Todos los avances científicos de los últimos 40 años ha permitido mejorar la salud de la población drásticamente. Muchos tipos de cáncer que eran mortales en 1980 ahora no lo son. Un niño que contraía leucemia a finales de la década de 1970 tenía sólo un 20% de sobrevivir, mientras que en la actualidad su posibilidad de superarla es del 80%. Sin embargo, la investigación científica no ha sido capaz de lograr la mejora en un aspecto clave de la salud: la salud mental. De hecho, ha empeorado.

Un equipo de investigación de la Universidad de Harvard revisó todos los datos disponibles sobre los resultados obtenidos a escala internacional en el tratamiento de trastornos mentales importantes desde 1985. La conclusión es demoledora: en el caso de la psiquiatría, los resultados de los pacientes no sólo no mejoraron, sino que están por debajo de los niveles anteriores a 1.950. No sólo eso: desde 2020 vivimos una pandemia mundial que ha acelerado el proceso. En todas las capas de la sociedad, pero es especialmente grave en el caso de los jóvenes: los pediatras y psiquiatras infantiles han constatado un aumento de hasta el 47% en los trastornos de salud mental de los menores.

James Davies, profesor titular de Antropología Social y Psicoterapia en la Universidad de Roehampton (Reino Unido), tiene una teoría: la responsabilidad de esto la tuvo el neoliberalismo que se impuso en el mundo en los años 80. En su libro 'Sedados', publicado en España por la editorial Capitán Swing recientemente, expone un testimonio clave relacionado con la situación actual de la salud mental de la población y tiene que ver con la economía.

Margaret Thatcher, que gobernó Gran Bretaña entre 1979 y 1990, declaraba a un periodista dos años después de ser elegida, en relación a sus prioridades económicas: "Mi objetivo no es la política económica, lo que quiero es cambiar la manera de actuar y los cambios en la economía son el medio para cambiar esta forma de actuar. Cambiarla significa intervenir directamente sobre el corazón y el espíritu de la nación. La economía es el método, el objetivo es transformar el corazón y el espíritu".

Davis explica los motivos que han llevado a la situación actual y las alternativas que tienen las sociedades occidentales para abordar la situación en una entrevista con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, medio que pertenece al mismo grupo editorial que este diario, por videoconferencia desde Londres, donde reside.

-¿Para quién ha escrito el libro, para el público general o está pensado más para profesionales de la salud mental y responsables de salud pública?

Es una buena pregunta. El objetivo era escribir un libro accesible para el lector general y que permitiera participar en debates y discusiones que creo que no reciben la atención suficiente. Quizás también ilustrar los asuntos para los profesores, para que sepan cómo los discursos de salud mental están perjudicando la salud mental de sus alumnos más que facilitarla, para entender cómo las consultoras de salud mental que proponían mejorar el ambiente laboral pueden, en el largo plazo, provocar más daño que beneficio. He intentado ilustrar las maneras en las que, lo que se presenta como algo que es bueno para nosotros puede, de hecho, hacernos daño. Quería que fuese un libro que invitase a hacer un escrutinio crítico dentro de las profesiones relacionadas con la salud mental en relación a las prácticas que se están desarrollando.

Lo que plantea el libro es que, en los últimos 40 años, mientras vemos grandes mejoras en la medicina general en muchas especialidades médicas diferentes, en la psiquiatría y la salud mental el mejor resultado que obtenemos es que se ha estabilizado, cuando no ha empeorado la salud. Y yo creo que la razón para eso o al menos una de las cuestiones clave para entender el fracaso es que el acercamiento que se hace a la salud mental malinterpreta y trata de manera errónea la naturaleza del malestar humano.

-¿Hay algún espacio para el optimismo? Me refiero a que, si es el marco económico y social el que está empeorando la salud mental, no sé si tenemos muchas opciones de mejora. Se suele dar por hecho que no hay alternativas al sistema actual.

Es una pregunta difícil de responder, realmente, porque tenemos es imposible saber con certeza dónde vamos a acabar, especialmente en este tiempo de grandes turbulencias económicas. Pero si la historia es una guía válida, me atrevería a decir que el neoliberalismo, el estilo de capitalismo en el que la mayoría de nosotros hemos vivido en los últimos 40 años, va a cambiar. Tiene que cambiar, no es sostenible. La creciente desigualdad, la desigualdad del bienestar, la desigualdad de ingresos, las grandes oleadas de insatisfacción laboral crecientes... Hay muchísimos indicadores que sugieren que el neoliberalismo, como un experimento económico, ha alcanzado su límite y se le acaba el tiempo.

