La pasión empuja a las mujeres a dedicarse a la ciencia mientras que la precariedad, unida a la falta de ayudas para la conciliación familiar, las obliga a abandonarla. La carrera investigadora muestra aún una flagrante falta de paridad en categorías de mayor rango, como las cátedras o el profesorado investigador, lo que esconde una realidad que solo afecta a las mujeres: el modelo no está concebido para facilitarles avanzar. El techo de cristal en la profesión investigadora aún está lejos de romperse pues para las mujeres mantenerse en el camino significa o bien renunciar a otras situaciones vitales o redoblar los esfuerzos.

La ciencia es más visible, pero las investigadoras aún no lo son. La falta de conciliación familiar y la inestabilidad laboral, unida a una carrera que requiere una importante dedicación y tiempo, han provocado que, a día de hoy, la paridad entre hombres y mujeres en la ciencia sea aún un objetivo muy lejano. Mientras que el afán por promulgar que la investigación es accesible para cualquier persona, sin que su género tenga en absoluto que ver con su desempeño, ha dado sus frutos; los obstáculos se encuentran aún en un camino construido por y para hombres, y alejados de la realidad social.

En la carrera investigadora, como señala el último informe de Científicas en Cifras, referente al año 2017, sigue siendo muy destacable la infra-representación de las mujeres en las categorías de mayor rango, como las cátedras o profesorado de investigación. En las universidades públicas, por ejemplo, solo un 21% de mujeres son parte del profesorado catedrático de universidad. Esta proporción en la categoría de mayor nivel es algo mayor en los Organismos Públicos de Investigación (OPIs), con un 25% de investigadoras en el Grado A (que en OPIs agrega al profesorado de investigación y al profesorado catedrático de universidad). En ambos casos, no obstante, se encuentra lejos aún del porcentaje de mujeres que representan el total del personal investigador de la comunidad autónoma.

En Canarias hay un 38% de investigadoras en todos los sectores –la cuarta comunidad por la cola–. En la administración pública, ese porcentaje se reduce hasta el 35%, lo que ha provocado ya varios tirones de orejas. El último, en el informe Científicas en Cifras del año 2017 que reza que “Canarias es la única comunidad que continúa sin alcanzar el equilibrio de género y además ha bajado 2 puntos desde 2014 “. En las empresas ese porcentaje baja hasta un 32%. En el único lugar en el que ha aumentado la proporción en los últimos años es en las universidades, donde ya conforman el 41% del total del personal. La misma brecha sucede en los órganos de gobierno, cuyos puestos de mayor relevancia, como directores, presidentes, rectores o decanos, están ocupados en su mayoría (entre un 80% y un 90% de las ocasiones) por hombres. Cabe resaltar que la mayor brecha de género continúa estando en el cargo de máximo nivel de las universidades, las rectoras, pese a que avanzan al 8% del total en el caso de las universidades públicas en 2017 (estaban en el 2% en 2015).

El techo de cristal es hoy la consecuencia de una segregación que se va fraguando durante toda la carrera investigadora pero de manera invisible. No se ofrecen menos oportunidades de avanzar a las mujeres válidas, ni se les veta de los puestos directivos; el sistema simplemente no está construido pensando en las decisiones vitales que normalmente recaen en la mujer. La mayoría de investigadoras señala directamente a la maternidad. “Ser mamá y tener que vivir en una sociedad machista implica un montón de cosas”, señala la ingeniera informática de la Universidad de La Laguna (ULL), Carina González. Una de las primeras consecuencias de tener un bebé es que no es posible continuar trabajando al mismo ritmo que en etapas anteriores. “Cuando desapareces un año de la investigación parece que te descuelgas, porque la ciencia sigue avanzando”. Así describe la situación la directora del Instituto Geográfico Nacional (IGN) en Canarias, María José Blanco, que señala que esa situación, en ningún caso debería penalizarse, pero durante años, ha sido así. Para Cristina Ramos, investigadora del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), el problema de paralizar su trabajo va más allá, pues implica “perder un momento”. En este sentido, y como describe Ramos, hay muchas mujeres a las que les coincide el momento en el que empiezan a tener más relevancia a nivel internacional con el de la maternidad, “no puedes retrasarlo y esperar a que los niños sean mayores, porque sino igual, luego nadie acudirá a ti cuando regreses”.

