Un proyecto puesto en marcha por la comunidad de la institución da clases de español a los recién llegados y congrega a cerca de cien jóvenes que aprenden a leer y escribir

Taxista, profesor, camarero o médico. Estas son solo algunas de las palabras del español que todos los hispanohablantes conocen y que pueden emplear infinidad de veces al día. Sin embargo, no son palabras que una persona que acaba de llegar a Tenerife desde África pueda conocer y, a pesar de ello, podrían ser imprescindibles para hacerse entender en una conversación que podría permitirles continuar su viaje hacia Europa y un futuro esperanzador. Marta Sosa, Patricia Pareja y Fran Ledesma son solo algunos de los tinerfeños que han sabido apreciar la importancia de ese simple hecho y por eso desde hace semanas ayudan a migrantes recién llegados al Archipiélago a leer y escribir en español. El Proyecto formativo en lenguas para la comunidad migrante en Tenerife puesto en marcha en el marco de la Universidad de La Laguna (ULL) permite ahora que decenas de jóvenes recién llegados acudan a clases de lectoescritura que además les permitirán integrarse en la sociedad y avanzar en la consecución de sus objetivos en este continente.

Uno de los inmigrantes que acuden a las clases. Andrés Gutiérrez

Marta Sosa tiene 22 años, es pedagoga y está terminando también al carrera de Magisterio. Ella es una de las jóvenes tinerfeñas que ha puesto en marcha este proyecto porque, como ella misma explica, dar clase y ayudar a los demás «es algo vocacional, he nacido para esto porque es lo que me llena». Así, recuerda que comenzó a dar clase a estos jóvenes migrantes «por ellos; porque sé que lo necesitan, y porque es una manera de luchar por sus derechos y lograr la igualdad entre todos». Sosa comenzó a dar clases en el campamento de Las Raíces poco días después de que los jóvenes fueran trasladados a este lugar. Los comienzos fueron complicados porque «no contaba con los recursos suficientes».

Un momento de una de las clases. Andrés Gutiérrez

La joven se sentaba sobre un tronco y los chicos en una tubería que sobresalía del suelo y se apoyaban como podían en sus piernas para coger apuntes. «Eso podía estar bien para una semana pero no podía ser la tónica habitual si lo que queríamos era enseñarles de verdad», recuerda la joven maestra quien añade que esa situación no se podía dar, más cuando ella además sabía que instituciones como la Universidad de La Laguna tenían aulas vacías.

Otro momento de una de las clases. Andrés Gutiérrez

De forma paralela, la profesora de Literatura francófona de la ULL y miembro del Instituto de Estudios Africanos, Patricia Pareja, afirma que «estoy muy concienciada con toda esta problemática y me preocupa lo que estoy viendo cada día» puesto que a diario pasa por el campamento de Las Canteras, donde muchos jóvenes pasan las horas muertas apoyados en los muros exteriores del cuartel. La docente empezó a entablar relación con algunos de los jóvenes, que le pidieron que les diera clase porque no les estaban ofreciendo ninguna actividad con la que poder pasar el día más entretenidos. «Están todo el día sin hacer nada así que creo que pocos problemas ha habido para todo lo que podía haber pasado», reconoce Pareja.

Marta Sosa en Las Raíces. E. D.

Fue en ese momento cuando contactó con su amigo Fran Ledesma, quien la informó de que la ULL deseaba poner en marcha proyectos que permitieran a la comunidad educativa solidarizarse con los migrantes y ayudarlos en la medidas de las posibilidades de la institución. Ledesma se reunió con la rectora Rosa Aguilar y así comenzó a gestarse el Proyecto formativo en lenguas para la comunidad migrante en Tenerife. En este sentido, Pareja destaca que «la ULL ha tenido una actitud proactiva que me ha sorprendido porque se ha implicado mucho, así que estoy sorprendida y encantada» y añade que «la sociedad civil es la que está dando ejemplo a todas las instituciones en lo relacionado con la ayuda a los migrantes y por eso, que la ULL se haya implicado de esta manera, me hace muy feliz». En este sentido, Sosa expresa que «ellos se merecen lo mismo que nosotros y esto es algo que debo hacer para luchar por los derechos fundamentales de las personas». Con la puesta en marcha de estas clases «se crea un espacio muy bonito, horizontal, en el que todos somos iguales», explica Sosa, quien considera estas lecciones como «un espacio de intercambio de conocimientos y de cultura porque ellos también me cuentan cosas que yo no sé».

De este modo, la colaboración entre los diferentes miembros de la comunidad universitaria ha sido fundamental para sacar adelante este proyecto que ya comienza a andar en las aulas del Campus de Anchieta. Además, a este proyecto se han ido uniendo diferentes personas a lo largo de las últimas semanas porque en Las Canteras también había surgido un pequeño grupo de formación que finalmente se ha adherido al proyecto desarrollado en la Universidad lagunera y cada día que pasa llegan nuevos profesores para ofrecer las formaciones que tienen lugar en horario de tarde en varias aulas del Campus Anchieta y para las que la ULL dota de material a los jóvenes, que ya tienen libretas y bolígrafos con los que seguir la lección.

