En 2015, las aguas de Canarias se llenaron de unos erizos muy singulares, los conocidos científicamente como Diadema africanum. Su proliferación masiva fue tan extraña que de inmediato se empezó a relacionar con la tropicalización de las aguas canarias debido al calentamiento global. La teoría tenía lógica, pues justamente en ese año los datos mostraban una tendencia clara del calentamiento del océano. Durante los años siguientes la capa somera del océano (la que se encuentra entre 200 y 800 metros de profundidad) empezó a registrar temperaturas más bajas, aunque aún con una tendencia positiva. Los erizos, mientras, siguen ahí y ahora sabemos que la explicación no era tan fácil. El investigador de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), José Juan Castro lo sabe de primera mano, pues ha estudiado estas poblaciones y hoy reafirma que la proliferación de esta especie estuvo más motivada por la sobrepesca de especies de peces que eran sus depredadores naturales que con que los erizos encontrarán en Canarias un lugar plácido para vivir a una temperatura adecuada.

El de los erizos podría considerarse un hecho aislado, pero lo cierto es que el cambio climático se ha convertido en un comodín para explicar cualquier fenómeno meteorológico extremo o situación ecológica fuera de lo normal, lo que supone no solo una forma de eludir responsabilidades sino también una manera de dejar escapar otras explicaciones científicas.

Las calimas, la desaparición de ciertas especies, los huracanes, las lluvias torrenciales o los incendios son ejemplos de fenómenos puntuales que no se pueden atribuir directamente a la acción del cambio climático, a no ser que se realice para ellos un complejo estudio de atribución. Con la llegada del verano mañana, que ya la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet) vaticina que será más cálido de lo habitual, y la probable ocurrencia de olas de calor, calimas, tormentas o aparición de microalgas en las costas, los investigadores recuerdan que no hay evidencia suficiente para atribuir estos eventos concretos al efecto del calentamiento global.

Un complejo laberinto

En las Islas, el cambio climático antropogénico se ha introducido como un factor más al complejo puzzle atmosférico y marino que propicia la ocurrencia de cada fenómeno. Y es que los episodios que afectan a Canarias, ya sea una ola de calor o una intrusión de polvo sahariano, están promovidos por «una variabilidad natural» muy compleja, en la que se encuentran los cambios en la actividad solar o la propia actividad volcánica, y que a veces «es difícil de separar del primer», como señala Emilio Cuevas, físico y director del Centro de Investigación Atmosférica de Izaña. «En las intrusiones de polvo el problema es mucho más complejo del que pensamos», asevera el investigador, que destaca que a esa propia idiosincrasia natural del Archipiélago se ha añadido el factor del cambio climático que aún es muy difícil de medir en todas sus variables. Algo similar ocurre con las predicciones sobre la inversión de temperatura asociada a los vientos alisios, y que tan importante son para regular el clima de Canarias: «no conocemos bien cómo será su evolución en el futuro a medio plazo».

Esta variabilidad climática es también la que causa que no todos los rincones de las islas sufran por igual el efecto del cambio climático. En Canarias el calentamiento está «estratificado», como explica el director del Parque Nacional de las Cañadas del Teide, José Luis Martín Esquivel. «El cambio climático está siendo más suave en medianías y costas, por el efecto del mar y el alisio, pero sus efectos son mucho más altos en la cumbre», señala el investigador. De ahí que, mientras en la mayoría de la isla de Tenerife la temperatura ha aumentado en un grado, en el Teide ya se superen los 1,8 grados. Este pasado 2020 ha sido el tercer año más caliente de toda la serie en la isla y el segundo en la cumbre.

Escasas series temporales

Las escasas series temporales respecto a algunos fenómenos, suponen otro escollo a la hora de establecer unas tendencias claras en fenómenos que no sean la temperatura ambiental o las concentraciones de dióxido de carbono atmosférico. «Si miramos la tendencia de la temperatura y el CO2, ambos se encuentra en un claro ascenso», señala David Suárez, delegado territorial de la Aemet en Canarias, que admite que, sin embargo, «no se ve una tendencia clara en las olas de calor». Así queda reflejado en el último Informe sobre el estado del clima de España editado por la propia Agencia, en la que se describe que en Canarias destaca que la ola de calor más larga ocurrió en el pasado, concretamente en 1976, con 14 días de duración. Además, el informe incide en lo «llamativo» que resulta que en los últimos cinco años no se haya registrado ninguna ola de calor en Canarias –lo que contrasta muy notablemente con lo ocurrido en la Península– motivando que la línea de tendencia del número anual de días con ola de calor así como su temperatura máxima «no muestre tendencia».

El efecto del ser humano

A los fenómenos climáticos y ambientales que ocurren en Canarias se suman los antropogénicos no ligados directamente al calentamiento global, como las construcción desmedida, la sobrepesca o la contaminación. Todos ellos problemas que se podrían haber puesto en consideración e intentar arreglar, pero para los que desde hace años se ha eludido tomar medidas. Aunque no relacionados directamente con el calentamiento global, estas circunstancias provocan que los ecosistemas sean más débiles y tengan una menor «capacidad para hacer frente a los cambios del clima», como explica Castro.

Nadie duda ya de que el calentamiento global es el hecho que va a caracterizar las próximas décadas del siglo XXI y en que, en muchos aspectos, ya es una realidad. Los científicos no se han equivocado, en algunos casos han sido incluso demasiado cautos. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) lo lleva advirtiendo más de tres décadas. En 2001 vaticinó que para 2025 la temperatura global habría ascendido 1,1 grados centígrados, el nivel del mar en 14 centímetros y que la cantidad de dióxido de carbono atmosférico habría superado las 405 partes por millón (ppm). La realidad es que antes de llegar a la fecha límite ya se han superado la mayoría de estas predicciones. Los científicos eran conscientes de esta futurible tendencia desde mucho antes. En 1972 el Club Roma predijo, a través de su informe Los límites del crecimiento, que en el año 2000 la concentración de dióxido de carbono superaría las 380 ppm. «Se llegó en 2005», recuerda el investigador del Departamento de Economía Aplicada y Métodos Cuantitativos de la Universidad de La Laguna (ULL), Yeray Hernández, quien también considera que «no se está abordando el problema de manera seria». Para combatirlo, el investigador incide en la necesidad de que la sociedad modifique el paradigma de crecimiento económico infinito porque en estos momentos, se basa en «explotar los recursos naturales».

Hoy en todo el mundo, el dióxido de carbono acumulado en la atmósfera ha llegado a las 417 ppm, el nivel del mar ha aumentado entre 16 y 21 centímetros y la temperatura ha aumentado 1,2 grados centígrados. «Las tendencias están claras y son atribuibles al calentamiento global antropogénico, pero no es así con los fenómenos extremos», señala el geógrafo de la Universidad de La Laguna (ULL), Pedro Dorta. Para el investigador, como otros científicos que trabajan en esta materia, «no se puede atribuir ningún fenómeno al 100% al cambio climático», tal y como recalca, a su vez, David Suárez.

El problema surge, a ojos de Cuevas, «cuando personas no expertas en la materia explican erróneamente fenómenos atmosféricos atribuyéndolos al cambio climático». «Es un término muy conocido y transversal», remarca, por su parte investigador del Instituto de Oceanografía y Cambio Global (IOCAG), Aridane González, que insiste en la necesidad de «diferenciarlos claramente», pues las soluciones al cambio climático son globales, pero «la contaminación u otros efectos derivados del ser humano y sus actividades muchas veces se puede solucionar a escala local y de forma más sencilla».