La pregunta es con qué será reemplazado y si lo que le reemplace tendrá una mirada más humanista, no sólo en relación a la política y la economía, sino también en relación a la salud mental. Lo más importante en cualquier sistema social es que florezcan los individuos y las comunidades. Y mientras las estructuras económicas lo impidan, tendrán que ser reformados y cambiados. ¿Y qué cambio estoy pidiendo? Un sistema de salud mental que reconozca plenamente las verdaderas raíces del malestar emocional de la población y que se intervenga para mejorar la vida de la gente, sus relaciones, las comunidades, la psicología, que las políticas se enfoquen al bienestar de la población.

Esto no quiere decir que dejemos de pelear por conseguir ese sistema, tenemos que abrir el debate y proponer esas alternativas, de tal manera que cuando las condiciones económicas y sociales lo permitan, sea posible el cambio.

-En el libro menciona un estudio que recoge cómo, el primer confinamiento provocado por la pandemia, hizo que un tercio de la población británica se declarase más feliz porque no tenía que perder el día en el camino hacia un trabajo que detesta. No estoy segura de que esa experiencia sea extrapolable a lo que se vivió en España.

Sí, bueno, el estudio se refería a los relativamente más ricos, que viven en barrios con jardines y que no tenían miedo de perder su trabajo porque los ingresos continuaban entrando aunque estuvieran en casa y podían teletrabajar. Pero en cualquier caso, el motivo por el que se sentían más felices es porque estaban lejos de trabajos que consideraban sinsentido. Tenían la posibilidad de pasar tiempo con sus familias, leer, pasear, tenían tiempo y espacio para reflexionar, escuchar música, etc. Lo importante es que sólo el 7% de la población del Reino Unido decía querer volver a la normalidad. Queremos un mundo nuevo, diferente al que teníamos. Queremos libertad, queremos comunidad, queremos estar con la gente y queremos que suceda a nuestra manera y creo que ha sucedido a la manera que ha querido la economía. La economía ha dictado el estado en el que vivimos, cuánto tiempo al día pasamos con nuestros hijos, cuánto tiempo estoy disponible para amigos en el fin de semana, etc. Creo que gracias a la pandemia la gente ha visto eso, y el daño que eso nos provoca, muy claramente. Veamos qué sucede en los primeros días de post-Covid, podría ser un buen momento para replantear la vida laboral moderna.

-Pasa lo mismo con el teletrabajo, se ha visto que funciona, y sin embargo hay muchas empresas reticentes a establecer un modelo que lo incorpore. De nuevo, como usted plantea, es la economía la que está marcando lo que se puede y lo que no se puede hacer, no los trabajadores, o una combinación de ambos.

La economía es la que decide cómo la gente vive su vida. Creemos que somos libres, pero no es cierto en gran medida, tenemos que cubrir las demandas de la economía o caemos fuera del sistema y ese tampoco es un buen lugar para estar. Así que, de alguna manera, necesitamos defender un movimiento que desafíe a los poderes, tanto al político, el económico y las grandes corporaciones, en relación a cómo debería avanzar la vida laboral moderna de tal manera que se acomode a las necesidades humanas. Por supuesto, cuanto menos ingresos tienes, es peor.

"Necesitamos un movimiento que desafíe a los poderes para que la vida laboral moderna se acomode a las necesidades huamanas"

Si volvemos a la visión del capitalismo que tenía Keynes [John Keynes, economista británico de finales del siglo XIX y principios del XX], que dominó entre los años 50 y mediados de los 70, vemos que él pronosticaba que en el tiempo presente trabajaríamos 15 horas a la semana, porque él consideraba que el objetivo de la economía era en última instancia conseguir el florecimiento del ser humano, así que el resto del tiempo estaría dedicado a cultivar el ocio. Que no es vagancia, ojo, que es desarrollarnos como personas, tener una familia, construir una comunidad, hacer cosas que son buenas para el espíritu. Obviamente, no es lo que tenemos, tenemos lo opuesto, somos siervos de la economía, la economía no sirve a las personas. Pero creo que la pandemia ha permitido que se tome más consciencia sobre esto.

-Pero al mismo tiempo, la salud mental ha empeorado como consecuencia de la pandemia. No sólo lo muestran las cifras, es muy visible en cualquier entorno de amigos o familia.