El trabajo entre los diferentes participantes se ha realizado de forma simultánea y también se han organizado varias asambleas para intercambiar ideas y propuestas. Esta ingente labor ha permitido que a lo largo de estas semanas lleguen a acudir cerca de un centenar de migrantes a estas clases en las que, no obstante, el número de participantes fluctúa mucho. En este sentido, las responsables explican que en la actualidad están derivando a muchos de estos jóvenes a recursos de la Península, a lo que hay que sumar los viajes que están pudiendo iniciar ellos mismos de manera individual, por lo que lamentablemente la asistencia a las clases no es continuada.

Esto dificulta un poco la organización de los diferentes grupos de alumnos, que tratan que sean lo más estables posibles para así ofrecer una formación continuada y más completa. Los cerca de 90 alumnos iniciales fueron divididos en seis grupos, aunque para Sosa lo ideal es que no superen la decena de personas para que así la docencia pueda ser lo más personalizada posible. De este modo, Patricia Pareja explica que «esto no es como dar clase en un centro de menores, donde hay mayor continuidad, sino que aquí debemos enfrentarnos a que a estos jóvenes los informan de un día para otro de que se van para la Península».

Manuela Cruz es otra de las profesoras que además ha colaborado en la organización de este servicios. Gracias al tesón de ella y de otras compañeras, los jóvenes cuentan en la actualidad también con un servicio de guagua que los traslada desde el campamento de Las Raíces hasta el Campus de Anchieta. No obstante, maestros como Marta Sosa trasladan en su propio coche a algunos de los migrantes desde Las Canteras.

Son 18 los profesores que están trabajando en este servicio en la actualidad. Las clases se centran en nociones básicas de español que se ofrecen a través de un cuerpo básico de actividades que ha sido realizado para este proyecto, en el que no obstante cada docente puede aportar su propia visión. Además, también se da una hora de clases de francés a la semana.

En el caso de Marta Sosa, ella suele recibir a unos diez alumnos en cada clase y afirma que «el principal problema con el que nos encontramos como profesores es el variado nivel de formación con el que cuentan los jóvenes. En algunos casos se tiene que realizar un proceso de alfabetización desde cero mientras que en otros ya cuentan con nociones básicas de español», relata la joven tinerfeña quien matiza que «tenemos que ir muy poco a poco y por eso no debemos atender a más de una decena de alumnos en cada clase».

De este modo, las nociones básicas del español, con el presente, el singular y el plural y el vocabulario principal copan estas clases puesto que los organizadores desean que los migrantes vean estas lecciones «como una herramienta útil y de defensa, que les permitan comunicarse con otras personas en Tenerife». Marta Sosa reconoce que «ojalá pudiéramos empezar a ofrecer clases de Geografía o de Matemáticas más adelante pero ahora nos conformamos con que ellos sean capaces de poder comunicarse con los españoles».

Muchos alumnos de la Universidad o recién graduados se están sumando como profesores de los migrantes a este proyecto. Los africanos muestran su entusiasmo en cada una de las clases a las que acuden. Los exámenes no son problema para ellos puesto que consideran que estas lecciones les van a servir de mucho cuando quieran desplazarse por la Isla o incluso coger un avión para poder continuar con su periplo hasta un futuro mejor. Mientras tantos, las pizarras de las aulas del Campus de Anchieta se llenan del vocabulario básico del español, de pronombres, verbos en presente y de las dudas de los jóvenes que poco a poco cambian el francés por el español para comunicarse con la sociedad canaria.

Un comienzo sin boli ni pizarra

Una pizarra de tiza era la única compañera de la tinerfeña Marta Sosa la primera vez que llegó al campamento de Las Raíces para ofrecer su particular grano de arena a la crisis migratoria que azota Canarias. Sentada sobre un tronco, comenzó a dar la lección para todos aquellos que quisieran escucharla y muy pronto los jóvenes migrantes comenzaron a acercarse. Las condiciones no eran las idóneas: no había mesas y sillas, los bolígrafos se pasaban de mano en mano y, para tomar apuntes, una sola hoja arrugada en la que debía caber toda la información que Sosa les trasladaba. A pesar de todo, la joven continuó acudiendo cada semana al campamento de Las Raíces, donde cada semana se daban cita más migrantes que deseaban conocer qué nuevas informaciones podía ofrecerles esa maestra. Si los jóvenes ya estaban contentos con esas clases improvisadas, ahora lo están aún más cuando llegan a la Universidad para sentarse en las sillas y mesas que han sido preparadas para ellos y que reciben cada semana con brazos abiertos. | P.G.