Bernardo Fernández, Alberto González, Cristóbal García y Jorge Luis Morales, cuatro hombres que han vivido la paternidad a su manera, cada uno con sus circunstancias, pero siempre presentes en la crianza. Fernández tiene dos hijos, pero nunca antes se había planteado ser padre; García quería dos o tres, ya va por el sexto, todos ellos inesperados; González solo tiene una hija “y menos mal”, está divorciado y tuvo que luchar por estar junto a ella; Morales se vio obligado a abandonar Cuba para dar un futuro mejor a sus dos hijas. Todos ellos ejemplifican, a su manera, las diferentes formas de ser el padre ideal.

“Las pequeñas alegrías diarias”, “no sabría explicarlo, son parte de ti”, “tienes que vivirlo para ser capaz de entenderlo” o “es algo que, simplemente, se siente” son las respuestas que cuatro padres, Bernardo Fernández, Alberto González, Cristóbal García y Jorge Luis Morales han dado a la pregunta qué es lo mejor de ser padre en el día del año dedicado a ellos. A pesar de que sus modelos de familia distan entre sí, en común expresan el amor incondicional que sienten hacia sus hijos.

Bernardo Fernández tiene 55 años y hace 26 que es padre. Malagueño de nacimiento, alega que nunca se planteó tener hijos, ”simplemente, vino y ya está”. Ante tan inesperada noticia, su reacción fue de shock, pero con apenas 29 años decidió que “había que tomárselo como todo en la vida, tirar para adelante y ya está”. Respecto a la crianza de este primer hijo señala que “nos ayudó estar en pareja para hacernos cargo los dos”. Su segunda hija, que llegó sin sorpresas, supuso una nueva reestructuración de las rutinas, “habrá gente que consiga criarlos en solitario, pero como los nuestros apenas dormían, yo lo veo muy difícil”. Económicamente “ se nota, pero, si hace falta, quitas de otro sitio para que a tus hijos no les falte de nada”.

Para compatibilizar el cuidado de los pequeños con la jornada laboral cuenta que su mujer cogió la baja maternal y, luego, siguieron trabajando los dos; primero, con la ayuda de su suegra y, posteriormente, con la guardería, ”de otra manera no había forma”. Bernardo Fernández admite que no se planteó prolongar la familia, “supongo que tener una numerosa debe ser una decisión premeditada y difícil, ambos deben estar dispuestos a sacrificarse”.

Cristóbal García, madrileño de 50 años, discrepa con lo anterior, pues su familia tiene ocho integrantes entre la pareja y los seis hijos, el mayor de 14 años y la menor, de un mes y medio. Admite que “el plan inicial eran dos o tres, pero los hijos fueron llegando, no los pedimos”, bromea. Respecto al vértigo inicial, “es cierto que tuvimos miedo, pero uno se adapta a las circunstancias”. Él y su esposa lo han pasado “un poco mal con el trabajo y la crianza, pero nos turnamos, cuando ella trabaja yo me encargo de cuidar a mis hijos y viceversa. Rara vez recurrimos a canguros”.

En lo que respecta a la economía familiar, “pensé que íbamos a tener muchas dificultades, pero tenemos fe y nunca nos ha faltado un pan que dar a mis hijos, siempre ha venido alguien a ofrecernos su ayuda”. Asimismo, ser una familia de ocho “ha sido un cambio muy radical, ahora es imposible ir a cenar o al cine, son muchas cosas las que tienes que dejar atrás, como salir con los amigos. Son pequeños pasos que hacen que, en conjunto, tu vida cambie”, expone Cristóbal, que no renunciaría a “las pequeñas alegrías, como un beso, que hacen que la rutina sea más llevadera”.

Alberto González, originario de Santa Cruz de Tenerife y con 57 años, tuvo que esperar para disfrutar de esos momentos, pues se perdió el primer año de su hija. Alberto se separó de su mujer hace veinte años, cuando la pequeña tenía una semana de vida. “La madre me prohibió verla y en esa época tenías que tener mucho dinero para que te dieran la custodia compartida”, recuerda. Pasaron doce meses hasta que los tribunales le autorizaron un régimen de visitas de un par de horas dos veces por semana, nunca suficiente.

Cuando la niña cumplió siete años pudo empezar a verla regularmente, a petición de la propia menor. “Como la niña ya entendía, tuvo que dejar que la viera”. Después de los problemas iniciales, Alberto González no tuvo dificultades a la hora de otorgar permisos o inculcar valores, “no ha habido contradicciones”, asegura, “si lo dice papá es así, le dice la madre y yo hago lo mismo”. Así evitaron confusiones e impactos del divorcio: “Mi hija ha vivido la separación como algo normal, porque no conoce otra cosa”. Alberto no pudo ver como creció su bebé, pero, al final, sí logró recuperar el tiempo perdido.

Jorge Luis Morales tuvo que abandonar su país de origen, Cuba, en busca de otra vida. Morales se vino a Canarias en abril de 2004, dejando a su mujer y sus hijas, de cuatro y nueve años, en la isla. “No es nada fácil dejar atrás a dos niñas pequeñas y a tu mujer, pero en Cuba hay muchos problemas de libertad, de supervivencia, de comida...”. Jorge Morales salió solo, para “tantear el terreno”, con un permiso de turista y entró a España con un permiso de trabajo que permitía a los nietos de españoles residir en el país. Cuatro meses interminables tuvo que esperar hasta reencontrarse con su familia, cuatro meses en los que, día tras día su hija menor preguntaba a su madre que cuándo volvería papá. Su mujer podía salir del país en las mismas condiciones que él y residir en España, porque su abuela también era española. Pero sus hijas, descendientes de cubanos con abuelos cubanos, no podían. Gracias a la abuela materna de las niñas, que las reclamó ante notario, la familia pudo reencontrarse: “Imagínate, fui a buscarlas a Las Palmas y fue maravilloso”. Una serie de golpes de buena fortuna, casualidades que marcaron el transcurso de la historia, como unas cartas que señalaban el lugar de nacimiento del abuelo español y desconocido de Jorge Luis Morales o una camarera, que informó a la suegra que podía reclamar a sus nietas, permitieron que la valiente aventura que emprendió este padre llegase a buen puerto. Él y su familia llevan diecisiete años residiendo en España, él retornó a Cuba en una ocasión y su mujer, en dos. Sus hijas no han vuelto a pisar el país que las vio nacer.

Malagueño, madrileño, tinerfeño o cubano. Casado o divorciado. Cada uno con sus dificultades y más o menos hijos, pero todos con un cometido común, un sentimiento y algo que seguir festejando: ser padres.