Sí. La gente está sufriendo. El sufrimiento es real y las estadísticas lo muestran. Pero el sector económico de la salud mental está en plena explosión, la sanidad privada está en gran auge gracias a esto, así que si tienes dinero, puedes conseguir ayuda. Y cuanto más pobre seas, lo único que consigues es medicación. El peligro es que intentemos salir de esta situación medicalizándola, que es lo que hemos estado haciendo los últimos 40 años. Así que tenemos una situación social que provoca malestar a la población, traducido en enfermedad mental y la respuesta que damos es prescribir una pastilla, con lo que nos encontramos que casi un cuarto de la población en Inglaterra ha recibido una receta de un medicamento relacionado con la salud mental.

-En España las cifras son aún peores. Recientemente se ha publicado que España lidera el consumo mundial de benzodiacepinas -grupo de medicamentos que engloba a los ansiolíticos, hipnóticos y sedantes como el diazepam o el lorazepam-. ¿Hemos tocado techo?

No creo. El peligro que corremos es que terminemos con una medicalización y medicación de la población aún mayor. Es decir, que en lugar de decirle a la gente "usted tiene un trabajo que no le satisface, unas condiciones económicas que no le permiten tener una vida tranquila y no tiene tiempo para poder hacer cosas que le generarían una vida más plena, es normal que sienta angustia o desasosiego, le vamos a ofrecer herramientas para poder salir de esa situación", lo que hacemos es darle una pastilla, pero sin profundizar en las causas que le están provocando esa situación de estrés emocional, porque es lo que llevamos 40 años haciendo. Necesitamos hacer un análisis crítico, exhaustivo, sobre las condiciones que están provocando ese malestar generalizado, con el ánimo de cambiar la situación. El problema de anestesiar y medicar a la población es que se mantiene la estructura que provoca ese malestar, por lo que no cambia nada y crece la cantidad de población que, en cualquier caso, solicita bajas médicas y deja de ser productiva.

-El problema de esto es que los sistemas de salud públicos están completamente desbordados después de años de recortes y la situación extrema que ha provocado la pandemia. Los médicos de familia prescriben ansiolíticos porque no tienen en sus manos ofrecer otro tipo de ayuda. ¿Hace falta más voluntad política?

Cierto. Y el problema es que hay suficientes estudios que muestran que las medicinas que tenemos no ayudan en el largo plazo tampoco. Creo que los responsables de las políticas de salud pública tienen una lucha difícil de resolver. Por un lado, la medicación les ayuda porque distrae a la gente del verdadero problema, de las causas sociales que genera su descontento, que son mucho más difíciles de cambiar. En ese sentido, les ofrece una alternativa de corto plazo que funciona. Pero por otro lado, son conscientes de que el sistema de salud está desbordado.

-También explica en Sedados la manera en la que se creó el 'Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales' (DSM, por sus siglas en inglés) desde la década de los 80, que no se basó en evidencia científica, sino que terminó incorporando trastornos mentales por votación de un reducidísimo grupo de profesionales de la salud mental y que luego tuvo una distribución masiva entre los profesionales gracias a la propia industria farmacéutica, que lo regalaba a los profesionales. Sin embargo, si no hay un vínculo biológico con la enfermedad, como ocurre con otros ámbitos de la medicina, ¿cómo se puede categorizar en salud mental?

Creo que tenemos que dimensionar la manera en la que categorizamos el desánimo. No me opongo a la idea de que haya diferentes niveles de sufrimiento. No se puede negar que existe la personalidad bipolar o la esquizofrenia. Y que hay diferentes niveles, incluso que cambian en el tiempo o de una cultura a otra. Hay muchas maneras de sufrir esquizofrenia, las experiencias son muy diversas. Y creo que identificarlas es una ocupación importante, no sólo para guiar a la persona que lo está sufriendo. También en relación a la investigación. Pero el DSM hace algo más que eso. No clasifica sólo la experiencia humana, lo que hace es decirnos que esas experiencias son patologías, desórdenes, disfunciones. Es decir, que el problema es que tienes algo dentro que no funciona bien. No que haya elementos externos que te lo estén provocando. Esto es con lo que no estoy de acuerdo, me opongo a esto, porque no hay evidencias científicas que lo apoyen. No hay evidencias científicas de que estés deprimido y sufriendo ansiedad porque tengas una disfunción en la cabeza. Puede ser que tenga que ver por que vives unas circunstancias dañinas.

