Entre una y otra de las 14 huelgas generales convocadas en España desde la muerte de Franco, todos hemos conocido a un padre o a una madre que le decía al hijo o a la hija con aspiraciones de artista, poeta, músico, abogada o periodista, aquello de “quédate en el banco, que es para toda la vida”. A la vista de la inercia adoptada por el sistema financiero español, tan dado ahora a las fusiones y a las prejubilaciones a 21 días por año trabajado, el puesto de cajero en la sucursal del barrio ha dejado de ser una bicoca.

Lo de empezar de botones y acabar de director general forma parte del imaginario de la melancolía de épocas lejanas. Dudo que queden botones, una palabra en plural tras la que se escondía un señor en singular, un chaval que se encargaba de ir de acá para allá con recados y carpetas y que con suerte estudiaba banca y contabilidad por las tardes para tratar de ascender en el organigrama de la entidad. Una profesión propia del Banco Coca o del Hispano Americano, extinguidos ambos como el oficio mismo.

El empleo juvenil siempre ha quitado el sueño a los padres más que a los partidos. Con cierta frecuencia leemos en los periódicos historias humanas ligadas a la estela de las crisis que hablan de familias enteras a las que no les queda otra que vivir de la paga de la abuela, pero en pocas ocasiones conocemos el extremo opuesto, el del menor de la familia capaz de mantener a la prole a la que pertenece. El chaval espabilado que todos tenemos a nuestro cargo ya no puede mantener a los suyos porque rara vez tiene la posibilidad de llenarse la nevera a sí mismo, si es que no comparte el frigorífico con padres, hermanos y algún cuñado desahuciado.

A menudo, el debate público se centra más en las pensiones que en el empleo juvenil. La política encuentra en los pensionistas o en quienes ya andan rondando la edad (La hoja roja de Delibes) un caladero partidista mucho más apetecible que esa juventud desencantada por la que no merece la pena gastar más de minuto y medio en un mitin. Tienen más gancho electoral la paga de jubilación y los viajes del Imserso que las promesas de digitalización o las inversiones en I+D que casi nunca llegan. Los adolescentes de varias generaciones, la mía incluida (tempus fugit), conocen tanto de I+D+i y del supuesto maná de posibilidades de trabajo que el concepto acarrea como de los billetes de 500: se sospecha que existen, pero muy pocos lo han visto. Tal es la entelequia.

La campaña electoral más reciente, pongamos que hablo de Madrid, ha atravesado el Primero de Mayo y apenas se ha hablado de los jóvenes. Muy poco de los mayores, más allá de la abuela y del mena. Las propuestas para la población más necesitada se han arrumbado en favor de un debate que nada interesa a la muchachada y demasiado bien se saben nuestros abuelos. Los jóvenes conocen de sobra qué es el fascismo y qué el comunismo. Llevan años oyendo hablar de ambas cosas en esta tierra cainita y nada de ello les soluciona la vida. Un solo anciano de este país sabe más de fascismo, comunismo y libertad que todos los candidatos juntos, pero para ambas franjas de edad apenas ha trascendido alguna promesa a vuelapluma.

Comenzaba hablando de las 14 huelgas generales que en España han sido desde 1975. Aparte de las relacionadas con la igualdad y el feminismo o como consecuencia de la participación española en algún conflicto bélico, cuatro tuvieron que ver con distintas reformas laborales, tres con las pensiones y solo una, el 14-D de 1988, tenía como objetivo tumbar el plan de empleo juvenil de la época. Con escaso éxito.

Los menores de 30 tienen derecho a pensar que el Estado poco o nada hace por facilitarles un buen trabajo. España cerró 2020 con un desempleo juvenil del 40%, lo que significa que cuatro de cada diez jóvenes por debajo de 25 años están en paro en nuestro país. Duplicamos las tasas medias de la zona euro (17,3%) y de la UE (17,2%), y según datos de Eurostat, España presenta una tasa de abandono escolar del 17,3%, muy superior al 10,2% de la media europea y del 10,6% de la zona euro.

Si nuestra clase política piensa en serio que los problemas de los jóvenes basculan entre fascismo o libertad o comunismo o libertad, no solo profundiza en el desapego creciente entre ellos y los partidos, es que la juventud ha dejado de ser su negociado. Esa descorazonadora falta de perspectiva representa una señal alarmante: que no hay planes de futuro y que quien venga detrás que cargue con las consecuencias. Pero puede que para entonces ya sea tarde y no quede ni el abuelo.

@jorgefauro