El coronavirus ha puesto sobre la mesa lo vulnerables que somos como individuos y como sociedad, pero también ha mostrado la profesionalidad y valentía de los que nos cuidan. Tras un año combatiendo al virus, media docena de canarios del sector de la Sanidad relatan su dura experiencia alejados de sus familias y a miles de kilómetros de distancia al trabajar en Barcelona y París. Su única tranquilidad era saber que en el Archipiélago la incidencia de contagios era menor y que no tenían a ningún pariente ingresado o infectado. Como al resto, la pandemia también les ha dejado una huella difícil de olvidar.

Los miedos se combaten mejor en familia y con amigos, pero a miles de kilómetros de casa no es fácil. Media docena de canarios sanitarios que residen en Barcelona y Francia cuentan cómo han vivido este año de pandemia en el que tenían que enfrentarse al virus y transmitir tranquilidad a sus allegados. Otro isleño, Shaday Fernández, que también vive en Barcelona, tuvo la idea de grabarles en vídeo para dar a conocer sus experiencias y sus inquietudes. Ninguno olvida el aprendizaje de vida y profesional que ha supuesto esta crisis, aunque algunos aún sufren secuelas emocionales.

El enfermero Moisés Déniz Santana reconoce que “sin llegar a la ansiedad, hubo días muy negativos al ver el temor de los enfermos y no saber cuándo se iba acabar esto”. Hoy reconoce que ha sido una experiencia profesional única, más si cabe en su especialidad de neumología. “No era de las más importantes pero ahora me miran con otros ojos”. Su homóloga Rosa Delia Morán Rodríguez recuerda que lo peor era “trabajar sin conocimiento del virus, de cuál era su tratamiento; hacer firmar cada día consentimientos informados sobre tratamientos empíricos que igual funcionaban o no; las llamadas con los familiares; el no poder dar respuesta a los pacientes, ni siquiera cuando te preguntan si van a morir” y al mismo tiempo mantener la calma. “Había que ir al hospital con todas las energías y aprovechar cualquier momento para sacar una sonrisa”.

La doctora Marta Hernández Meneses, especialista en enfermedades infecciosas, confía en que la extenuación laboral que ha vivido “me haya ayudado a priorizar lo realmente importante en la vida”, mientras que para la enfermera Emily Vásquez Condori le ha dado empuje para seguir formándose. “Profesionalmente me siento más implicada; este año empecé otro máster de Cuidados Críticos”, responde, mientras trata de cuidar más su vida personal.

En el caso de Jennifer Figuera González, técnico en Emergencias, esta crisis ha supuesto valorar a un más a la familia y los amigos por lo que ha decidido desconectar un tiempo y disfrutar de ellos. Para el enfermero Alejandro Cabrera Vincent, la pandemia ha dejado claro “lo importante que es tener un sistema de salud resistente y fuerte”.

Moisés Déniz Santana, enfermero

“Todo el temor que tenían los enfermos te lo transmitían al no poder ver a su familia”

