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Cuando la lava quiso ser palmera

En octubre se cumplirán 50 años de la erupción del Teneguía, en Fuencaliente

Un grupo de personas junto al Teneguía en plena erupción volcánica en 1971.

1971. La vida transcurría tranquila en La Palma, donde sus habitantes acababan de despedir el verano y esperaban la llegada del clima más fresco del otoño. Pero la sorpresa de ese mes de octubre no llegó del cielo sino desde las entrañas de su Isla Bonita. Después de cinco días de temblores casi ininterrumpidos y con cada vez más intensidad, la tierra se abrió en la zona de Cumbre Vieja para dejar salir una columna de lava y ceniza. Así nació, hace ahora 46 años, el volcán Teneguía.

El fenómeno logró captar la atención de los científicos de la Península, que viajaron hasta Canarias para contemplar el fenómeno con esos ojos curiosos que solo tienen los investigadores. No en vano, a pesar de ser un archipiélago eminentemente volcánico, apenas ha habido erupciones en la era moderna. De hecho, solo se tiene constancia de 18 de estos procesos, aunque Teneguía fue el último volcán surgido en tierra. En 2011, tuvimos en las Islas otro episodio en el mar, el del volcán Tagoro en El Hierro, que incluso llevó a pensar en el surgimiento de una nueva isla por la enorme carga magmática del volcán submarino, pero la lava no llegó a emerger sobre la línea del mar.

Antes de que los colores naranja, rojo y gris tiñeran la cumbre palmera, a los habitantes de La Palma les tocó vivir varios días de auténtico temor. No se sabía qué pasaba, nadie podía aventurarse a predecir lo que ocurría, pero lo que parecía claro es el estremecimiento de La Palma debía tener un motivo, un origen, una causa... Fueron los más ancianos del lugar los que hicieron gala de la memoria de la vida y no dudaron en comparar tanto movimiento interno con la anterior erupción acontecida en la Isla, en 1949. Entre una y otra pasaron 22 años. Si los movimientos sísmicos actuales son el preludio de una nueva erupción volcánica, habrán pasado más del doble que entonces entre una y otra.

La mayoría escuchaba con expectación, una sensación que se tornó a miedo cuando durante el 21 de octubre lo que había surgido como un enjambre fue convirtiéndose en el primero de varios días de terremotos. Ese temor llevó a los vecinos a vaciar sus casas e incluso pernoctar en su vehículos o la intemperie, ante las expectativas de que la noche no sería nada tranquila. Mucho no lo fue, sobre todo si se tiene en cuenta que la estación de medición de la Universidad de Columbia en Puerto Naos detectó hasta un millar de temblores.

Grietas en algunas viviendas fueron las primeras consecuencias y la población empezó a acostumbrarse a que la tierra temblara a cada momento bajos sus pies, llegando incluso a relajarse cuando el 24 de octubre apenas se sintieron seísmos. Solo era la antesala de lo que estaba por venir, al día siguiente La Palma rugió y a las tres de la tarde del día 26 empezó a surgir un nuevo volcán para Canarias.

La erupción fue relativamente corta, pues duró menos de un mes, pero al menos durante los primeros momentos la incertidumbre y las dudas de lo que tenía preparado la lava fueron suficientes motivos como para prevenir males mayores. Lo primero, desalojar a las pequeñas localidades más próximas a la zona, trasladando a sus habitantes hasta la capital de la Isla. Durante unos días, Santa Cruz de La Palma acogió a la población de Los Quemados, Las Indias y Las Caletas mientras se esperaba para ver cómo y dónde emanaba el que a la postre fuera denominado como Teneguía.

Las dudas se basaban en que en su búsqueda de la superficie, el magma llegó a provocar varias bocas, lo que produjo formaciones de flujos a partir de desplomes de coladas en la vertiente suroeste de La Palma. En ese tiempo solo un momento radicó cierto peligro para la ciudadanía: el desplazamiento de la lava hacia a costa obligó a la evacuación de 28 barcos de pesca en la playa del Faro, momentos en los que algunos de los que acudieron al proceso se vieron atrapados entre la lava y el mar.

Expectación

El riesgo y el miedo pronto dieron paso a la curiosidad y la novelería. Además de los científicos deseosos de conocer más acerca de estos procesos volcánicos a través de la observación en directo, se sumaron miles de visitantes que recalaron en tierras palmeras para ver el nuevo volcán en pleno apogeo. De hecho, uno de ellos, con la avidez de acercarse lo máximo posible al fenómeno que le regalaba la naturaleza, se saltó el cordón de seguridad y sufrió una intoxicación por inhalación de gases que le provocó la muerte.

El proceso eruptivo concluyó casi un mes después, el 18 de noviembre, con una plataforma nueva que se conoce como Isla Baja como principal consecuencia para La Palma. De hecho, según los estudios de los geólogos desplazados para conocer el fenómeno, el terreno isleño llegó a aumentarse en alrededor de dos millones de metros cuadrados, declarados Monumento Natural por la Ley de Espacios Naturales de Canarias.

Así lo confirmó en 2016 el investigador Alfredo Hernández-Pacheco durante una conferencia en Garachico. El excatedrático de Petrología de la Universidad Complutense de Madrid, acudió a La Palma en 1971 tras recibir una llamada del geólogo canario Telesforo Bravo alertándole de la erupción. De hecho, conserva de su estancia en la Isla de numerosos documentos gráficos que reflejan el comportamiento del volcán, en el municipio de Fuencaliente.

Camino ya del medio siglo desde aquel fenómeno, la localidad no ha olvidado lo que es hasta el momento uno de los hechos relacionados con la naturaleza más importantes de su historia.

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