La Iglesia Católica conmemora cada 28 de diciembre la gran matanza que ordenó el rey de Judea, Herodes I el Grande, y que tuvo como objetivo todos los niños que hubieran nacido en Belén y fueran menores de dos años. Una masacre generalizada para intentar acabar con el recién nacido Mesías, y que es mencionada en el Evangelio de Mateo. Eso es lo que nos dice la tradición cristiana, pero lo cierto es que tan sólo se hace referencia a ese hecho en el Nuevo Testamento. No existe ninguna otra fuente histórica que lo mencione, ni tan siquiera por parte del historiador judío Tito Flavio Josefo, que escribió sus obras apenas unas pocas décadas después de lo sucedido. En ningún momento menciona dicha matanza, aunque también es posible que de haber ocurrido esta no fuera de tan grandes proporciones como nos cuenta Mateo y que tal suceso no llegara nunca a oídos de Josefo.

Ocurriera o no, lo cierto es que esta historia hace referencia a un hecho macabro y es realmente curioso que a lo largo del tiempo su conmemoración se haya transformado en un día propicio para intentar gastar bromas a nuestros familiares y amigos y que incluso tiene su eco en la misma prensa diaria como un pequeño guiño hacia los lectores.

Esta conmemoración tiene mucho arraigo popular tanto en España como en varios países de Hispanoamérica, donde en muchos lugares también es costumbre no prestar nada a nadie durante ese día por temor a no recuperarlo nunca y que te digan la frase "inocente palomita que te dejaste engañar, sabiendo en este día nada se puede prestar".

La verdad es que no está del todo claro cuál puede ser el origen de la tradición de gastar bromas en esta fecha, aunque es posible que se trate de una mezcolanza de distintas costumbres y culturas que a lo largo de los siglos han derivado en ello. Precisamente, en las fechas entorno al solsticio de invierno, los antiguos romanos celebraban la fiestas de las Satunarlia. Durante esos días, Roma era una fiesta y escenario de situaciones inverosímiles en el resto del año. La gente se divertía, las calles eran iluminadas incluso a altas horas de la madrugada y era costumbre también el hacerse regalos los unos a los otros. Era una festividad pagana de enorme arraigo, por lo que no es de extrañar que para luchar contra ella y adoptarla en su propio calendario festivo, el cristianismo pusiera siglos más tarde el nacimiento de Jesucristo entre los días 24 y 25 de diciembre, haciendo clara competencia a esa fiesta y a la celebración del sol invicto.

También aquellos días existía cierta tradición de un intercambio de papeles, en el que los esclavos se convertían en amos y estos en esclavos. Una situación curiosa que pudo tener su eco más tarde con una festividad cristiana y ya olvidada a la que se conocía como la fiesta de los locos o incluso también en la fiesta del obispillo. Ambas tenían en común que se daba la vuelta a los órdenes tradicionales de poder, igual que las Saturnalias romanas. Por ejemplo, con la fiesta del obispillo, en algunos lugares durante buena parte de la Edad Media se hacía una inversión en los papeles y, durante unos días, un niño era investido con el poder del obispo y era precisamente entorno a estos últimos días del año cuando se celebraba. Una especie de recuerdo a esa festividad de los Santos Inocentes que se va tornando hacía una especie de pequeña broma social que a veces se iba un poco de las manos. Por eso, la propia Iglesia acabaría por entrar de oficio para tratar de controlar algunas de las tropelías que se realizaban esos días, muchas de ellas probablemente inventadas, pero que causaban un gran estupor entre la alta jerarquía de la Iglesia. Así que es muy probable que aunque se controlara esa festividad, finalmente acabó arraigando esa costumbre de gastar bromas precisamente en ese día de conmemoración de la matanza del rey Herodes. Porque como se suele decir, detrás de toda leyenda suele existir un pequeño poso de verdad.