Moisés Déniz

Moisés Déniz Santana, de Santa Brígida, trabajaba como enfermero en las Consultas Externas de Neumología de un hospital privado cuando el coronavirus saltó de China a Europa. “Estábamos pendientes de lo que decía la OMS al respecto; el SARS-1 había sido más virulento y se había controlado por lo que para nada sospechábamos lo que iba a venir. La preocupación fue cuando comenzaron los casos en Italia”, comenta este joven de 27 años, residente en Barcelona desde hace cuatro. Moisés explica que las consultas externas se cerraron y le enviaron al Erte por lo que decidió presentar su curriculum en el hospital público Clinic de la capital condal ante el incremento de los contagios y el desbordamiento de los hospitales. “Ni me hicieron entrevista ni nada, solo me preguntaron si tenía experiencia y ganas de trabajar”, explica sobre cómo se sumó a la primera línea de batalla del coronavirus. “En el Clinic todo era covid menos tres unidades y me metieron en una planta en la que lo mismo tenía que atender a gente que había recibido el alta de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) que a uno que venía de la calle con el virus”, rememora el joven, de 27 años. Alejandro explica que trabajaban con “material reutilizable” porque no tenían, aunque nunca llegó a ver enfermos en los pasillos. “Vi agotamiento y gente asustada entre mis compañeros; y algunos veteranos que estaban a punto de desfallecer y proseguían”, dice sobre las lecciones de vida que se lleva de esta experiencia profesional y vital. También a enfermos con mucha incertidumbre y temor que se agarraban a los enfermeros como única cara conocida al no poder ver a sus parientes. “No tenían visitas, no podían hacer videollamadas y todo el temor que tenían te terminaba afectando, mientras les tenías que ayudar a calmarse”. El enfermero asegura que algún familiar suyo le llegó a decir que “por qué se iba al meollo cuando la vida te ha hecho quedarte en casa” pero él entendía que era su deber como profesional de lamedicina. “Mi familia estaba preocupada pero yo les decía que no pasaba nada; siempre que escuchaban algo nuevo me llamaban. Ahora están muy orgullosos de mi. Yo estaba tranquilo porque no vivía con ellos, sino con un compañero de piso, médico y joven, por lo que si había algún contagio sabía que las consecuencias no iban a ser tan graves”, dice el enfermero, que ha vuelto a su centro al reabrirse todos los servicios sanitarios.

Marta Hernández Meneses, doctora

“Cuando me contagié en la primera ola fue cuando frené y me refugié en mi familia”

Marta Hernández Meneses.

“Miedo no tenía, lo que sentía era extenuación”. Así recuerda la doctora Marta Hernández Meneses, especialista en Enfermedades Infecciosas en el hospital Clinic de Barcelona, los meses duros de batalla contra la covid-19, en los que también se contagio al tratar a un enfermo en la primera ola. “Recuerdo que algunos días lo único que deseaba era llegar a casa y darme una larga ducha para bañar todas mis ideas y quitarme los momentos difíciles del día. Cuando me contagié fue el momento en el que frené y me refugié en mi familia y mis amigos que estaban fuera. Las redes y el zoom y el FaceTime hicieron milagros entonces”, dice. Natural de la capital grancanaria, Marta, de 34 años, reconoce que al ser una especialista en enfermedades infecciosas, la pandemia la estimulaba desde el punto de vista profesional, aunque la realidad la ensombrecía y frustraba. “Lo más duro sin duda fue enfrentarse a una enfermedad desconocida, con la celeridad que la situación lo requería. Era a la par que entusiasmante, desde el punto de vista cognitivo, que ensombrecedor, agotador y frustrante, porque en el transcurso de la primera hora, sentía que a veces me faltaban horas en el día para trabajar y para llegar a casa, por la noche, y estudiar las publicaciones y las evidencias nuevas que habían publicado nuestros homónimos chinos e italianos. Fue una época durísima y extenuante, pero donde me enorgullezco de la humanidad y entrega que encontré en mis compañeros sanitarios y la paciencia y tenacidad de los pacientes”, comenta. Desde la distancia, recibía el apoyo y el ánimo de los suyos. “Estaba preocupada por ellos; la distancia siempre aumenta la incertidumbre y el drama. Yo me decía a mi misma, cada vez que visitaba a un familiar de la edad de mi padre, que si le pasaba algo ya podían quemar Troya que yo viajaba a Canarias como fuera para tratarle. Afortunadamente todos han estado bien”.

Jennifer Figuera González, ambulancia

“Pasé de la rutina de las caídas y los accidentes a recoger a gente que no sabía si volvería a casa”

