o ganancia de un isótopo con respecto a las proporciones conocidas.  

No toda la radiación es dañina. Para considerar que un material tiene una radiactividad tóxica para el ser humano las concentraciones de estos elementos deben superar un umbral que en ningún caso alcanzan las lavas del volcán.

Para considerar que la radiactividad de un material es dañina, su concentración debe ser muy alta

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Cenizas sin fugas

En el caso del Tajogaite, además, las lavas que emanaron «indican que el magma se produjo como consecuencia de la fusión de distintos materiales con el manto y cambiaron a lo largo del proceso eruptivo». Lo mismo ocurre con las cenizas, que también muestran patrones similares, en términos de radiactividad, a la de las lavas. En este caso, para reafirmar que las cenizas y resto de pequeños piroclastos se pueden utilizar para elaborar materiales de construcción, este grupo de investigación del departamento de física de la ULPGC ha estado trabajando en identificar los riesgos de emisiones radiactivas que pudiera tener el material volcánico.

«En los primeros análisis hemos determinado que las cenizas tienen unos niveles de radiactividad muy bajos, por lo tanto, no existe ningún peligro a la hora de utilizarlos en la construcción de nuevas viviendas ni en agricultura», remarca Martel. Si los niveles de radiactividad de estos piroclastos superaran los umbrales seguros, podrían provocar daños en la agricultura y en la salud de la población a largo plazo debido a la continua exposición. El mismo grupo de investigación mantendrá el análisis de todos los materiales de construcción que se vayan a reutilizar y evaluará, posteriormente, las emisiones de gas radón en las nuevas construcciones. 

Aunque la mayor parte de las rocas que expulsó violentamente el volcán durante los tres meses de erupción han resultado ser poco radiactivas, hay una roca en especial que es la excepción que confirma la norma. 

Las grandes bombas negras y blancas, llamados xenolitos, primas-hermanas de las restingolitas que emanaron en la erupción submarina de Tagoro en El Hierro, sí gozan de unos niveles altos de radiactividad. Sin embargo, estas altas concentraciones solo son perceptibles en las partes blancas del material. «En su composición natural todas las rocas pueden contener pequeñas trazas de uranio y torio, pero en algunas, los niveles son algo más altos de lo habitual», insiste Martel. 

Diferentes composiciones

El análisis de estas vistosas piedras blancas muestra, además, que son muy diferentes a las que flotaron durante horas en el Mar de Las Calmas durante la erupción de 2011. «Aquellas eran de un color más blanco puro dado que tenían una concentración mayor de uranio y mucho menor de torio», explica el investigador. Las que fueron escupidas por Tajogaite, tenían un blanco más «verdoso» o «grisáceo», que mostraba que, pese a las semejanzas, sus orígenes eran distintos. «Al menos lo son desde el punto de vista rardiológico», asevera Martel que indica que aún hace falta llevar a cabo un análisis geoquímico para poder determinar de dónde proceden esas misteriosas piedras blancas. 

Río de lava emanando de la erupción de La Palma.

Río de lava emanando de la erupción de La Palma. E. D.

Cuando la erupción aún estaba en marcha, los científicos del Instituto de Geociencias de Madrid (IGM), corroboraron que estas vistosas piedras blancas se llevan acumulando debajo del edificio insular desde la edad jurásica. Esto supone que su edad real ronda como mínimo los 2 millones de años -cuando el magma abrió la corteza terrestre y empezó a formar la isla- y los 201,3 millones de años que concuerda con el periodo en el que reinaban los dinosaurios, el jurásico. «Lo más probable es que sea roca sedimentaria de la corteza oceánica que el conducto eruptivo ha cogido de unos siete kilómetros de profundidad y lo ha arrastrado hacia el exterior», aseguró en aquel instante el geólogo de la ULPGC, José Mangas. Ya por aquel entonces, se dudaba de su parentesco con las restingolitas de El Hierro. 

A día de hoy, estos primeros análisis radiológicos realizados por este grupo de investigación no solo han demostrado que su composición es distinta a la de las restingolitas, también ha visto diferencias entre los xenolitos que emergieron en el mismo proceso eruptivo. Con respecto a su alta concentración de elementos radiactivos, Martel asegura que el peligro que representa es mínimo, dado que la proporción de este material eruptivo es muy pequeña.

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