Ha transcurrido un año de pandemia y los científicos saben mucho del SARS-CoV-2. “El grado de conocimiento del covid-19 en un año no tiene comparación con otros virus”, ha dicho Juan García Costa, vocal de la Sociedad Española de Virología. Pero la ciencia es conocimiento en constante evolución, y ciertos aspectos que hoy nos parecen obvios eran rechazados hace solo un año. Queda mucho por investigar, pero estas son una decena de verdades aceptadas y mitos derribados del coronavirus.

Las mascarillas previenen enfermedades

Hoy suena a perogrullada, pero no hay más que revisar la hemeroteca –o la twitterteca– de hace unos meses para darse cuenta de que no era así. Mientras veíamos por televisión a los chinos con ellas puestas todo el tiempo, allá por febrero, la OMS y el Ministerio de Sanidad nos decían que solo eran necesarias para las personas enfermas y sintomáticas. Cuesta creerlo, pero la orden ministerial que reguló el uso obligatorio de mascarilla fue publicada el 20 de mayo, cuando la cifra oficial de fallecidos era ya de 27.888 personas. Además, algunos divulgadores científicos y epidemiólogos optaban por no recomendarla porque la población general, decían, no sabía usarla y porque confería “una falsa sensación de seguridad”. Cabe preguntarse –retóricamente, claro– si también los cinturones y los airbag de los coches no deben recomendarse por dar “falsa sensación de seguridad”.

El covid-19 está en el aire y menos en las superficies

El coronavirus se transmite por el aire, montado en gotas microscópicas –llamadas aerosoles– de fluido respiratorio que expulsamos al hablar, cantar, gritar o simplemente exhalar. Al igual que una habitación termina llenándose de humo cuando hay una o varias personas fumando, los aerosoles infectivos se acumulan durante horas, por lo que es necesario ventilar y además guardar la distancia, ya que la concentración de aerosoles es mayor en la proximidad de la persona que los emite. Esta ha sido una de las verdades que más han tardado en asumir y transmitir adecuadamente organismos internacionales como la OMS, y, en España, el Ministerio de Sanidad. Gracias al empeño de cientos de científicos, entre ellos el español José Luis Jiménez, de la Universidad de Colorado, pocos discuten ya la importancia de la transmisión aérea. En cambio, el contagio por superficies está cada vez más cuestionado. El pasado 29 de enero, un artículo en la prestigiosa revista Nature afirmaba que este virus rara vez se propaga por contacto con objetos, y se preguntaba por qué se dilapidan recursos desinfectando calles y fumigando todo tipo de superficies –lo que algunos expertos llaman “teatro pandémico”– mientras se descuida la ventilación. Esto no quiere decir que el lavado de manos no sea un excelente hábito para evitar este y otros patógenos.

Una enfermedad multisistémica y duradera

El covid-19 es una enfermedad vírica de transmisión respiratoria, como la gripe, pero sus efectos van mucho más allá del sistema respiratorio. “El virus no afecta solo a un sistema, ataca a todo el cuerpo, y tiene que haber muchos especialistas que puedan ver al paciente”, resalta la epidemióloga y genetista Sandra López León, coautora de un metaestudio internacional sobre covid persistente que identificó 55 síntomas de esta forma duradera de la enfermedad, algunos comunes y conocidos, como la fatiga y el dolor de cabeza persistente, y otros menos frecuentes pero más inquietantes, como la pérdida de memoria y el trastorno de atención.

Oponer economía y salud es plantear un falso dilema

Como recuerdan los epidemiólogos, la salud y la economía van de la mano en muchos casos. Hay determinantes sociales de la salud que deben considerarse en el mismo marco que los determinantes médicos. Obviar las medidas de prevención del covid-19 con el pretexto de salvar la economía no ha salido bien, como demuestra el caso de Suecia, que adoptó restricciones muy livianas y tiene que lamentar un número mucho mayor de muertos que sus vecinos escandinavos, así como peores datos económicos; o Brasil, con un presidente negacionista, Jair Bolsonaro, que aún hoy se opone a los cierres.

