Sus vivencias son distintas, pero las tres disfrutan la maternidad de una manera especial. En los casos de Cristina y María Jesús en solitario y en el de Ana con los condicionantes de tener dos hijos con discapacidad. Las tres cuentan sus experiencias en un día donde las emociones están a flor de piel. El milagro de regalar vida cambió las suyas y sus testimonios destilan una realidad con sobresaltos pero repleta de felicidad. 

Nos cuentan que no se sienten más madres que otras madres, pero sí son conscientes de las dificultades que implica desempeñar una labor tan complicada en solitario. Bueno, en realidad todas tienen algún que otro apoyo sólido en sus familias para poder confiar los instantes de máxima dureza. María Jesús y Cristina son solo dos ejemplos de maternidad en singular, que en los tiempos que corren tampoco ya es una novedad. «En un periodo en el que los procesos de divorcio están a la orden del día –Canarias es con amplitud es la comunidad que más demandas gestiona por cada diez mil habitantes–, el hecho de que haya personas que se propongan sacar adelante a sus hijos en solitario es el indicador más clarificador para interpretar la frase de mejor sola que mal acompañada», asegura Esther García, trabajadora social con amplios conocimientos de todas las aristas que se originan en una pareja o núcleo familiar cuando llega una ruptura.

«Una decisión personal»

Aunque su realidad sea distinta a la que se origina a partir de un proceso judicial, Cristina y María Jesús no esconden que vivir este proceso en solitario es intenso y, a su vez, laborioso. Ninguna renuncia a las bonitas experiencias que viven en su día a día, pero no cabe la menor duda de que las cosas se ponen más cuesta arriba si en casa solo entra (en el mejor de los casos) una nómina. Y es que la economía doméstica es como uno de esos guantes de látex que, a priori, parece que no van a encajar en una mano pero que en cuanto se estiran la cosa cambia. «La sociedad actual nos invita a vivir las experiencias más agradables en soledad o en grupos pequeños. Eso ya ocurría antes del confinamiento, pero después de él se ha acentuado», explica García.

Rescatar el espíritu luchador de las madres de antes es, a juicio de Esther García, uno de los factores a los que se agarran algunas madres para vivir la experiencia de un embarazo en solitario. «La sociedad nos había acomodado, pero algo ha activado esa lucha –en el caso de Ana Mengibar para combinar, junto a su marido, la lucha para combinar un trabajo estable con el cuidado de sus hijos– para superar adversidades que hoy se hacen un poquito más visibles. «¡Felicidades!».

Ana Mengíbar

Madre de Alejandro y Rubén

Ana Mengíbar y Rubén, uno de sus dos hijos. E. D.

«Mi experiencia familiar me ha llevado a tomar conciencia y levantar la voz por la discapacidad»

Nacida en Santa Cruz, Ana Mengíbar tenía unos meses cuando le entregaron a sus padres la vivienda de los recién construidos pisos de Somosierra. Es la primogénita de seis hermanos, «la mayor en edad y la más chica en tamaño», cuenta con el buen humor que heredó y le contagió su padre, un andaluz que hasta en su profesión de camarero transformaba las penas en alegrías, elogia. Hoy mira atrás y recuerda cuando jugaba con los niños en la calle, frente a los nuevos hábitos de la tablet y los ordenadores en la nueva generación. Tras sus estudios, accedió primero a la Junta Interprovincial de Arbitrios Insulares, del Cabildo de Tenerife, donde desarrolló su labor durante un año, para luego realizar unas pruebas de acceso que se convocaron para la puesta en marcha de una nueva entidad financiera: el Banco de las Islas Canarias, que se inauguró el 10 de diciembre de 1980 y en el que permaneció 36 años, tras absorberlo LaCaixa, donde se prejubiló. En ese tiempo, en enero de 1982, contrae matrimonio. «Tenía claro que no me iba a casar sin tener trabajo por si un día tenía que coger las maletas», añade con humor. En junio de 1983 nació Alejandro y nueve años después, en 1992, Rubén.