Jennifer Figuera González

“La situación me desbordó”, reconoce Jennifer Figuera González, Técnico Sanitario de Emergencias en Barcelona durante el año de pandemia. “Pasé de la rutina de borrachos, caídas y accidentes de tráfico a recoger a gente por covid en sus casas sin saber si era o no la última vez que veían a sus familiares. Ellos te preguntaban y tu no podías decirles nada”, narra la sanitario aún sobrecogida por la experiencia que ha vivido con la pandemia. La joven que volvió hace dos meses a su municipio, Icod de los Vinos (Tenerife) ha decidido darse un descanso tras el “choque de realidad” de llegar a casa y ver que a ella le que podía haber pasado lo mismo porque el covid no ha respetado a nadie. “Volveré cuando esté más calmada”, asegura la técnico sanitaria, que estuvo un tiempo parada durante el estado de alarma porque no había nadie en la calle hasta que los contagios comenzaron a desbordar los hospitales. Durante el confinamiento compartió con los compañeros de trabajo; la mayoría andaluces, con los que convivía, la lejanía de su tierra y los malos momentos por los que atravesaban sin el apoyo familiar. “Prefería no tener contacto con mi familia porque tengo algunas personas de riesgo y hubiera sido muy duro si alguien se hubiera contagiado por mi culpa. Me sentía tranquila porque sabía que en Icod apenas hubo contagios. Hablaba muy poco con ellos porque sabía que me ponían muy triste”, explica la técnico en Emergencias que, aunque no trabajó más de las doce horas reglamentarias, sí que tuvo que acudir los días libres a sustituir a algunos compañeros de baja por riesgo de contagio. “Sabía que ayudaba y que mi labor era importantísima, eso me reconfortaba”, declara. Y eso que tras la desescalada se encontraron con “muchísima falta de material” por lo que temió contagiarse. “Nos llegaron a dar hasta dos pares de guantes para limpiar el baño para toda una jornada de doce horas, cuando había que desecharlos tras traer un paciente”.

Alejandro Cabrera Vincent, enfermero

“Era como si viniera un tsunami y a nosotros nos dan un flotador a medio inflar”

Alejandro Cabrera Vincent

En el otoño de 2019, Alejandro Cabrera Vincent, que lleva 12 años trabajando como enfermero fuera de Canarias “porque las oportunidades y condiciones laborales son mejores que en España”, disfrutaba de unos días de vacaciones en la Isla aprovechando el buen tiempo de esa época del año. El coronavirus aún no era noticia en el mundo hasta que a finales de diciembre saltaron los primeros casos oficiales en China. Alejandro, de San Fernando de Maspalomas, trabajaba entonces en un hospital de París como enfermero de quirófano. A finales de enero aparecía el primer caso en España de la mano de un turista alemán en La Gomera y a mediados de febrero las primeras víctimas en Italia. “Lo vimos venir cuando ya era demasiado tarde, pensé que llegaría también a España, aunque en nuestro país reaccionaron aun más tarde que los franceses”, sostiene Alejandro, de 31 años, que asegura que su hospital y su departamento se preparó para la llegada del covid-19 pero que la situación pronto les desbordó. “ No había medios humanos ni materiales suficientes. En reuniones con los supervisores teníamos claro que no estábamos listo. Era como si viniera un tsunami y para luchar nos daban un flotador a medio inflar”, describe desde su nuevo puesto de trabajo, un hospital en los Alpes, cerca de la frontera con Suiza. “No estuve nunca en un servicio de covid porque lo mío era atender en quirófano pero “ veía a muchos compañeros de profesión quemados; muchos están dejando la enfermería lo que va a suponer una falta de personal en los próximos años. Algo que se está tomando muy en serio Francia a diferencia de España”. Pese a que Alejandro estaba lejos del virus profesionalmente hablando, su familia le llamaba cada día. “Había mucha incertidumbre y cada día era una nueva película”, responde sobre la lógica desazón de sus seres queridos, aunque él reconoce que no ha pasado miedo pese a que Francia ha sido uno de los países europeos más afectados y que desde que comenzó la pandemia no ha dejado de coger aviones -13 en total- por motivos laborales. “Al principio sí, porque mi abuela era muy mayor y daba miedo que alguien se lo pasara. Por desgracia falleció en plena pandemia, aunque no por coronavirus”, cuenta el enfermero, que ha contado con el apoyo de su novia para enfrentar los malos momentos de la pandemia.

