La economía a gran escala está sometida al vaivén, arbitrio y decisión de los mercados o como se le quiera llamar. Con independencia del valor real, las cosas han acabado por tener un precio, de modo que nada vale lo que realmente vale, sino lo que cuesta y lo que el comprador está dispuesto a pagar. Ocurre con el mercado inmobiliario como con las obras de arte. A mayor escasez, mayor será el precio; cuanto más crece la necesidad más se incrementa la competencia, y si acaban confluyendo una necesidad alta con la demanda elevada de un producto escaso, mayor es la dificultad de los consumidores para acceder al mismo. También sube el precio. Cuando esto ocurre en un escenario de libre competencia, lo habitual es que los jugadores que intervienen en la partida traten de posicionar su producto mejor que los rivales, y si, aun así, se dan dificultades para imponerse al de enfrente, lo habitual es recurrir al descrédito del oponente o a pactar precios de mercado, estrategia esta última que a menudo se enfrenta a la legislación.

La pandemia de covid se ha convertido en un negocio (mayor o menor) para muchas empresas. Algunas por reconversión. Quien antes fabricaba derivados del textil, ahora se ocupa de elaborar mascarillas; los que hasta hace un año se dedicaban a la cosmética han abierto mercado con el gel hidroalcohólico. Y así muchos sectores. Esta dinamización es buena para la economía y para el empleo. Pero cuando ante un problema tan sensible no median razones de reconversión, dinamización económica o generación de puestos de trabajo, llega el momento de las grandes preguntas: ¿Y si tras la inquietante polémica de las vacunas se escondieran razones de mercado? Parece que una cosa es volcar la producción hacia la fabricación de mascarillas a un precio razonable y otra muy distinta paralizar una estrategia mundial de vacunación precedida por las dudas sobre los efectos nocivos de tal o cual vacuna. Entonces, ¿de dónde nacen las sospechas sobre un fármaco hasta el punto de que se acaba frenando en seco la inmunización de miles de personas?

A estas alturas de pandemia, a nadie le escapa que además de un componente inmunológico, detrás de la vacunación hay factores económicos que polarizan enormemente las distintas velocidades en que se mueve la lucha contra el covid en todo el mundo. Israel acapara vacunas y protege a un porcentaje notable de su población, mientras que en buena parte de África, la vacuna es otro símbolo del supuesto bienestar occidental. Israel puede acaparar vacunas y pagar más por ellas porque tiene los recursos para hacerlo. Entretanto, a África no le queda otro remedio que verlo por televisión. Cuestión de dinero.

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¿Cabría una guerra comercial que motivara las sospechas y posterior paralización de algunas marcas? ¿Existe una batalla soterrada entre los laboratorios por desacreditar a los competidores? Cuatro son los grandes nombres del mercado inmunológico que cuentan con el visto bueno de las autoridades sanitarias internacionales. También son cuatro los precios por dosis que está pagando la comunidad occidental, con la Unión Europea y Estados Unidos al frente. Y son estos: Pfizer (12 euros por dosis), Moderna (14,8 euros), Johnson and Johnson (6,99 euros) y AstraZeneca (1,78 euros). A pesar de que AstraZeneca se está llevando la peor parte -y como consecuencia, la ciudadanía mundial-, los expertos coinciden en que hay muchas más posibilidades de contagiarse por coronavirus que de sufrir una trombosis después de la vacuna. En este caso, las autoridades sanitarias han puesto el foco sobre la, casualmente, más accesible a las posibilidades económicas de los compradores. AstraZeneca es la más barata y la sospecha es inevitable, y aunque la obligación de los estados es adoptar medidas de protección con todas las garantías, resulta difícil no creer que en una pandemia también nos hallamos bajo el control de la economía, más al capricho de los mercados que en orden a las necesidades sanitarias de la población, enfrascados de nuevo como víctimas inocentes en mitad del debate sobre salvar la economía (en este caso, de unos pocos) o salvar el mayor número posible de vidas. El negocio por encima de la contención. Es tal el cruce de informaciones, tan distintas, tan opuestas y tan cambiantes, que es muy probable que tardemos un tiempo en saber por qué parece que ante la evidente urgencia en la vacunación encontramos a diario tantas trabas, tan poca prisa y demasiada confusión. La última pregunta es, por tanto, inevitable: ¿Hay alguien al mando de todo esto?

@jorgefauro