Su condición como madre la ha llevado a tomar conciencia para levantar la voz por la discapacidad. Sus dos hijos han sufrido una enfermedad degenerativa que, a los 18 años, los privó de visión. Lejos de amedrentarse, Ana Mengíbar ha intensificado desde 2009 la lucha para que las administraciones públicas no pongan más obstáculos a quienes no ven o tienen problemas de movilidad, el credo del colectivo Queremos Movernos. 

María Jesús León 

Madre de David

María Jesús junto a su hijo David. Andrés Gutiérrez

 «Desde pequeño le he enseñado con naturalidad lo que es no tener un padre y lo ve tan normal»

María Jesús León tenía cuarenta años y estaba soltera cuando decidió que quería ser madre, una responsabilidad que nunca antes había contemplado. «Me planteé que tener un hijo me aportaría el cambio que necesitaba a esa edad, tener una responsabilidad que le diera sentido a mi vida», expone.

En el 2010, cuando se embarcó hacia la aventura de la maternidad, su rutina se vio trastocada en numerosos aspectos. Perdió el trabajo, a su madre le diagnosticaron demencia, la desahuciaron de su piso al no poder pagarlo, agotó sus ayudas del Estado y tuvo que volver a la casa familiar, todo ello con un niño recién nacido. Ahora comenta que «después de haber pasado ese bache como madre soltera me considero una privilegiada, tengo trabajo y mi hijo es bastante independiente. Otras mujeres terminan siendo madres solteras porque los padres se desentienden».

La realidad de las familias monoparentales, o como reivindica María Jesús, monomarentales al ser la mayoría mujeres, en ocasiones pasa desapercibida a efectos de la responsabilidad que recae sobre ellas, invisibilizándolas.

Si algo saca en claro esta madre soltera es que su hijo ha sido la mejor decisión de su vida. Al preguntarle qué le ha enseñado a lo largo de los años, la mujer de ideas claras se diluía para dejar entrever su lado más sensible y maternal. «A fijarme en que las personas valen por cómo son y lo que te aportan, a abrazar y besar más», comenta emocionada. A pesar de las adversidades que ha debido afrontar, María Jesús echa la vista atrás y se sabe afortunada. Su hijo hace unos días le preguntó qué era lo que más le gustaba de él y ella no dudó en responder «creo que eres buena persona». 

Cristina Cordero

Madre de Aridane

Cristina Cordero y su hijo Aridane. Carsten W. Lauritsen

«A veces me pregunto quién le da la vida a quien, porque él hace que quiera quedarmen este mundo»

Si hablamos de madres luchadoras, hablamos de Cristina Cordero, tiene 31 años y hace nueve que es mamá. Se quedó embarazada muy joven, con veinte años, y, a pesar de que fue una sorpresa y no tenía estabilidad económica, nunca se le pasó por la cabeza la posibilidad de abortar, tenía «un instinto maternal muy grande». Desde entonces ha trabajado como camarera con contratos temporales y precarios para poder mantener a su hijo. 

Hace dos años, Cordero tuvo que abandonar la casa en la que vivía de alquiler y se vio obligada a dejar a Aridane, su hijo, viviendo con su padre durante seis meses. Entonces, ella cayó en una depresión, además, por ese entonces, acababa de sufrir un aborto y no sabía cómo seguir adelante. «Llegué a pensar en que mi hijo estaría mejor sin mí y en ese momento me asusté, a mi hijo nunca le darán la noticia de que su madre lo abandonó, fue entonces cuando me di cuenta que tenía que salir adelante». 

Actualmente, vive de manera temporal en el centro Atacaite, lo que le permitió volver a estar con Aridane y están más unidos que nunca. «Lo importante es que estamos juntos, aunque haya problemas, sé lo importante que es tener una madre, porque yo nunca la tuve y él se la merece». Ha tenido tiempo para pararse y coger fuerzas, además, está haciendo un curso de operaria de limpieza en especialidad sanitaria que le permitirá cambiar de oficio. Cuando habla de su hijo, no puede evitar repetir lo inteligente y maduro que es y reconoce que a veces se pregunta «quién le da la vida a quien. Él hace que quiera quedarme en este mundo, si no fuera por él me hubiera rendido mucho antes»