Santa Cruz aprobó con nota el primer fin de semana sin estado de alarma. Los desmadres que se vivieron en Madrid y Barcelona siete días antes pusieron en situación de alerta al consistorio capitalino y con él a los mandos de la Policía Local que planificaron la estrategia a seguir durante las madrugadas del sábado y domingo. «Hemos tenido menos trabajo que muchos fines de semanas en los que estábamos en estado de alarma», comenta un jefe de la Unipol en medio de dos servicios de perfil bajo registrados en los minutos de tránsito del 15 al 16 de mayo. Nada serio. Las mayores incidencias, por no decir las únicas, que se estaban generando en ese instante estaban asociadas al cumplimiento de los horarios de cierre de los establecimientos del sector de la restauración. «Los más remolones alargan estas operaciones, pero cuando les sirven copas después de las 23:30 horas es probable que no se quieran ir a casa a las doce en punto», comenta el portavoz policial sobre una de las situaciones más frecuentes. «Si apuras y le pones una copa a las doce menos cinco las posibilidades de que siga allí cinco minutos después son altas», dice mientras llega una alerta de un negocio de la calle Clavel que mantiene las mesas sin recoger después de la medianoche.

Thor marca el paso

Thor es un rottweiler de la Unipol con unos cuantos años de servicio entre pecho y espalda, perdón, entre pecho y lomo... Esta semana, por citar un ejemplo más o menos reciente, su fotografía apareció en las páginas de sucesos tras intervenir con éxito en un operativo antidroga en Añaza que se saldó con un arrestado y la incautación de diez piezas de hachís que pesaron 126 gramos.

El perro de la Policía Local santacrucera suele patrullar atado pero, de vez en cuando, le dan rienda suelta y Thor se pone a buscar. Ver cómo este animal de 60 kilos se pone a dar vueltas a tu alrededor impresiona (por no usar otro término de dos rombos) y, precisamente, eso fue lo que le pasó a un joven al que se le cortó el lote al ver al ‘agente canino’ sentado a su derecha mientras aguardaba la llegada de su «amo». Cacheo. A Thor lo dejan en un segundo plano –mordisqueando una felpa que un policía le ha dado antes de alejar al can del sospechoso– cuando empieza un registro que no da los resultados esperados. ¡Agua!

Ajenos a la presencia de una docena de efectivos de la Unipol por la calle Clavel deambulan peatones recién cenados otros en retirada y algún que otro pasado de vueltas que llama la atención sin recato. Camina en zig-zag en sentido descendente y justo al llegar a la altura del primer funcionario llega la advertencia. «¿Dónde tiene su mascarilla?» El hombre tantea su bolsillo delantero derecho y no encuentra nada, repite la maniobra en el izquierdo y dibuja un gesto de cierto alivio. Lo que viene a continuación es surrealista. Saca un billete de cinco euros y se lo aprieta contra su boca. Vaya por Dios. El joven no encuentra los elásticos para acoplarlo a sus orejas y el agente no le queda más remedio que actuar. «Eso no es una mascarilla, es un billete de cinco euros», dice sin perder la seriedad. Todos sabemos que los EPIs no son baratos, pero casi mil de las antiguas pesetas parece excesivo, ¿no? La pregunta es sencilla: ¿y si un camarero encontró la mascarilla que le faltaba a este buen ciudadano cuando hacía la caja?

Thor sigue a lo suyo. Toca regresar a la playa de España. La chiquillería aún tiene una alta presencia en la calle y el guía-canino se marcha derechito como una vela hacia un grupo de menores. De esta circunstancias nos enteramos por el griterío del líder de la banda que no para de avisar a los agentes de que sus colegas no tienen la mayoría de edad. «¡Cuidadito que son menores, cuidado que son menores!», incide con la seguridad del que se las sabe todas. Menores sí, pero ya es la una menos diez de la mañana. Con toda seguridad, el cabecilla vino al mundo años más tarde de que Coco nos enseñara en Barrio Sésamo la diferencia que existe entre «antes y después». Thor se encapricha con una joven de larga melena rubia y ojos claros, pero de ahí solo salen un par de identificaciones sin más: los agentes habían sido requeridos por unos vecinos que denunciaron una riña entre adolescentes en los alrededores de la Alameda del Duque de Santa Elena, pero ahí tampoco hay arrestos. La madrugada está parada, pero desde la central se pasa un aviso sobre una posible fiesta multitudinaria en una vivienda de la calle Juan Pablo II.

