La venganza del visón

La memoria colectiva es muy perezosa. La crisis sanitaria de las vacas locas corre el riesgo de caer en el olvido. En 1996 se diagnosticó el primer contagio en humanos. Fue terrible. Proporcionó, al mismo tiempo, una ocasión para subir a ese desván en el que guardamos bajo llave, como Dorian Gray, nuestro peor retrato. Descubrimos que el origen de aquella enfermedad lo causamos porque parte de la industria ganadera decidió convertir a las vacas en voraces carnívoras, proporcionándoles piensos elaborados con sesos de cordero. Cada crisis sanitaria invita a subir al desván. El coronavirus ha revelado la persistencia en Europa de las granjas de visones, productoras de una materia prima que podría parecer trasnochada, las pieles para abrigo, con unos métodos de cría y sacrificio impropios del siglo XXI. Cada año se sacrifican en Europa unos 39 millones de estos mamíferos. Si fueran un país, serían el octavo de la Unión Europea, entre Polonia y Rumanía, con 53 diputados en la Eurocámara, pero su existencia y malvivir se ignora.

A diferencia de las granjas de gallinas o cerdos, cuya crueldad ha sido ampliamente documentada, la de visones ha permanecido alejada del ojo público. Hasta el pasado, tras el descubrimiento de que el coronavirus puede mutar en los visones, de ahí saltar a los humanos y, en un peligroso alehop, volver de nuevo a los visones en pos de una nueva mutación. La vida de estos animales ya tenía muy poco de envidiable. La mayor parte nacían en primavera, vivían unos meses dentro de cajas minúsculas y era sacrificados y despellejados en noviembre. Sobrevivían a este ciclo de malvivir y muerte solo las madres reproductoras y unos cuantos machos seleccionados para fecundar a las hembras.

Tres por cada danés

En la mayor potencia peletera de Europa, Dinamarca, donde se descubrió la mutación, van a morir todos: 17 millones, número muy superior a la población del país escandinavo, que tiene menos de seis millones. Por cada danés hay casi tres visones, cifra insuficiente para un abrigo de piel. Se necesitan 60 ejemplares para confeccionar una prenda que ha dejado atrás el glamur que irradiaba para instalarse en la decadencia. La lista de estados que prohíben la cría del mamífero se alarga cada año y el covid puede ser la puntilla.

Con unos 35 centímetros de longitud y un kilo de peso, el visón americano es, desde el actual prisma humano, uno de los animales más peligrosos del mundo: el perfecto anfitrión del coronavirus, el único capaz de contagiar a y ser contagiado por una persona. Antes de la pandemia, su capacidad para sembrar el caos ya era amplia. Se escapa con frecuencia de las granjas, y como especie invasora, afecta en España, por ejemplo, a medio centenar de criaturas autóctonas, en especial al visón europeo, mucho más frágil que el americano y en peligro crítico de extinción: la llegada de su primo del otro lado del Atlántico, traído aquí en el siglo XIX, provocó que solo queden en el continente unos pocos miles de ejemplares de una criatura que necesita un entorno perfecto para sobrevivir. El visón europeo es lo que los mediambientalistas definen como un bioindicador natural. Su presencia señala que un entorno está sano. El americano, en cambio, cría en los lugares más hostiles. Por ejemplo, en las granjas.

Dinamarca suele identificarse con paseos en bicicleta, comunión con la naturaleza y ayudas sociales. No con la explotación animal. Sin embargo, alberga a la mitad de los visones de Europa. Por pura probabilidad, era el principal candidato para acoger la mutación del virus. Ocurrió a principios de noviembre en la provincia de Jutlandia, y el gobierno danés tardó poco en anunciar el sacrificio de toda la población, advirtiendo de que quizá la efectividad de la vacuna que ahora nos ponemos estaba en peligro si la nueva variante se extendía.

La alerta se ha comprobado excesiva, porque los últimos estudios revelan que la mutación no es aún muy peligrosa, pero el consenso científico no se ha movido: hay que matar a los visones. A diferencia de perros, gatos y otras bestias, estos mamíferos, en una suerte de venganza por el maltrato recibido, contagian a los humanos a gran escala.