"La medicación que se presenta como algo que es bueno para nosotros puede, de hecho, hacernos daño"

Las personas que trabajamos con gente que tiene un sufrimiento emocional vemos en seguida que ese sufrimiento es una reacción comprensible a las dificultades que están enfrentando, bien sean hechos que han vivido en el pasado o la situación que están enfrentando en ese momento. Así que lo que propongo es no patologizar el sufrimiento. Lo que se hace es decir: tienes una enfermedad que encaja con este medicamento y lo que yo propongo es acudir a la fuente del sufrimiento.

Ese es el modelo que preferiría, aunque pueda apoyarse puntualmente en la medicación. Y ese modelo existe, el problema es que no es el dominante, por un montón de razones históricas y económicas. La investigación muestra que para las personas con salud mental más grave la medicación funciona en el corto plazo, para estabilizarlos. Hay un papel para la medicación psiquiátrica en estas situaciones, es importante reconocerlo. El problema es que se está aplicando demasiado tiempo y en personas que no tienen una situación grave, sino afecciones menores.

-Hay suficiente investigación formal, publicaciones en revistas científicas, que pone en duda la efectividad de la medicación en el largo plazo y que demuestra que hay una sobremedicación. La realidad es que, en el sistema público español de salud -y por lo que menciona en el libro, veo que es similar en el Reino Unido-, las citas con los especialistas de salud mental se demoran excesivamente en el tiempo y para atender la urgencia de la población los propios médicos de familia recetan este tipo de fármacos. ¿Es posible controlar la prescripción de medicamentos para la ansiedad y el estrés emocional?

Lo que tenemos hoy en relación al consumo de medicamentos para la salud mental está completamente fuera de control. Hemos minimizado los efectos adversos, los efectos nocivos que estos medicamentos pueden causar, sobre todo si no se retiran pronto. Y hemos sobrevendido y exagerado esa supuesta eficacia. Y una de las muchas razones por las que se ha permitido esto es que la investigación está corrompida de base por los intereses industriales. No tenemos sistemas regulatorios tan robustos como merecemos como sociedades y como esperaríamos. Quiero decir, nuestro MHRA (la agencia que regula los medicamentos en Reino Unido) está financiado al 100% por honorarios de la industria y está dirigida por profesionales de la industria. Esto es completamente inaceptable. Si quieres un regulador que funcione como debe, el regulador tiene que ser económicamente independiente de la industria que está regulando. Una de las razones de la crisis financiera de 2008 fue precisamente que los reguladores de los servicios financieros estaban financiados por el propio sistema financiero que estaba regulando. Esta puerta giratoria es un sello distintivo del capitalismo reciente. Lo vemos industria tras industria y, por supuesto, en la farmacéutica.

-Es difícil tener un debate equilibrado en este sentido, porque en la actualidad surgen los negacionistas que hablan de conspiraciones o peor, los antivacunas, ¿no cree? ¿Cuál ha sido la reacción que ha recibido después de la publicación del libro, en este sentido? ¿Ha recibido algún ataque?

No, no he sido atacado, de hecho. Pero sí he podido participar en debates bastante fuerte, pero basados en evidencia científica. La salud mental es un campo conflictivo. Y obviamente he sido parte de eso porque algunos de los argumentos que propongo están en desacuerdo con el 'statu quo'. Y cada vez que articulas un punto de vista que no se ajusta al statu quo, siempre recibes rechazo. Pero creo que mucho más que eso, he recibido una respuesta positiva. Creo que mucha gente ha recibido muy bien el libro. El estilo de análisis que he adoptado, que consiste en enraizar el problema en la deferencia del sector al capitalismo, evita que se me considere un negacionista.

No estoy culpando a los psiquiatras. Estoy diciendo que estos son problemas sistémicos los que nos han llevado a la situación en la que nos encontramos. Y si vamos a cambiarlo, hay que observar los impulsores sistémicos e intervenir a ese nivel. Los últimos años están siendo especialmente duro para los profesionales de la salud mental. Muchos psiquiatras se han mostrado muy interesados en este enfoque y abiertos a los argumentos. Ellos no son el enemigo. Tampoco el resto de médicos. Los médicos de cabecera recetan la mayoría de los antidepresivos, pero ¿qué más pueden hacer? No tienen nada más a mano. Lo hacen por instinto. Quieren hacer algo en lugar de no hacer nada. Así que no se trata de ellos, se trata de la estructura, el sistema y lo que le hace a las personas.