Jesús Tomás de Miguel aparca su furgoneta ante lo que era su explotación agrícola junto a Villafranca y observa que sus horas de sudor han quedado enfangadas por la riada. La crecida del Ebro se le ha llevado por delante 20 hectáreas de cereal recién sembrado y ha anegado los invernaderos de los que esperaba recolectar 5.000 kilos de bisaltos, un tipo de leguminosa en el que había depositado su confianza en los últimos años. El agua ha dejado un paisaje desolador y, mucho peor, una insalvable incertidumbre. "No me quisieron asegurar los invernaderos, y ahora lo he perdido todo", explica el agricultor, con una expresión entre la sorna y la desesperación.

La explotación de Tomás se encuentra a orillas del río. A ella se accede a través de un caminito que se cruza por la N-2. En su cabeza están presentes todas y cada una de las cuatro avenidas (2003, 2015, 2018 y ahora 2021) que se llevaron sus campos por delante. "Esto de las riadas es como Forrest Gump buscando a Jenny. Cada vez que la iba a encontrar, se escapaba. Cada vez que los cultivos se recuperan, el agua se las vuelve a llevar por delante", lamenta. Esta vez, las pérdidas directas se elevan hasta los 3.000 euros, aunque Tomás dejará de ingresar "entre 12.000 y 15.000 euros". Algo recuperará, piensa, gracias a que aseguró el cereal el pasado viernes. "Lo acababa de sembrar, es ahora la época, y pago 2.000 euros de seguro todos los años", reitera.

El agricultor cuenta que en 2015 ya perdió todo por la riada. Por aquel entonces, su esposa y él trabajaban como autónomos. Tenían además cuatro empleados para trabajar en los más de 20.000 metros cuadrados de invernaderos en los que cultivaba borrajas. Así le conocían en los mercados de Zaragoza, como 'El Borrajas'. Dice Tomás que le ofrecieron una subvención de 70.000 euros para volver a empezar. Pero una de las condiciones era construir su explotación en el mismo lugar. La rechazó. Quería sembrar en alto, lejos del agua. "Fue la ruina total. Me quedé solo con esto, y ahora se vuelve a inundar", repite el agricultor.

Los invernaderos tienen más de un metro agua. ANDREEA VORNICU

No ha habido demasiado tiempo para asimilar la devastación que en sus campos. La primera reflexión que viene a la cabeza de este hombre de 61 años es que habrá que sacarse las castañas del fuego. "Si no me pagan el cereal, buscaré trabajo de transportista o conduciendo tractores. No quiero salir tampoco de esto, aunque ahora tampoco está difícil para encontrar algo", afirma Jesús Tomás, añadiendo que aún deberá pagar la cuota de autónomo.

"Ya sabemos lo que pasa en esta zona, pero es que algo tienen que hacer. Que limpien el río o algo. Lo que sea...". Jesús Tomás, uno de tantos agricultores y ganaderos que pierden bajo el agua su medio de vida, se despide de su cosecha este año. Pero ni con esas pierde el buen humor.