El confinamiento, un método viejo pero muy eficaz

“El confinamiento es tan drástico que parecía imposible en Europa, pero es lo más eficaz”, dijo en marzo la inmunóloga África González. Ha pasado casi un año de sus declaraciones, pero al contrario que otras afirmaciones científicas, esta no ha caducado. Recientes estudios matemáticos, como el de las universidades Rovira i Virgili y de Zaragoza; y el de Rafael Cascón, de la Universidad Politécnica de Madrid, han proyectado que si el confinamiento domiciliario de España se hubiera decretado siete días antes –es decir, el 7 de marzo de 2020– se habría salvado la vida de unas 20.000 personas, dejando las víctimas mortales de la primera ola en solo 5.000. Y si se hubiera ordenado 7 días después, el 21 de marzo, hubieran sido 120.000 los muertos de esa primera onda.

No hay lugares seguros, sino comportamientos seguros

En la primera desescalada –ya vamos por la tercera– proliferaron los locales comerciales y de hostelería con sellos ‘Covid free’ emitidos por supuestas entidades certificadoras. Afirmar que un espacio público es ‘seguro’ o ‘libre de covid’ es hacer un brindis al sol, porque por muchas medidas de seguridad que se puedan implementar –algunas efectivas y otras de dudosa utilidad–, será el comportamiento de quienes ocupen ese lugar lo que determinará el riesgo de contagio en cada momento. Así, el interior de un bar será más seguro cuanto menos tiempo pasen sus ocupantes sin mascarilla. Si solo se la quitan en el instante necesario para ingerir la bebida o el alimento, como marca la norma, el riesgo disminuirá. La mascarilla, la ventilación, la distancia, los filtros de aire Hepa y el lavado de manos son varias capas de seguridad que deben superponerse para reducir lo máximo posible las probabilidades de contagio, lo que los expertos llaman la “estrategia del queso de gruyer”: cada capa de protección tiene agujeros, pero superponiendo varias lonchas de gruyer obtenemos una pared casi sin fisuras.

No hay enemigo pequeño: la amenaza microbiana global.

El biólogo y Premio Nobel británico Peter Medawar dijo una vez que “un virus es una mala noticia envuelta en proteínas”. En el mundo occidental, esas malas noticias llevaban décadas sin aparecer en las primeras páginas de los periódicos. Gracias a los antibióticos, las vacunas y la higiene pensábamos que las grandes mortandades por enfermedades infecciosas eran cosa del pasado. La pandemia de covid-19 ha sido el perfecto cuento de Pedro y el lobo, tras las relativas falsas alarmas de los coronavirus Sars (2002) y Mers (2012) y la gripe A (2009). Y eso que personajes tan poderosos como Bill Gates y la OMS habían advertido sobre una pandemia muchos años atrás.

Enfoque “one health”: la salud depende del ecosistema

Los científicos defienden la estrategia ‘one health’ (una salud), en la que salud humana y la sanidad animal son interdependientes y están vinculadas a los ecosistemas. Este enfoque reduciría el riesgo de zoonosis, la transmisión de virus de animales a humanos. “Se ha pensado que esto es un problema del ser humano, pero los coronavirus son virus de animales que tienen la capacidad de saltar de unas especies a otras”, –ha recordado Ignacio López-Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra–. La única estrategia para controlar ese tipo de problemas es unir la salud humana, la animal y la del planeta”.

La ciencia es vital: nos va la vida en ello

Que se hayan logrado en un año vacunas tremendamente eficaces contra el covid-19 no es producto de un milagro ni de la casualidad, sino fruto de un trabajo científico de décadas. El desarrollo de las vacunas de ARN mensajero ha sido posible gracias a la implicación de universidades, empresas y gobiernos que apostaron por esa investigación, que abre el camino a otros muchos fármacos. La ciencia es importante, literalmente nos va la vida en ello, como la pandemia ha demostrado. Más allá de la apuesta efectista por Pedro Duque al frente del Ministerio, la comunidad científica española pide una mayor implicación y un pacto de Estado por la ciencia.

Hay que mirar más hacia oriente y Asia

Uno de los pecados originales de esta pandemia fue ignorar las señales de alarma que llegaban de China, donde se construyeron hospitales en tiempo récord para atender a los enfermos de la entonces llamada ‘neumonía de Wuhan’. Muchos gobiernos occidentales minusvaloraron la amenaza y más tarde evitaron o tardaron en adoptar medidas que funcionaron en países asiáticos como Japón, Corea del Sur, China y Taiwán: mascarillas, confinamientos, apps de rastreo y control estricto de fronteras para evitar casos importados. Quizá convendría asumir una cura de humildad y aprender más de ellos.