Jesús Oramas, director del hotel H10 Costa Adeje Palace, que permaneció confinado durante 14 días tras el positivo de un turista italiano, habla con tranquilidad y es capaz de recordar incontables anécdotas de aquellas dos semanas. De una hora para otra, los mil clientes de su establecimiento quedaron bloqueados en el edificio sin saber muy bien a qué se enfrentaban ni si tenían razón aquellos que habían impedido su salida del complejo.

Contener toda esa ansiedad y miedo no fue fácil e hicieron falta nervios de acero. Pero Oramas lo afrontó con valentía y compromiso. Estuvo cuatro días sin dormir, en los que perdió siete kilos. Pero aquellos que lo intentaron culpar de su muerte fueron los mismos que le agradecieron sus desvelos por resolverles sus necesidades.

Explica con orgullo que, “cuando reabrimos, el 14 de junio, los primeros clientes que tuvimos fueron muchos de los que habían estado confinados dos semanas”. La tarde antes de que el H10 reabriera, una guagua paró en la entrada y dejó a una familia alemana: los padres y dos niños. Querían alojarse, pero Oramas les dijo que no podía ser, que abrían al día siguiente. Los germanos dijeron: “queremos quedarnos en nuestro hotel, esta es nuestra casa”. Le explicaron a Jesús que ellos habían estado alojados allí durante el cierre del complejo. Por eso, esperaron toda la noche sentados en unos bancos por fuera de la puerta principal y el 14 de junio fueron los primeros en registrarse.

Del millar de afectados por el bloqueo, la cuarta parte eran niños, “que nos demostraron serenidad y control”. Una noche, una pequeña alemana escribió en un papel frases como “gracias por estar con nosotros, por cuidarnos” y lo pegó de uno de los gruesos pilares de la recepción. Durante días, todos los menores siguieron su ejemplo, lo que generó una motivación extra para el personal. Algunos trabajadores estaban fuera e ingresaron para ayudar a sus compañeros y apoyar al director.

Un turista de avanzada edad se le acercó un día para preguntarle: “Júreme que no me voy a morir aquí dentro, que voy a volver a ver a mis familiares”. Oramas comprende ese sentimiento, una vez que, sin esperarlo, las autoridades te dicen que te tienes que encerrar”, en una situación que afecta a “tu salud, tu libertad, tu trabajo, tu relación con los demás”. Otra vez, un japonés que se identificó como probador de coches fue a realizar el check out o registro de salida en recepción. Y le aclararon que no podía hacerlo. No lo entendió. Sufrió un ataque de ansiedad, cayó al suelo y tuvo que recibir atención sanitaria. También se le acercó un desfibrilador, por si lo necesitaba. Cada día imploraba que cuándo lo dejarían salir, que tenía un hijo pequeño en el Reino Unido. Pero no hubo excepciones en el bloqueo.

Una tarde, una mujer británica, sus dos hijos pequeños y su padre, de 89 años, llegaron a hall. Todos lloraban, pero ella gritaba de forma desesperaba: “¡Vamos a morir todos!” Sus compatriotas se acercaron a dicha familia para saber qué pasaba, lo que elevó la tensión. Tras un buen rato sin poder acercarse ni tranquilizarla, Oramas la convenció para hablar en un lugar apartado. Entonces, relató que su marido había muerto ese día en un accidente de tráfico en el Reino Unido, mientras ella y sus hijos estaban allí. Desde ese momento, el director dedicó cada día una hora a hablar con ella, a que se desahogara, a apoyarla y a darle ánimo. Cuando el hotel se abrió para dichos clientes, la mujer le dijo a Oramas, en señal de agradecimiento: “Tienes que venir a mi casa”.

También evoca anécdotas positivas, como la protagonizada por el párroco de Adeje, Honorio Campos, que, cada mañana, a las 11:00 horas, en las dos semanas del confinamiento, hacía sonar las campanas de la cercana iglesia de San Sebastián con la melodía del Himno de la Alegría, como apoyo a los que seguían dentro del hotel.

El director tiene claro que, en sus vacaciones, los turistas tienen que percibir el hotel como su hogar. Apunta que, desde hace seis meses, en el H10 Costa Adeje vive un señor italiano de 95 años. El personal está pendiente de su tensión, de llevarlo al hospital si le baja mucho, de lo que puede y no puede hacer, o lo que le gusta, como acudir a la piscina o al jacuzzi cada mañana. “Esta es mi casa; he venido aquí a curarme”, les explica el nonagenario.

En las dos semanas del cierre, en el hotel también se colocó una cajita para recoger los buenos deseos de niños y adultos. Estos últimos también dejaban dinero. En la primera noche la aportación fue de 2.000 euros. Toda la recaudación fue donada a una ONG para que se ayudara a personas desfavorecidas.

Oramas también cuenta la anécdota de una joven rusa que se empeñó en dar a luz en el hotel durante el obligado encierro. El director trató muchas veces de convencerla de que tenía que irse a un hospital, pero la cliente no quería. Hasta las ecografías se las hicieron en el H10 Costa Adeje y solo abandonó este poco antes del nacimiento del bebé.

El personal también creó sus particulares departamentos sanitarios. Uno, por ejemplo, se encargaba de atender los problemas de ansiedad de los clientes y otro, de recoger los medicamentos que necesitaban todos los alojados. Una vez, un exministro francés se sentó frente al director y le dijo a la esposa que grabara: “Tengo que ponerme insulina hoy a las cinco de la tarde; si no, moriré y usted (Oramas) será el culpable”, dijo chillando. Trabajadores localizaron por internet la farmacia que podía tener el producto adecuado. Cuando se lo trajeron, el varón galo no se lo quería poner, pues era de otra marca, aunque con las mismas características. Tras convencerlo Jesús, se puso la insulina a las 17:05 horas, pero se le quedó mirando al director. Al final, era el producto que necesitaba. Cuando salió del hotel, le dio a Oramas un abrazo fuerte, le dio las gracias y le pidió que lo perdonara por su conducta. Otro momento crítico se produjo cuando se quedaron sin comida infantil. El director avisó al alcalde de Adeje, José Miguel Rodríguez Fraga, para ver si el ayuntamiento podía aportar leche infantil, compotas y otros productos para niños de corta edad. Y desde el consistorio hubo una respuesta eficaz y se suministraron esos recursos. Tampoco había compresas. La solución de urgencia fue cortar en tiras las toallas de los baños para resolver la situación. Y se consiguió.

Para alguna prensa británica fue: “El hotel de la muerte”. Oramas recuerda que periodistas del Reino Unido se colocaron en un lateral del edificio con pancartas en las que ponían sus teléfonos y las libras, hasta 150, que pagarían por imágenes o testimonios del interior.

Pero algunas de las palabras más bonitas de aquellos días llegaron desde un consulado: “Todo el pueblo de Irlanda está con ustedes; lo están haciendo muy bien”. El director se emociona.