Desde el lanzamiento del Sputnik 1, el primer satélite artificial, el 4 de octubre de 1957, la pasión de la humanidad por las actividades espaciales solo ha crecido y se ha vuelto más diversa. El espacio es cada vez más accesible hoy en día gracias al progreso tecnológico, y se ha convertido en un asunto de gran importancia para los estados, organizaciones intergubernamentales y el sector privado. Han surgido enormes beneficios de la aplicación de tecnologías espaciales en los campos de telecomunicaciones, salud, docencia, gestión ambiental y pronósticos meteorológicos, así como en gestión de desastres, entre otros.

Actualmente hay unos 22 000 objetos en órbita terrestre de un tamaño superior a 10 cm, de los cuales alrededor de 4000 son satélites operativos. El resto constituye la población que se denomina basura espacial, que incluye satélites abandonados, etapas de cohetes, fragmentos de colisiones o explosiones, herramientas perdidas por los astronautas, etc. Se estima que alrededor de 100 000 satélites podrían ser lanzados a la órbita terrestre baja no geosincrónica (LEO, entre 200 y 2000 km de altitud) en la próxima década. Varias empresas ya han comenzado la construcción y lanzamiento de megaconstelaciones de pequeños satélites, como Starlink y Oneweb.

Como contraposición a los posibles beneficios tecnológicos y sociales derivados de estos proyectos, las constelaciones de satélites suponen un desafío a la sostenibilidad espacial y aún más: cambiarán drásticamente la visión del cielo nocturno para casi todas las personas del planeta. Este cambio en el prístino cielo nocturno tiene impactos negativos en las reservas de cielo oscuro, astrofotografía, prácticas culturales, vida animal y, por supuesto, ciencia astronómica. Como motivo de preocupación para los observatorios astronómicos, las grandes constelaciones de satélites en órbita terrestre baja afectarán a las observaciones en el visible e infrarrojo cercano debido a la luz reflejada en estas bandas. Para la radioastronomía, la situación es aún peor, puesto que los satélites emiten en las bandas en las que observan algunos radiotelescopios. De esta manera, cualquier satélite por encima del horizonte podría afectar a las observaciones en radio, mientras que en el visible e infrarrojo cercano la principal interferencia viene de los satélites iluminados por el Sol.

El brillo de los satélites en órbita terrestre depende de múltiple factores, pero las medidas realizadas por varios equipos internacionales, entre los que se encuentra el Instituto de Astrofísica de Canarias, con observaciones realizadas en los telescopios IAC80 y Carlos Sánchez, indican que la llamada “magnitud aparente” de los satélites Starlink (a 550 km de altura) está en el rango 4-5, mientras que para los satélites Oneweb (a 1200 km de altitud) es de 6-7 (por lo tanto más débiles). Como referencia, el ser humano es capaz de ver hasta estrellas de magnitud 6 con el ojo desnudo. Este rango de magnitudes permite concluir que las nuevas megaconstelaciones de satélites serán extraordinariamente brillantes, más que el 99% de los objetos actualmente en órbita terrestre.

El número de satélites detectables con telescopios varía mucho con las condiciones de iluminación solar: así, el recuento cambia tanto con la hora local como con la estación del año. Normalmente, en invierno hay varias horas alrededor de la media noche con cero satélites detectables, pero la situación cambia en verano, con satélites detectables durante toda la noche. Las simulaciones indican que para muchas direcciones de apuntado y desde muchas latitudes, tanto al comienzo como al final de la noche astronómica, un número esperado de dos trazas de satélites serán comunes en las imágenes tomadas por los telescopios, considerando un campo de visión de un grado cuadrado (algo así como una región del cielo con radio dos veces el tamaño de la Luna llena) y tiempos de integración de un minuto. La mayoría de los trazas se deben a satélites colocados en órbitas de mayor altitud, que están más tiempo iluminados por el Sol.

Desde el año 2020, la comunidad astronómica se ha reunido en conferencias internacionales en las que se ha tratado la contaminación lumínica producida por las constelaciones de satélites. En estas conferencias participaron astrónomos/as, operadores/as de satélites, defensores/as del cielo oscuro, formuladores/as de políticas y otros, para discutir, comprender y cuantificar el impacto de las grandes constelaciones de satélites en la astronomía y el ser humano. Una de las conferencias más importantes fue Dark and Quiet Skies for Science and Society, organizada, entre otros, por el Instituto de Astrofísica de Canarias. Como resultado de estas conferencias, se elaboraron documentos públicos con recomendaciones que cubren diferentes aspectos para mitigar el impacto de las megaconstelaciones de satélites. En la nueva edición del congreso Dark and Quiet Skies for Science and Society, que se celebrará el próximo mes de octubre en la isla de La Palma, expertos de todo el mundo volverán a reunirse para discutir cómo implementar las recomendaciones formuladas en la edición anterior. Esperamos que suponga un importante progreso para tratar los efectos negativos de las constelaciones de satélites en la Astronomía y Sociedad. 

* Olga María Zamora Sánchez nació en Valdepeñas (Ciudad Real) y es Licenciada y Doctora en Física por la Universidad de Granada. Desde el año 2013 es astrónoma de soporte de los Observatorios de Canarias, donde participa en la supervisión de multitud de telescopios del Instituto de Astrofísica de Canarias y de otras instituciones. Desde el año 2020 es miembro del grupo de la Sociedad Española de Astronomía Icosaedro dedicado al estudio del impacto de las megaconstelaciones de satélites en detectores de radio y ópticos. 

Imágenes del paso de un satélite Oneweb por el campo del Telescopio Carlos Sánchez en cuatro bandas del visible diferentes (desde el azul, arriba a la izquierda, al rojo, abajo a la derecha).

*Adriana de Lorenzo-Cáceres Rodríguez, natural de Santa Cruz de Tenerife, es la coordinadora de Gaveta de Astrofísica. Licenciada y Doctora en Física por la Universidad de La Laguna con un proyecto de investigación sobre galaxias desarrollado en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), ha sido investigadora postdoctoral en la Universidad de St Andrews (Escocia), la Universidad de Granada, la Universidad Nacional Autónoma de México y el IAC. Actualmente trabaja en la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro de la Comisión Mujer y Astronomía de la Sociedad Española de Astronomía y del equipo editorial de su boletín bianual.