Emily Vásquez Condori, enfermera UCI

“Tuve que recurrir a ayuda profesional para salir adelante del agotamiento emocional”

Emily Vásquez Condori

“Tuve miedo de no saber responder o estar a la altura de la situación. Siempre me he refugiado en mi pareja, con la que vivo, pero llegó un momento en que tuve que recurrir a ayuda psicológica”. A Emily Vásquez Condori, Enfermera de Unidad de Cuidados Intensivos en el Hospital Clinic de Barcelona, no la avergüenza confesar que necesitó apoyo profesional para “salir adelante” tras duros meses de trabajo intentado salvar la vida a personas contagiadas de covid. La joven, de 27 años, y natural de La Cuesta, en La Laguna, asegura que “el agotamiento emocional” ha sido lo peor de esta pandemia. “La falta de material y el proceso de adaptación a un nuevo tipo de paciente crítico, a una nueva rutina, a llevar durante horas un EPI fue duro pero, tras un año de trabajo, lo peor sigue siendo ver el miedo e incluso el horror de las personas momentos antes de ser entubados, verlos sufrir o incluso morir solos, así como informar de malas noticias a sus familias”. La enfermera, que llegó a Barcelona en noviembre de 2018 para empezar un máster en la Universidad de Barcelona y trabajar al mismo tiempo, afirma que en cuanto se confirmó el primero positivo en Barcelona y en la Península, “nos convocaron a todo el personal de UCIs para formarnos en cómo colocarnos el EPI y cómo recibir posibles ingresos”. A miles de kilómetros de su tierra, su máxima preocupación eran sus familiares de riesgo. Especialmente su madre, sanitaria como ella. “Hablaba con ella para intercambiar experiencias. Tuve incluso que enviarle al principio mascarillas de todos los tipos porque ella trabajaba con menos recursos que yo” cuenta Emily, que añade que su madre ha sabido afrontar esta batalla “mejor que yo”. “Afortunadamente, todos han estado y están bien; los he visto en navidades”, dice la enfermera, que contó siempre con el animó de su familia. “Nunca me insinuaron que tirará la toalla y volviese”.

Delia Morán Rodríguez, enfermera UCI

“Tenía que trasmitir seguridad a mi familia de que no me iba a pasar nada cuando yo ni lo creía”

Delia Morán Rodríguez

“Nunca pensé que el virus llegaría a la Península y, mucho menos, a Canarias. Yo era de las que no le temía al virus hasta que empezaron a llegar los primeros positivos a Gran Canaria. Fui bastante ignorante”. La enfermera Rosa Delia Morán Rodríguez, de 25 años, trabajaba en el Materno cuando los primeros casos de covid empezaban a llenar los hospitales españoles. La joven, nacida en Las Palmas de Gran Canaria, se presentó voluntaria para trabajar en la planta 8, que se habilitó para los contagiados. “Pensé que siendo joven, sana y sin correr el riesgo de exponer a mi familia, ya que no vivía con ellos, era ideal para estar en primera línea”. Y así fue, pero la unidad que se montó nunca estuvo operativa ante la baja incidencia del virus en la Isla.

Marta decidió irse entonces a Barcelona para ayudar durante un mes, aunque la experiencia ha sido tan positiva que allí sigue. “Me vine el 10 de abril, en pleno confinamiento. Primero me hicieron un contrato de 6 meses en el Hospital del Mar y después de un año en el Hospital Vall d’Hebron, ambos en la UCI, ¡la unidad de mis sueños¡”, narra Delia. “Está siendo una experiencia brutal a la par que bonita”, asevera la joven que pasó a convertir el miedo en respeto en cuanto comprobó “que estaba haciendo un buen uso de los Epis” y de los protocolos establecidos. “Siendo enfermera tenía doble preocupación. Por un lado, que algún familiar pudiera contagiarse y, por otro, la de transmitirles seguridad, de que a mi no me iba a pasar nada sin yo misma creerlo”, añade. “He sido afortunada de no tener ningún caso positivo en mi familia. Estoy muy orgullosa de ellos, han sido conscientes y responsables con las medidas de prevención”, dice la enfermera, que estuvo mucho tiempo sin ver a los suyos hasta que la situación aflojó un poco. “Están fritos porque regrese pero en el fondo saben que estoy viviendo una experiencia enriquecedora de crecimiento no solo profesional sino personal”, apunta.