Aquella noche, el astrónomo Miquel Serra quiso contemplar y retransmitir el espectáculo que cada año producen las Eta Acuáridas, la lluvia de estrellas de la primavera. De repente se percató de que en la pantalla de su cámara digital, con la que quería que todo el mundo pudiera ser partícipe de ese baile de destellos fugaces, aparecían un conjunto de estrellas que no recordaba haber visto en ninguna carta estelar y que se desplazaban a una velocidad imposible para un objeto celeste. Lo que Serra estaba contemplando y grabando era la intromisión de la luz reflejada de la red de satélites Starlink, del multimillonario Elon Musk, y comprobando cómo están ensuciando el cielo nocturno canario.

Y es que cuando su órbita coincide con la de la cúpula celeste observable desde las Islas, varias luces blancas y brillantes –fácilmente confundibles con estrellas en un vistazo rápido – se pueden ver desplazándose a gran velocidad por el cielo nocturno, dificultando la observación de muchos otros importantes objetos celestes, como estrellas, galaxias o planetas, y provocando que la ventana de observación de los grandes telescopios que coronan las laderas más altas de Canarias disminuyan de manera importante.

No es la primera vez que se pone de relieve los problemas asociados al lanzamiento una red tan grande de satélites. Los astrónomos han tenido reticencias a esta red de internet global auspiciada por el filántropo norteamericano desde el principio. En primer lugar, porque engrosa aún más el vertedero espacial que la carrera espacial ha erigido alrededor de la Tierra. Miles de toneladas de chatarra se encuentran girando alrededor de nuestro planeta, hasta tal punto que la Agencia Espacial Europea (ESA) afirma que allí arriba habrá acumulado unos 23.000 objetos en órbita, de los que solo 1.200 son satélites en funcionamiento. La intención de Musk es poner en órbita 12.000 satélites para mediados de la década de 2020 con el objetivo de crear una red alternativa a la fibra óptica y al 5G, que procure acceso internet en aquellas áreas del planeta donde no es posible acceder a estas dos. Desde que obtuvo el permiso oficial, SpaceX –la empresa que engloba este trabajo– ha realizado 25 lanzamientos de estos instrumentos hacia la órbita terrestre. En cada ocasión, se envía una tanda de 60 satélites, por lo que en estos momentos hay orbitando más de 1.500 satélites. La peculiaridad de estos instrumentos es que, cuando llegan a su destino, se acoplan con el resto y forman una fila india perfecta que orbita a unísono alrededor de la Tierra.

El malestar de los astrónomos y científicos creció cuando empezaron a ver que en sus observaciones aparecían unas estrellas moviéndose a gran velocidad en fila india. Porque otra característica de estos satélites es que, por el tipo de revestimiento que tienen, reflejan directamente la luz del Sol.

La ESA afirma que alrededor de la Tierra orbitan unos 23.000 objetos, de los que solo 1.200 funcionan

«El problema no es mirar al cielo cuando aparecen, que ya es un fastidio, sino que no podemos hacer mediciones y limita el campo de visión de los grandes telescopios», señala Miquel Serra, también director del Observatorio del Teide e investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), quien destaca que esto puede llegar a causar un grave perjuicio para «la ciencia y la astronomía».

Cierto es que las luces no están continuamente atravesando el cielo nocturno, dado que en su periodo orbital hay momentos en los que se encuentran al Sol de frente y otros en los que se econden tras la sombra de la Tierra. Pero si fuera así, «no podríamos observar», incide Serra, que hace hincapié en que con más satélites, más posibilidades habrá de encontrarse con uno de ellos. Porque lo que desprenden los satélites de Starlink «es una luz que contamina» y cuanto más cerca esté Elon Musk de lograr su objetivo, más difícil será poder encontrar una noche limpia.

Este encontronazo ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de regular, de alguna manera, el espacio. Y es que, aunque existe un tratado internacional por el que se rigen las actuaciones en este ámbito, la normativa no se ha actualizado y, por tanto, no limita el número de objetos que pueden estar orbitando a nuestro alrededor, ni plantea fórmulas para deshacerse de ellos de manera sostenible y sin generar riesgos una vez acaba su vida útil. Por supuesto, tampoco homogeneiza las características de los satélites para evitar que puedan contaminar el cielo nocturno desde el planeta.

«Esto es como todo, al principio se era muy permisivo con arrojar residuos a los ríos, hasta que nos dimos cuenta de que estaban contaminados», explica Serra. Con este símil, el investigador trata de acercar la situación que se está generando ahora en el espacio. «Nadie pensó cuando se empezaron a mandar los primeros satélites en la sostenibilidad, igual que en estos momentos tampoco se está pensando en qué ocurrirá con los rover que ya no funcionan y se quedan en Marte», indica el investigador. En los próximos años esa regulación será fundamental para evitar degradar una de los mayores tesoros de la geografía canaria, su cielo nocturno.