Preguntados por Mediterráneo durante el verano de 1964, los turistas extranjeros que visitaban la provincia de Castellón mostraban su sorpresa por algunas de las costumbres locales. «Las jóvenes quieren casarse enseguida», «hay pocas gasolineras», «en las comidas sirven tres platos», decían. Todo eso les parecía extraño porque no les dio tiempo a conocer la historia de José Luis Villacañas Agüero, que en Castelló hizo su particular agosto. Se presentó en la capital de la Plana diciendo que había jugado en el Espanyol, fingió ser futbolista para vivir a gastos pagados, consiguió incluso hacer una prueba en el CD Castellón y terminó jugando un amistoso con el Benicarló, donde se descubrió la farsa.

«Debía de ser todo un personaje, un auténtico vividor», explica Gregorio Segarra, autor de Historia del fútbol de Benicarló. El joven Villacañas tenía 20 años, había nacido en Lleida y era vecino de Barcelona. Llegó a Castelló en pleno verano y se sirvió de la admiración que causaban los futbolistas para financiarse una especie de vacaciones a pensión completa. Duraron poco.

Como escribe José María Arquimbau en el Libro de Platino del CD CastellónVillacañas se presentaba en los cafés y en los bares como jugador del Espanyol, y no le faltaba poder de convicción. Charlando con aficionados locales, que solían invitarle, se enteró de que Camilo Liz, el secretario técnico del Castellón, se había marchado unos días a Madrid, situación que aprovechó para acudir al estadio Castalia y pedir una prueba. Antes, había convencido al dueño de la pensión donde comía y dormía que iba a fichar por el Castellón, y que el club pagaría después la cuenta. Varios aficionados, incluso, le prestaron un dinero que ya devolvería cuando firmara y cobrara su primer sueldo.

Nada de eso ocurrió, por supuesto. Villacañas se las apañó para realizar la prueba con el equipo orellut, pero no convenció a los entrenadores. Pese a ello, en plena pretemporada, trató de subir al autobús que llevaba a los albinegros hasta Benicarló, donde iban a jugar un amistoso de preparación. Como no le dejaron, indica Segarra, «convenció a alguien para que le llevara en coche, y de hecho llegó al campo antes que el propio Castellón». El club orellut, entonces en Tercera División, estaba inmerso en uno de sus líos clásicos, porque cinco de sus futbolistas --Quinocho, Cela, Marín, Axpe y Abiétar- se negaron a jugar si no cobraban antes el dinero que les debían, circunstancia que retrasó el viaje de la expedición, que hubo de completarse con varios juveniles.

Finalmente, con unos minutos de retraso, el Castellón llegó a Benicarló y el partido se celebró. La expedición albinegra observó con sorpresa que uno de los jugadores locales que salían desde el banquillo era un reciente conocido. Era Villacañas, que jugó un rato con el Benicarló. El equipo cadufero militaba en el cuarto escalón del fútbol nacional y había aceptado emplearlo a prueba. «Hablándolo con el presidente Bautista Sorlí, años después, me dijo que no jugaba del todo mal y que si no pasa lo que pasó después, igual lo fichan», cuenta Segarra.

Lo que pasó después fue que «la pensión de Castelló ya había reclamado el pago de lo adeudado al club orellut, y los directivos allí presentes lo reconocieron, ‘este es el que se ha ido sin pagar’», añade. Llamaron a la Guardia Civil y entendieron rápido por qué Villacañas usaba Agüero, su segundo apellido, en la hoja de alineaciones. No era futbolista sino impostor. Estaba en búsqueda y captura por varios juzgados de Barcelona, donde acabó el increíble caso Villacañas.