Meriendas sin envoltorios de plásticos, ropa que sirve para varias generaciones, comedores sin despilfarro alimentario y problemas de matemáticas donde los alumnos calculan cuántos litros de agua se necesita para fabricar unos tejanos. Estas son algunas de las batallas que ha emprendido Teachers For Future, un movimiento de docentes que pretende llevar a las aulas la educación ambiental. En España está liderado por Miriam Campos Leirós (Mos, Pontevedra, 1977), activista medioambiental y maestra de 5º de primaria en el colegio público gallego Mallón.

¿Cómo surge Teachers for Future Spain?

Los niños y las niñas se conocen más marcas de móviles que de pájaros o árboles, así que en 2017 un grupo de profesores preocupados por el medio ambiente y los currículos escolares creamos el blog divulgativo El guiño verde. Después los medios pusieron el foco sobre Greta Thunberg y unos estudiantes catalanes, muy movilizados en la universidad, se pusieron en contacto conmigo. A partir de ahí, conocí el movimiento Fridays for future y Teachers for future. En 2019, pedí permiso para representarlo en España y El guiño verde se transformó en Teachers For Future Spain.

¿A cuántos coles han llegado y a cuántos quieren llegar?

No tenemos un registro oficial. Nuestro objetivo sería llegar a los 28.000 centros educativos. En septiembre lanzamos la campaña ‘28.000 por el clima’.

Uno de sus programas estrella es ‘recreo residuo cero’. ¿En qué consiste?

Desde finales de los años 80 nos han enseñado la importancia de reciclar. Vale, pero la prioridad debería ser otra palabra con r: reducir. Si yo no uso plástico no me tengo que preocupar por llevarlo al contenedor amarillo. Además, no todos los plásticos son reciclables. Lo que proponemos es que el bocata o la fruta del desayuno de los estudiantes venga en un túper y el agua, en un termo. Así ya no hay residuos. Además, suele coincidir que los almuerzos con más plástico y envoltorios son los menos saludables: bollería industrial y alimentos ultraprocesados. Reducir residuos no solo es bueno para el planeta sino para nuestra salud. 

Es un programa implantado, por ejemplo, en el colegio al que iba la princesa Leonor, que es privado. ¿Cómo se consigue despolitizar la educación verde?

Nuestros programas están disponibles para todos los centros, ya sean públicos, concertados, privados o religiosos. El cuidado del planeta nos afecta a todos. Por encima de las ideologías están las personas.

La nueva ley de educación impregna los currículos de educación medioambiental. ¿Qué nota le pone a la norma?

Ahora mismo hay centros muy comprometidos, pero es algo que depende de la buena voluntad del claustro. En muchos coles hay un responsable de sostenibilidad, pero no una figura oficial. La LOMLOE, efectivamente, dice que el cuidado del planeta tiene que formar parte del proyecto educativo. Es un gran paso y confiamos en que las autonomías lo respeten cuando apliquen la norma en el día a día. Salvar el planeta es un concepto romántico, pero completamente erróneo. El planeta puede seguir sin nosotros. De lo que hablamos es de salvarnos como especie. Nuestra calidad de vida será mejor o peor en función de las condiciones medioambientales. Esto se tiene que impartir de manera trasversal en todas las etapas educativas. Habrá quien se limite a celebrar el día del árbol o del medio ambiente. Eso está bien, pero se queda corto.

También es insuficiente disponer solo de un minihuerto en un cole o hacer una excursión al monte una vez al año.

Exactamente. Esto es un trabajo diario. Nuestra huella es palpable en la ropa que usamos, el desayuno que tomamos o nuestra manera de ir al cole. No queremos que las administraciones multen por usar plásticos, lo que perseguimos es reducir el plástico. Debemos reivindicar un transporte público en condiciones que nos facilite no coger el coche. 

¿Están concienciados los padres y las madres?

Hay de todo. Hay quien te dice que no tiene tiempo para nada y ofrece bollería industrial a sus hijos para merendar. La calidad de vida también es preocuparte por lo que te metes en el cuerpo, que es la hucha en la que acumulas tus ahorros. Vemos que, en muchos hogares, son las niñas y los niños los que presionan a sus padres para hacer las cosas bien. No me gusta poner el dedo acusador en nadie. Echo de menos una campaña pública a favor de la sostenibilidad, como sí se hace para prevenir accidentes de tráfico o drogadicción. Aquí solo se habla de naturaleza en las aulas cuando hay una inundación o una catástrofe natural.

¿Cómo se enseña medio ambiente en la asignatura de matemáticas?

Te pongo un ejemplo. Dejemos de hacer problemas con huevos y gallinas y pongamos ejercicios para calcular cuánta agua consume fabricar un jersey o una camiseta. O la diferencia entre comprar unas naranjas de Valencia o de Chile. Hablemos de las sequías y veamos los kilómetros que tienen que recorrer los refugiados climáticos.

¿Qué más iniciativas escolares tienen en la recámara?

Dos que me hacen especial ilusión. Una tiene por objetivo alertar a los estudiantes sobre los bulos y las 'fake news'. Lo queramos o no, todos los niños tienen un móvil cuando cumplen 10 años. Buscan información y todos hemos visto el destrozo que ha hecho el negacionismo durante la pandemia. Queremos que los niños y las niñas sepan acudir a fuentes solventes y sepan distinguir la información seria y rigurosa.

¿Y el otro?

Pone el dedo en la llaga del consumo excesivo. Tantos regalos, tantas compras, tantos envoltorios, tantos disfraces, tantos juguetitos de un solo uso, tanta Navidad, tanto Halloween, tanto 'black friday'… Ya está bien de consumir de manera exagerada. Tenemos que recalcar que el mejor regalo no es la cosa más cara de una tienda sino un bizcocho hecho por ti.