“Ya muchos tribunales que otorgan proyectos de investigación a mujeres tienen en sus criterios de valoración que el trabajo queda paralizado cuando la mujer está en plena maternidad”, indica Blanco. Pero ni esta concesión, ni los trabajos que se han hecho desde el Gobierno estatal para otorgar a los hombres el mismo tiempo de cuidado de los progenitores que a las mujeres, no ha sido, por el momento suficiente.

Tampoco contribuye a mejorar la situación la flagrante precariedad a la que se han visto expuestos todos los investigadores de España. El sistema científico en el país bebe de repartir unos pocos fondos –apenas un 1,2% del PIB del país– entre unos cuantos afortunados que, mostrando un valor meritorio claro, se ganan ser financiados por el sistema. Pero esto significa que un año pueden tener garantizada la financiación, y al siguiente perderla de golpe. “La inestabilidad, los contratos temporales o a tiempo parcial, obliga a no plantear ciertas cosas como comprar una casa o tener hijos”, señala, por su parte, Zaida Ortega, ingeniera de procesos de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULGPC). Esto es lo que le ocurre a la mayoría de las mujeres científicas, que deciden “retrasar la maternidad hasta adquirir cierta estabilidad”, concluye, por su parte, Carina González.

Esto, a su vez, provoca la baja productividad de las investigadoras en España. El estudio del Libro Blanco. Situación de las mujeres en la ciencia española muestra que la productividad académica de las investigadoras, medida en relación al promedio de artículos, libros y tesis dirigidas en el período del estudio, ha sido durante años menor que la de los hombres. En general, los hombres publican dos artículos y dos libros más que sus compañeras mujeres.

El techo de cristal, no obstante, es más fácil o difícil de romper dependiendo de la ciencia a la que se refiera. En las universidades públicas, por ejemplo, el techo de cristal es mucho más duro en ciencias sociales, ciencias agrícolas e ingeniería y tecnología. Estas áreas tienen, respectivamente, un índice de techo de cristal de 2,28, 2,09 y 1,96, lo que supone que es más difícil para las mujeres alcanzar la posición más alta de la carrera investigadora.

Lo positivo es que las cosas están cambiando, aunque de forma muy lenta. Cuando se pone el foco en las estudiantes universitarias matriculadas en Estudios de Grado, Primer y Segundo Ciclo según rama de enseñanza, a fin de explorar si en esta cantera de futuras investigadoras las tendencias evolutivas son esperanzadoras, las cifras muestran que persiste la segregación horizontal de género. Las investigadoras que llevan más tiempo en esto lo han notado, pero advierten de que no es suficiente. El triunfo llegará con la igualdad real en todos los ámbitos y esa realidad, por el momento, no ha alcanzado a la ciencia.

Poder contemplar el cielo estrellado de La Palma cada noche hizo que le picara la curiosidad de conocer más de lo que ocurre allá fuera. Ahora, la astrofísica Cristina Ramos se dedica a buscar respuestas que expliquen la evolución de las galaxias en el núcleo de los agujeros negros. A través de grandes lentes, ha observado que el interior de estos cuerpos absorbe absolutamente todo lo que se encuentra a su alrededor, regulando el crecimiento de las galaxias. El entusiasmo de Ramos por la ciencia y el amparo del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) ha sido lo que la ha llevado a ser reconocida internacionalmente. Pero no por ello su camino ha sido menos atropellado. La maternidad incrementó la presión a la que estaba sometida, pues debía seguir trabajando a pesar de estar amamantando a sus hijos. “Si no aprovechas el momento, y retrasas tu carrera, acabas perdiéndolo”, lamenta. No obstante, admite que al menos en los últimos años, las instituciones han tratado de dar pasos en la paridad. “Antes no animaban a pasar inadvertidas, pero hoy, cuando ocurre algo que está fuera de lugar o mal, lo señalamos; tenemos más libertad”.