Desde que comenzó la pandemia, han padecido el virus los visones de Dinamarca, Holanda, Suecia, Italia, Estados Unidos, Grecia y España, que cuenta con 37 granjas, la mayoría en Galicia, y una población cercana a 750.000 ejemplares. El pasado verano, Aragón sacrificó 92.700 de estos mamíferos al detectarse un brote en una granja de La Puebla de Valverde, un pueblo de Teruel que tiene 457 habitantes, un parque eólico y un secadero de jamones. Pero esto fue antes de la mutación danesa y de que se constatara la facilidad con la que el virus pasa de los visones a las personas, un salto que pone en serio peligro la supervivencia del sector peletero. Al menos, en Europa. En el Reino Unido, Francia, Austria y Croacia, la cría del animal está prohibida. En Holanda lo estará el año que viene. En España, mientras tanto, la tradicional reivindicación ecologista ha cogido fuerza al calor de la pandemia. “El coronavirus es la gota que colma el vaso”, dice Laura Herrero, de WWF, portavoz de la campaña para cerrar las granjas.

La peletería llevaba años cayendo. La capacidad destructora del visón y la existencia de alternativas sintéticas habían dejado atrás los tiempos en los que toda estrella debía tener un abrigo, el equivalente en piel de los diamantes de Tiffany. Como símbolo que era, llegó a tener su propio título en una de aquella comedias de Doris Day, That touch of mink, traducida al español como Suave como visón. No es de las más recordada, pero ahí está como prueba de lo que la prenda fue. Ahora solo la lucen escasos raperos, como Big Boi, y actrices, como Jennifer López. Y cuando lo hacen, son motivo de escarnio.

Marcas como Gucci, Chanel, Versace y Armani han abandonado los abrigos de visón, que ahora pueden adquirirse de segunda mano en Ebay o Wallapop por menos de 200 euros. Se trata de una prenda casi proscrita. La Fashion Week de Londres la desterró de sus pasarelas en 2018. En la de Madrid, su presencia es residual. Kim Kardashian, reina de las redes sociales, anunció el año pasado que reconvertiría todos sus artículos de peletería animal en sintética. Más o menos al mismo tiempo, otra monarca, Isabel II de Inglaterra, hizo saber que renunciaba a tener nuevas prendas de visón. Eso sí, las antiguas se las quedaba, porque una cosa es que los tiempos cambien y otra vaciar el fondo de armario.

Pero hay un lugar que continúa insuflando esperanza a los peleteros: China, que hasta que el virus mandó parar representaba el 80% del comercio. Aquí se agarra el sector. La Asociación Nacional de Criadores de Visón (Agavi) asegura que da empleo directo a más de 1.500 personas, un trabajo estacional (punto álgido: noviembre, para la matanza) y muy poco cualificado, que debe necesariamente embrutecer a quien lo ejerce. En un vídeo de Igualdad Animal, un antiguo y experimentado empleado de una granja dibujaba hace unos años un escenario “horrible”, donde los trabajadores eran “gente conflictiva” a la que no le importaba “despellejar al bicho todavía vivo”, un lugar en el que los visones comparten jaulas diminutas, el alimento escasea y “se comen unos a otros”.

Los ecologistas, en cualquier caso, ponen en duda las cifras del gremio peletero. “No nos salen las cuentas”, dice Herrero, de WWF, que recuerda que en la granja de La Puebla de Valverde, que albergaba casi 100.000 de estos mamíferos, solo había 14 trabajadores. En principio, los volverá a haber.

Porque a pesar del coronavirus, de las campañas en contra del negocio y la sensación de que el tren de la moda dejó hace mucho tiempo de pasar por aquí, la instalación turolense piensa volver a abrir sus puertas en cuanto le sea posible. Los daneses aún no han dicho qué harán tras sacrificar a 17 millones de ejemplares. Pinta muy negro.