Mientras los canarios centraban sus prioridades en los festejos carnavaleros, un virus del que apenas comenzaba a especularse se colaba en Tenerife a través de un médico italiano. El primer confinamiento hotelero para frenar los contagios tuvo lugar en Costa Adeje, donde hubo que desarrollar nuevas líneas de actuación a causa del desconocimiento generalizado. La coordinación de los servicios canarios de salud garantizó una gestión eficaz.

Es domingo 23 de febrero de 2020, los tinerfeños vuelven a llenar las calles con disfraces y purpurina para celebrar el Carnaval de Día tras una jornada sin bailes a causa de las adversas condiciones climatológicas que azotan el Archipiélago desde el día anterior. A pesar de que los niveles de polvo en suspensión hacen de Canarias el lugar más contaminado del planeta, este contratiempo es un mal menor en comparación con otro día de atuendos recluidos y bailes pospuestos.

Por entonces ya se empezaba a escuchar la existencia un virus originado en la localidad china de Wuhan, pero reconfortaba saber que en España solo había afectado a un turista en La Gomera, pues al haber tantos kilómetros de por medio con el epicentro y obviando el ritmo frenético de los desplazamientos actuales, ningún canario pudo prepararse para lo que quizás podría ser considerado como el principio del fin.

Después de una intensa jornada que dejó tras de sí numerosos incendios en Tenerife y Gran Canaria, 822 vuelos cancelados y cien mil pasajeros en tierra, saltaron las alarmas con una comparecencia de Pedro Martín, presidente del Cabildo de Tenerife, en la que anunciaba el seguimiento de un médico lombardo positivo en Covid y hospedado en el hotel H10 Costa Adeje Palace, aunque por entonces se encontraba ya en aislamiento hospitalario.

Este 24 de febrero se cumple un año de la cuarentena impuesta al complejo hotelero, resultante de la prevención de contagios en las instalaciones y el incremento de ingresos de pacientes Covid en el Hospital Nuestra Señora de la Candelaria. Un total de 24 nacionalidades y 13 idiomas compusieron el mosaico de veraneantes que por primera vez no festejaron la prolongación de sus vacaciones.

Ante la anómala situación, el Servicio Canario de Salud (SCS) en colaboración con el Servicio de Urgencias Canario se vio obligado a desarrollar nuevas líneas de actuación al no existir precedentes próximos, tomando como referencia cercana la gestión de epidemias anteriores.

Los primeros sentimientos suscitados tras la comunicación de las restricciones impuestas a los huéspedes oscilaron entre la confusión, la incomprensión y el miedo de los afectados, al no existir información más allá de que el virus era altamente contagioso y podía ser letal. Fue necesaria la colaboración de numerosas asociaciones que facilitaron la traducción y diálogo entre idiomas, y que reforzaron la gestión de emociones transmitiendo seguridad, comprensión y confianza a los clientes y trabajadores, pues en pocas horas ambos vieron coartada su libertad de movimiento y fueron expuestos a una expectación mediática mundial.

Mientras el resto del mundo aún se atrevía a bromear con querer permanecer gratuitamente en un hotel cuatro estrellas, los clientes se vieron sometidos a estrictos controles, divididos entre medidas de identificación y aislamiento según su nivel de contacto con el paciente infectado, y medidas de prevención como la permanencia en las habitaciones, uso de mascarilla, control de aforos y distancia de seguridad en espacios comunes, así como la frecuente realización de cribados.

Los 893 turistas y los trabajadores que voluntariamente decidieron continuar en su puesto para ayudar con las labores pertinentes, constituyeron el primer gran grupo de personas de la nueva crisis en ser expuesto a una logística sanitaria y organizativa basada en la medicina de catástrofes, aunque adaptada a un entorno urbano donde más allá de evitar la propagación, se evitó en todo momento la alarma ciudadana ante la posible dispersión y contagio.

El éxito del dispositivo desarrollado se reflejó en los siete únicos casos positivos de Covid en el recinto, consecuencia del modelo interdisciplinar de toma de decisiones adoptado por la Administración, la puesta en marcha de los primeros equipos de rastreadores y el enorme despliegue sanitario, constituido por 13 médicos, 42 enfermeros, 4 auxiliares administrativos y 10 técnicos de gestión logística, así como psicólogos y traductores voluntarios. A lo que se sumaron dispositivos de control del perímetro del hotel llevados a cabo por la Policía Nacional, Autonómica y Local.

Las salidas de extranjeros comenzaron el día 28 de febrero, previo resultado negativo de PCR, mientras que los últimos 274 hospedados pudieron retornar a sus países el 10 de marzo, un día antes de que la Organización Mundial de la Salud (OMS), alarmada ante los niveles de propagación de la enfermedad, su gravedad y la inacción de los países, determinase que el nuevo fenómeno de la Covid-19 podía caracterizarse como una pandemia.

Esta emergencia a pequeña escala serviría más tarde como un ensayo general sobre cómo se actuaría globalmente, pues permitió avanzar en las líneas de actuación, protocolos y medios de respuesta ante la pandemia, sentando la base de la utilización de hoteles como recursos asistenciales y de confinamiento para pacientes leves. El 11 de marzo el Gobierno de España estableció una cuarentena nacional para frenar la propagación del virus, haciendo que las semanas de expectación que rodearon al hotel H10 Costa Adeje Palace fueran las últimas de aquello que hoy denominamos “vieja normalidad”.