eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Refugiados ucranianos

El primer día de cole lejos de la guerra

La llegada de niños refugiados duplica el número de alumnos de la escuela ucraniana de Barcelona, en el distrito de Sant Martí

La pequeña Mariya, de 8 años, en su nueva escuela apenas una semana después de su llegada a Barcelona. MANU MITRU

Sin mochila, ni libreta, ni estuche, ni apenas un libro. Tan siquiera sin saber si podrá entrar en la clase. Con la misma ropa con la que escapó de Ucrania pero las ganas intactas de hacer experimentos en clase y volver a practicar gimnasia rítmica. Así es la vuelta a la escuela de Mariya Panlichenkova y de los más de 200 niños refugiados que, en las últimas semanas, se han incorporado a la escuela ucraniana de Barcelona después de huir de la guerra. Esta escuela, que cada sábado ofrece clases en ucraniano para 200 niños nacidos o migrados desde hace más de una década, no da abasto ante la avalancha de peticiones. "Es su forma de volver un poco a su vida de antes, de estar en una clase que entienden", cuenta una profesora.

"Le acabo de decir al conserje que cierre la puerta y que no deje entrar a más familias", dice con los ojos vidriosos Svetlana Shkolna, directora de la escuela ucraniana de Barcelona. El centro está homologado por el Ministerio de Educación de Ucrania y cada sábado imparte clases a niños de 4 a 16 años tal y como se hace en el país eslavo. Usan las instalaciones del instituto Salvador Seguí, en el distrito de Sant Martí de la capital catalana, y hasta el estallido de la guerra eran unos 200 niños los que estaban escolarizados cada sábado. Hoy son más de 400, según los cálculos de Shkolna. "No podemos hacer más, nos vienen las familias refugiadas llorando pidiendo de entrar pero no tenemos más espacio", explica. Por el momento los niños más pequeños, de 4 a 6 años, se han trasladado a otro equipamiento para poder atender a los alumnos restantes. Pero en menos de dos horas los huecos se han vuelto a llenar.

Madres a la espera

Lo demuestra la hilera de madres que esperan ser atendidas por la secretaria de la escuela. Entre ellos están Alina Panlichenkova y su hija Mariya, de 8 años. La familia llegó a Barcelona hace apenas una semana y comentaron su experiencia, miedos y sueños a El Periódico de Catalunya, diario del mismo grupo, Prensa Ibérica, que este periódico,  desde el espacio improvisado de la Cruz Roja. Ahora viven en un hotel en Comarruga (Tarragona) con la ayuda de la entidad humanitaria. La niña ha estado un mes sin ir a la escuela a causa de los bombardeos. Iba a la clase de segundo, dice con los dos dedos de las manos. "Hace dos días que ha ido a una escuela en catalán, pero sé que aquí se puede sentir como en casa", reconoce la madre. No es de extrañar. Los libros, las explicaciones de los profesores y los chismorreos de los compañeros son todos en su lengua.

Abrazos de bienvenida

Dos horas después de hacer cola, la pequeña abre la puerta de la que será su nueva clase sabatina. Lo hace cogida de la mano de la profesora. El resto de niños del aula se le echan encima para darle la bienvenida con un fuerte abrazo. Un ritual que devuelve la sonrisa a Mariya. "Antes de la guerra éramos 9 niños en la clase, ahora somos 19", cuenta Vlodimir, uno de los alumnos. Se nota quiénes son los nuevos porque llevan material escolar de prestado. No hay purpurina, ni dibujos animados. Tan solo un bolígrafo y una libreta. Tampoco hay libros de texto para ellos, ya que estos se imprimen en Ucrania y de momento no llega ni uno de los pedidos.

Yustina es de las menos vergonzosas del aula, y en menos de dos minutos se lanza a hablar con Mariya. "Los niños que vienen de la guerra están muy tristes, por eso les damos abrazos y jugamos siempre con ellos", explica. Luego baja la mirada al suelo. "Pero otros niños de la clase también lo estamos. Hay un niño que ha perdido a su padre en la guerra. Y mi tío también se ha muerto por las bombas", suelta con total sinceridad.

