Ni un solo alma respira en los centros de salud de Tenerife y Gran Canaria. El avance del coronavirus ha obligado a restringir la actividad para reducir los contactos y poder centrar a los profesionales en atender las demandas de los pacientes de covid-19. Sin embargo, aunque la puesta en marcha de esta medida es necesaria para evitar un colapso del sistema, supone una vuelta atrás en el avance hacia la normalidad.

«Ha sido traumático, nadie se esperaba otra ola, y teníamos la esperanza de ir avanzando hacia la normalidad». Desde el centro de una sala de espera blanca, diáfana y prácticamente vacía, María José Iglesias, la subdirectora del centro de salud de Candelaria, ubicado en la isla de Tenerife, articula estas palabras mostrando un inmenso pesar por volver, de nuevo, a la casilla de salida. En el enclave solo hay dos o tres pacientes, los pocos que, por la gravedad de sus patologías, han conseguido una de las dos citas presenciales que cada médico puede dispensar por día –una por cada 20 pacientes agendados de un total de 40–. El resto de consultas han pasado a ser, como lo fueron durante el confinamiento, telefónicas.

Vuelta a la casilla de salida

La sala, que antaño podría albergar el bullicio de más de 50 pacientes agotados por la espera, está totalmente vacía. Tras el estallido de la pandemia nada ha vuelto a ser igual. Las mascarillas, el triaje en la entrada, el bloqueo de butacas y la reconversión de muchos de los espacios del centro son la muestra de ello. Sin embargo, en los últimos meses, la vacuna había devuelto la esperanza a todos los profesionales, y aquella gran sala parecía ir encontrando algo de color. Las consultas presenciales se estaban retomando tímidamente, la lista de espera de pruebas diagnósticas empezaba a coger carrerilla, los profesionales se podían volcar de nuevo en la atención a sus pacientes crónicos y cada vez era más sencillo retomar los planes de prevención para mejorar la salud de la población, una de las principales tareas de la Atención Primaria.

Vuelta a la casilla de salida

Sin embargo, a finales del mes de julio, después de un mes continuado de crecimiento de casos de coronavirus, todo se truncó. La expansión de la variante Delta trajo un tsunami inesperado de positivos en coronavirus, que empezó a aumentar paulatinamente y sin pausa el trabajo de los sanitarios en los centros de salud. A la actividad normal y la gestión de parte de la vacunación –que también han tenido que soportar en estas instalaciones– se unieron una cantidad ingente de casos de coronavirus que requerían seguimiento, pequeños brotes intrafamiliares que había que rastrear y más pacientes con síntomas que debían saber su diagnóstico lo antes posible. Y fue entonces cuando la Consejería de Sanidad anunció que la Atención Primaria de Tenerife y Gran Canaria debería poner en marcha cuanto antes el Plan de Contingencia por segunda vez en toda la pandemia –siendo la primera durante el confinamiento–.

En una de las columnas de la sala ha aparecido un nuevo cartel que alerta que «los pacientes acudirán sin acompañantes salvo necesidades por edad o situación clínica» y que, además, «se suspende la realización de espirometrías, retinopatías y electrocardiogramas». Si no fuera porque aún hay gente en el exterior del edificio esperando a su turno para entrar en consulta, la desolación de ese centro de salud recordaría a la que vivieron durante el estallido de la primera ola, cuando el miedo llevó a la población a confinarse y esperar a que la situación mejorara, incluso aunque pudieran desarrollar un problema de salud.

Alrededor de Iglesias se encuentran cada una de las consultas habituales de médicos, enfermeros y matronas que conforman parte del equipo de este centro de salud. Sus jornadas comienzan cada día a las 08:00 horas de la mañana. Entran en su despacho, escudriñan la agenda del día –con cupos superiores a los previos a la pandemia– y descuelgan el teléfono. Uno tras otro, llaman a sus pacientes programados, ya sea para preguntarles cómo están, para darles los resultados, tratar de encontrar un diagnóstico acertado a kilómetros de distancia o darles los resultados de alguna prueba, incluida la de la Covid-19. A partir de las 13:00 horas, se cita a personas para vacunar, que puede oscilar entre 30 o 100 al día, y a las personas que deben hacerse una prueba diagnóstica de Covid-19. Para estos últimos se ha habilitado un espacio aledaño al centro de salud donde puedan guardar la distancia con otros pacientes. A las 14:00 y hasta las 19:00 horas, los médicos y enfermeros del siguiente turno se dedicarán a los pacientes incluidos en la agenda 195. Un documento que rellenan los rastreadores y derivan posteriormente a Atención Primaria dependiendo del municipio en el que resida la persona contagiada para asegurar un mejor rastreo.

«La Atención Primaria ha pasado de ser una puerta de entrada de la sanidad abierta de par en par a cualquiera que lo requiriese, al muro de contención de los hospitales», califica la subdirectora del centro de salud de Candelaria, que no esconde tras su rostro agotado el desasosiego que le genera haber dado pasos hacia atrás en la atención sanitaria. Y es que Iglesias, más allá del cansancio por las jornadas interminables, la continua reorganización de los espacios o la ingente y diversa cantidad de tareas que debe gestionar, no puede evitar pensar en que la pandemia les ha hurtado su principal fuerte: el trato directo a los pacientes.

Ana Joyanes, médico de familia en el Centro de Atención Primaria del Barrio de la Salud y portavoz de la Asociación de Médicos de Atención Primaria de Canarias, coincide en parte de este diagnóstico. Para ella, la activación de los Planes de Contingencia en esta área, «nos hacen volver atrás cuando ya nos estábamos recuperando».

La sanitaria se refiere concretamente a todos esos pacientes crónicos que dejaron de acudir tras el confinamiento o aquellos con una enfermedad aún no diagnosticada que requieren alguna de las pruebas canceladas. «Es una catástrofe», remarca, y especialmente lo es para el cuidado al paciente.

«Hemos estado pidiendo auxilio y no lo estamos recibiendo», lamenta Joyanes. La médico advierte de que en los centros de salud faltan «medios, recursos humanos y una reorganización de las tareas». Y es que, como argumenta, hay muchas actividades que se podrían canalizar a través de otros recursos del Servicio Canario de la Salud (SCS), que podrían mejorar la efectividad de la atención. Además, considera que el SCS debe pensar en contratar a más personal o reforzar al personal no sanitario, como la Administración, así como ofertar formación específica sobre el triaje de pacientes para agilizar las esperas y liberar a los sanitarios que están ejerciendo esas labores.

«Todo esto es demasiado; te quita tiempo, enfoque y fuerzas». Cansada de tener que soportar una situación que quizás se podría haber evitado, Joyanes alerta de que el problema no es que los trabajadores estén al borde de sus fuerzas, sino que los pacientes pueden acabar siendo víctimas del desasosiego generalizado que los profesionales sanitarios no pueden esconder más.