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Bajo la lupa del Seprona

La taxidermia, un polémico arte en peligro de extinción

La ‘Operación Valcites’ pone sobre la mesa las restricciones legales de tener especies disecadas

Algunas de las piezas naturalizadas intervenidas a la familia Ros Casares.

Hace décadas sus trabajos eran venerados y codiciados por un selecto y exclusivo sector de la población que con dinero podía permitirse cacerías ahora totalmente prohibidas, apreciado por museos y exposiciones de ciencias naturales y dejaban asombrados –más aún si eran niños– a aquel otro sector que difícilmente podía ver al animal en su hábitat natural. Pero los tiempos cambian, las sociedades evolucionan y el respeto por los derechos de los animales y las restricciones sobre la comercialización y tenencia de especies protegidas ha hecho que su imagen y su labor sea vista con lupa. Ahora son los taxidermistas los que están peligro de extinción, según confiesan dos de los escasos profesionales que quedan en Valencia en el arte de la naturalización animal.

La taxidermia, un polémico arte en peligro de extinción.

La llamada ‘Operación Valcites’, desarrollada por el Seprona de la Guardia Civil, que se ha saldado con la intervención en Bétera, a uno de los hijos del empresario siderúrgico Francisco Ros Casares (fallecido en 2014), de la mayor colección de animales disecados en el país –1.090 especímenes, de los que 405 eran de especies protegidas o en peligro de extinción– los ha vuelto a poner en la picota de los colectivos animalistas.

"La taxidermia es una afición que viene derivada de la caza, y la caza está mal vista porque está asociada a la muerte", argumenta José, quien ni siquiera se atreve a mostrar su rostro en el reportaje por temor a represalias. "Sí, hasta este punto hemos llegado", lamenta este artista del mundo animal con más de veinte años de experiencia tras seguir los pasos de otro ilustre en la profesión, José Vicente Martí. José es uno de los últimos taxidermistas en tener que echar el cierre a su negocio. La pandemia por la covid le dio la puntilla a un sector ya de por sí en declive, reconoce.

La taxidermia, un polémico arte en peligro de extinción.

Pero los pocos que quedan han sabido adaptarse a las nuevas demandas. La clientela ha cambiado, los museos, que ya no reclaman sus servicios salvo para labores de conservación, han dado paso a aquellos ciudadanos que tras el fallecimiento de sus mascotas quieren conservarlos a su lado aunque sea una vez embalsamados. A ellos se suman los habituales cazadores, con trofeos de caza mayor siempre que la pieza haya sido legalmente cazada en una reserva, la disecación de aves, o un sector más especializado como es el mundo taurino, donde José Manuel Ros -autor de la naturalización del afamado toro ‘Ratón’– es todo un referente.

También hay mucho intrusismo, aficionados a la taxidermia o cazadores que disecan sus propias piezas en talleres ilegales que no cumplen con las medidas sanitarias adecuadas ni cuentan con los medios técnicos para gestionar los residuos y procesar las partes orgánicas desechadas de los animales tras desollarlos, que en ocasiones acaban vertiéndose a la red de alcantarillado.

De ello se quejan también los propios taxidermistas profesionales, quienes quieren dejar bien claro que ellos sí que cumplen con toda la normativa y sus talleres pasan inspecciones veterinarias periódicas para que así sea, según explica Alfredo, taxidermista de Utiel desde 1995. Como es su caso, esta práctica pasa de generación en generación. "Todo lo que sé lo aprendí de mi padre, que empezó en el año 48 de forma autodidacta", indica.

Actualmente se suele trabajar con esculturas realizadas con moldes de corcho, que se recubren con la piel del animal, previamente tratada –salada, secada y curtida–. Tras coser la piel sobre el molde en la postura deseada se colocan las piezas sintéticas, como los ojos, boca, dientes o garras, y el resto de detalles que doten de mayor realismo la pieza. Pero, según coinciden los profesionales, la clave de un buen trabajo radica en conseguir que la expresión del animal le dote de aquella vida que tuvo antes de ser cazado. "Es un arte, aunque ahora algunos ecologistas extremos poco menos que nos vean como unos delincuentes", se lamenta Alfredo. De hecho, algunas de las mejores obras de estos artistas han acabado siendo intervenidas por el Seprona de la Guardia Civil, como reconoce José.

No obstante, no hay constancia en la provincia de Valencia de ningún proceso penal abierto contra profesionales o aficionados de la taxidermia. Lo que sí es ya bastante frecuente es que las personas que comercian con animales disecados, y que lo anuncian en portales web, principalmente en Milanuncios, acaben en los tribunales por un delito recogido en el artículo 334 del Código Penal, que desde 2015 castiga con penas de prisión o multa tanto la caza y pesca, como la adquisición, tenencia o tráfico de especies protegidas de fauna silvestre.

Para evitar cualquier problema con la Justicia el taxidermista estaría obligado a pedir la documentación del animal que debe naturalizar. Además, como profesional debe conocer sobradamente qué especies están protegidas, y aquellas que no solo su caza, sino su tenencia, está prohibida.

El fiscal Eduardo Olmedo, especializado en la tutela de los derechos de los animales en la sección de Medio Ambiente de la Fiscalía Provincial de Valencia, advierte que en caso del tratamiento de especies protegidas el especialista en taxidermia podría incurrir en un delito recogido en el ya citado artículo 334.1, o incluso del 334.2 si se trata de un espécimen en peligro de extinción, como cooperador necesario de la exportación ilegal o de la tenencia, al tratarse de animales de ilícito comercio. "El taxidermista tendría también la obligación de poner en conocimiento de la policía la comisión del delito", añade sobre la responsabilidad de alertar a las autoridades por parte de estos profesionales si un cliente les lleva una especie en peligro de extinción o cuyo comercio está prohibido, como podría ser un lince ibérico o un león de la sabana africana.

Los taxidermistas defienden la "labor social" de la actividad cinegética en la protección y desarrollo de los ecosistemas. "La gente se cree que sin caza va a estar todo perfecto, pero vamos a acabar comiendo piedras porque la agricultura se está viendo afectada", remarca Alfredo sobre la importancia de controlar la población animal en el mundo rural. "Desde que la gente compra la carne en los supermercados, a los cazadores se nos trata como asesinos de animales. Hace falta una educación medioambiental en los colegios", concluye José.

Pero lo cierto es que en la sociedad actual, con una concienciación mucho mayor que antaño sobre los derechos de los animales, pocos son los que al contemplar un animal naturalizado o la cornamenta de un rebeco no se paran a pensar que ese ejemplar fue matado en su día para ser exhibido.

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