El estado emocional de los niños de esta escuela pende de un hilo. "Especialmente los más pequeños, que cuando oyen una sirena se asustan, vuelven al bombardeo. Por eso no dudamos ni un segundo en acoger gratuitamente a los niños refugiados. Necesitan volver a la normalidad y les ayuda ir a la escuela como antes", insiste la directora. También se ha percatado de ello Snizhana, profesora de primaria cada sábado y recepcionista de hotel entre semana porque aún no ha podido homologar en España su título de docente. Su aula también se ha duplicado. "Los niños refugiados están en su mundo, muy encerrados y nerviosos. Han sufrido muchísimo y les cuesta volver a estar cómodos", describe. Poco a poco ve cómo van cambiando. "Hay niños que ya llevan tres semanas y notas cómo se van acostumbrando, les gusta más venir aquí que la escuela en catalán porque lo entienden todo", prosigue.

Apoyo entre adolescentes

La clase de cuarto de la ESO es una de las que más ha crecido. De 8 alumnos ha pasado a 25. A lmediodía toca trigonometría. "En estas edades son los que están más nerviosos. Porque como hacen la selectividad de aquí, les va a condicionar mucho el futuro", cuenta la directora, que es quien imparte la clase. A muchos les cuesta centrarse en la hoja de cálculo que les entrega la profesora. Por ejemplo, Marta y Masha, dos chicas de 16 años que han vivido los bombardeos en Kiev y Jartov. "Si me preguntas si me gusta estar aquí, te digo que no, no me gusta. Quiero estar en mi escuela, con mis amigos... Mi vida estaba bien. Pero esta escuela me gusta, los profesores son buenos y los compañeros también", dice Marta. Los alumnos ya se han intercambiado los móviles y quedan entre semana para animarse unos a otros. "Yo porque estoy en clase y no puedo acompañarles pero les digo sitios chulos para ir en Barcelona, para conocer la ciudad...", comenta Diana, una de las barcelonesas.

A las cuatro de la tarde suena el timbre. Fin de las clases y vuelta a la rutina. Para unos, la rutina. Para otros, la nueva rutina. La de ir al hotel, limpiar la poca ropa que tienen con el grifo del baño y vivir en un país en el que prácticamente no entienden media palabra de su lengua. Pero Mariya está contenta. Y también su madre. "Tiene tantas ganas de volver la semana que viene... creo que es como tener un pedacito de lo que era su vida antes", comenta después de recogerla.

¿Qué es y cómo funciona la escuela ucraniana de Barcelona?

La escuela ucraniana nació en 2010 ante la necesidad y la voluntad de una asociación de padres y madres ucranianos de que sus hijos aprendieran su lengua materna cada sábado. "Para muchos también sirve como un refuerzo escolar, porque no nos limitamos a enseñar la lengua, damos clases de matemáticas, inglés, ciencias..." explica la directora del centro.

El proyectó empezó en una iglesia ortodoxa en Barcelona, pero a medida que más niños se implicaron en él, en el año 2012, se trasladó en el instituto Turó de Roquetes, en Nou Barris. En 2018 los 200 alumnos del centro se mudaron a otro instituto de la ciudad, el Salvador Seguí, en La Verneda. Y allí siguen hasta hoy, a pesar de que el aumento de alumnos refugiados ya ha implicado otro traslado para los más pequeños.

La escuela se financia única y exclusivamente con las cuotas que pagan las familias, que varían entre los 30 y 40 euros mensuales. Sin embargo, el centro está habilitado por la Escuela Internacional Ucraniana y el Ministerio de Educación de Ucrania, y por ello, los alumnos que lo desean pueden hacer los exámenes del país eslavo y obtener su título homólogo de enseñanza.

Por el momento, los niños refugiados que entran en el aula no pagan ninguna cuota y son el resto de familias quienes se hacen cargo de su escolarización. También es la asociación familiar la que financia el material escolar que precisan o van a precisar. Aunque, debido a la guerra, es imposible conseguir los libros de texto que usan en el centro, ya que se editan e imprimen en el país eslavo.

Compartir el artículo

stats