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“Acabé con una soga al cuello por el alcohol"

Un exalcohólico asturiano relata su experiencia dos décadas después de abandonar la bebida, que empezó a consumir con 14 años

Una copa de agua sustituye al alcohol. / PIM

Empezó a beber con 14 años, y no fue hasta los 32 que acudió a Alcohólicos Anónimos. En ese momento “mi vida estaba destrozada, yo era alguien sin valores, con una familia a la que solo daba problemas y hacía infeliz”. Ahora tiene 54, los mismos que cumple el colectivo en Avilés, y “soy una persona nueva. Prefiero morir antes que volver a beber. Pasé un infierno que no se lo deseo a nadie”. Y no lo dice en broma. De hecho, recayó e intentó quitarse la vida. “Me di tanto asco que acabé con una soga al cuello. Estuve 24 horas en la UCI y lograron sacarme adelante. Nunca más volví a probar ni una gota de alcohol”.

Juan (no da su apellido porque se preserva el anonimato de los integrantes del colectivo) era un buen estudiante, pero con solo 14 años probó el alcohol en botellones. “Hacía deporte, me encantaba. Y lo acabé perdiendo todo. Dejé de estudiar y me puse a trabajar, porque lo que quería era tener dinero. Era todo muy ‘guay’. Yo era muy ‘guay’, y creía que era capaz de manejarlo todo”.

Joven y con dinero, el alcohol y las fiestas le llevaron a probar otras drogas: marihuana, cocaína... “Es el camino habitual; uno acaba llevando a lo otro”, asegura. “Existe una línea imaginaria. El alcohólico cree que controla la situación, que puede dejar de beber cuando quiera. Pero no es verdad. Cuando se traspasa esa línea, es muy difícil el retorno. Niegas la realidad, se altera tu carácter y no sabes parar. No importa la cantidad ni la calidad de lo que ingieras. Lo único que te importa es beber, lo que sea, pero beber a cualquier hora y lo llegas a hacer a escondidas”.

El alcoholismo está reconocido como una enfermedad, y “psicológicamente es terrible, porque te das cuenta de que tienes una familia a la que estás destrozando, que lo puedes perder todo. Llegó un momento que me miraba al espejo y me daba asco a mi mismo”, continúa Juan en su relato.

Un día, su mujer le puso delante las antiguas Páginas Amarillas, y en ellas aparecía el número de teléfono de Alcohólicos Anónimos. Llamó y acudió a su primera reunión. “Fue muy importante para mi escuchar a los demás, sus historias, sus vivencias y sus consejos. Me impactó que me dijeran que me tenía que marcar metas alcanzables, por horas. Un día estás una hora sin beber, al otro, dos horas.... Cuando conseguí estar un día entero, no me lo podía creer. Fui realmente feliz”.

Pero Juan recayó, durante un encuentro con unos amigos. “Me llevó casi a la muerte. Me di tanta rabia y tanto asco, que me puse una soga al cuello para quitarme la vida. Prefería estar muerto que volver a la mala vida que tuve y que le había dado a mi familia. No lo podía soportar, y busqué la solución más cobarde. Me encontraron a tiempo; estuve 24 horas en la UCI, pero me sacaron adelante”.

Y nunca más volvió a probar ni una gota de alcohol. “Los problemas se reconocen y se afrontan. No hay otra forma de hacerlo. Entrar en Alcohólicos Anónimos supuso un cambio de vida total. El alcoholismo es una enfermedad que provoca una distorsión de la realidad y provoca el autoengaño, porque solo te engañas a ti mismo, a nadie más. Quienes te rodean saben perfectamente lo que te ocurre, y si te lo dicen lo niegas y te enfadas. Es una enfermedad de la que nunca te curas y frente a la que es imprescindible no solo tener voluntad, sino tener buena voluntad. Hubo personas que dejaron la asociación porque creían que lo habían superado, se confiaron, y acabaron muriendo. Porque al mínimo descuido, con una sola gota, la lías y vuelves para atrás”.

Juan asegura que ahora es “la persona más feliz del mundo. Lo soy cada día cuando me levanto y prefiero estar muerto que volver a beber. Pasé un infierno que no le deseo a nadie”.

Este avilesino cuenta su historia porque quiere ayudar a otras personas “a que sepan que pueden dejar el alcohol, que es posible, y que a partir de entonces serán felices. Como yo”.

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