La ficha inicial apunta a unas 40 personas de desfase, pero hay que verificar el dato sobre el terreno. «A veces exageran los datos para que vayamos ya», apunta el mando de la Unipol segundos antes de organizar el traslado a la dirección marcada en el parte de incidencias. «La mayoría de las veces estas alertas se quedan en nada; muchas se explican a partir de una disputa entre vecinos y eso es algo que podemos verificar en base al número de llamadas que ha realizado la misma persona en un periodo de tiempo más o menos corto», aclara sin obviar que durante el estado de alarma la mayoría de las denuncias se producían por estas celebraciones en domicilios. Camino de Juan Pablo II se insiste en que los vecinos hablan de casi medio centenar de personas reunidos en una casa, casi tantos como los efectivos de la Policía Local de Santa Cruz que estuvieron de guardia durante la madrugada del domingo.

El gran susto

Uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco vehículos de la Unipol ocupan una semioscurecida calle Juan Pablo II. Justo en la casa de al lado de donde aún suena la música se apaga una luz al ver semejante despliegue y el responsable de la Unipol llama a la puerta. «A veces no nos abren a la primera, pero nosotros no nos vamos del lugar tan fácil», cuenta en relación «al tira y afloja» que se inicia cuando los funcionarios son requeridos para actuar en una propiedad privada (sin orden de registro, lógicamente) y empieza la negociación. «Abajo está la policía», comenta un chico medio aturdido que se asoma a la planta alta del inmueble marcado en el parte. La policía no, abajo está un cuarto de batallón de la Unipol esperando a que alguien abra una puerta que finalmente se «rinde» a la petición del responsable de la unidad.

No hace falta que les cuente el rostro de susto que se le quedó al muchacho que le tocó dar la cara. No había 40 personas. Según ellos en la «macrofiesta» únicamente se reunieron cinco personas que en un instante de efervescencia nocturna levantaron la voz más de la cuenta. No dejaron entrar a los agentes, pero todos ofrecieron sin demora sus DNI para ser identificados (en un momento dado uno de los jóvenes dice que se prepara las oposiciones para ser policía) y aquello se cerró sin sobresaltos y media docena de vecinos asomados a los balcones que creían estar viendo une película de polis.

El «pulso» de los 24 horas

Cuando todo se había calmado el suboficial de la Unipol que dirige los movimientos de sus hombres hace referencia «al principal problema» con el que se toparon la madrugada del sábado. «Las tiendas 24 horas alargaron sus horarios de cierre y tuvimos que actuar ante la negativa inicial a cerrar algunos establecimientos», comenta sobre la nueva normativa que no les permite abrir más allá de las 00:00 horas. «Les cuesta entender que esto ha cambiado porque durante el estado de alarma estuvieron abiertos toda la noche, pero ahora no pueden», resume sin renunciar a la picaresca que están encontrando en algunos casos. «A muchos les compensa pagar 100 euros de sanción, o 50 si se benefician del prontopago, y estar abiertos hasta que llega la policía porque en ese periodo pueden ganar 200 o 300 euros más vendiendo sus productos a jóvenes». Ese arsenal para botellones se lo llevan casa porque pasadas las dos de la madrugada no hay rastro de consumo de alcohol en la playa de Las Teresitas, Las Mesas o el parking del Parque Marítimo. «Esto en otro momento anterior a la pandemia ya estaría a reventar», comenta el subinspector Francisco Fernández Cairós antes de hacer un primer balance de la madrugada.

Thor, un perro de la Unipol, fue uno de los protagonistas de una noche sin grandes sobresaltos. En las fotos se observan varios servicios de identificaciones.

José Manuel Bermúdez, alcalde de Santa Cruz de Tenerife, tenía claro el sentido del mensaje con el que resumió lo sucedido durante el primer fin de semana sin estado de alarma. «Quiero agradecer el alto grado de civismo demostrado por los santacruceros y del resto de las personas que vinieron a disfrutar de un rato de ocio a nuestro municipio. Las incidencias han sido aisladas y mínimas», agradeció al tiempo que apelaba a la «misma responsabilidad para seguir evitando contagios hasta que tengamos unos niveles de inmunidad altos y recuperemos cierta normalidad».

A las dos y 11 minutos de la mañana el subinspector Francisco Fernández Cairós admite que «la madrugada está siendo más tranquila de lo que esperábamos. Hemos montado un dispositivo especial con medio centenar de policías y hasta este momento hemos recibido tres avisos de fiestas en domicilios que resultaron ser falsas alarmas», relata el funcionario sobre las primeras horas de servicio. «El sector de la hostelería ha sido puntual en los cierres y los ciudadanos han sido muy consecuentes y nos han dado una madrugada tranquila», dijo.