Curiosa por naturaleza, la socióloga y economista, Eva Parga ha aprovechado su formación y experiencia para trasladarla al sector de las ciencias naturales. Este afán por entender la cultura detrás de ciertos productos, y así enaltecerlos y protegerlos, le ha llevado hasta el sector vitivinícola canario en el que en los últimos años ha descubierto grandes valores a preservar. Gracias a sus estudios se sabe que el vino de Tea, de La Palma, es único gracias a cómo se fermenta en las barricas de pino canario. Parga considera que “el panorama de la ciencia a nivel de género es muy desalentador”, porque es una carrera que requiere de gran movilidad y en la que la inestabilidad está prácticamente implícita. La investigadora ha estado en otros países, como Dinamarca, donde asegura que se otorgan ayudas la conciliación familiar; algo en lo que España aún está muy lejos. “O postergas la maternidad, con el riesgo que eso implica, o te haces una mamá trotamundos, con lo que pierdes el apoyo en la crianza”, señala Parga, que considera que las medidas implantadas en el país son más “para colgarse medallas” que para acabar con la desigualdad de facto.

María José Blanco quería conocer cómo se formaba el mundo, por eso estudió Física. Pero saber cómo funcionaba no era suficiente, por eso se especializó en geofísica. La ahora directora del Instituto Geográfico Nacional (IGN) en Canarias ha recorrido un largo camino en la sismología y, en los últimos años, también en la vulcanología. Ahora, como máxima responsable del centro canario, dedica su tiempo a asegurarse de que sus investigadores consigan los fondos necesarios para continuar sus investigaciones. Blanco comenzó su carrera en un mundo liderado por hombres, y aunque la situación haya cambiado ligeramente, asegura que las medidas impuestas aún “necesitan tiempo” para garantizar y visibilidad la igualdad en la ciencia. Como señala, los puestos de responsabilidad están ocupados por hombres y, aunque el techo de cristal está ahora un poco más arriba, sigue provocando diferencias por sexos. Blanco destaca que, en esta tarea, es necesario que existan referentes. Ella misma lo ha vivido en sus propias carnes. Sus dos hijas están estudiando Física en distintas ramas, por lo que valora la “influencia” de los padres como referencia.

No tenía vocación temprana, pero siempre le llamaban las ciencias. El momento de inflexión llegó cuando finalizaba el instituto y se sumergió en un libro que contaba la biografía de la neurocientífica Rita Levi-Montalcini, Premio Nobel de Medicina en 1986. Desde entonces, la biología se ha convertido en su pasión y profesión. La investigadora, que trabaja en el Instituto Español de Oceanografía (IEO), trata de buscar una fórmula de acuicultura sostenible, que permita que las nuevas especies que se incorporen (como el medregal o el pulpo) permanezcan sanas. En su experiencia nunca ha sentido discriminación por razón de género: “siempre he tenido las mismas oportunidades que el resto”. Sin embargo, sí que estima que faltan referentes para que las pequeñas y adolescentes decidan escoger esta vía. “Es cierto que en la biología no hay tanta disparidad como en ramas más tecnológicas, pero nos faltan referentes, pues siempre suelen ser masculinos”, señala. La investigadora aboga por la divulgación y anima a las científicas a mostrar a la población sus trabajos para animar a las nuevas generaciones a estudiar ciencias.

El traqueteo tecnológico al que estuvo influenciada durante su niñez, en parte por su padre, la llevó a querer “jugar” con la mecánica y la electrónica. Carina González es ahora ingeniera informática de la Universidad de La Laguna (ULL) y ha volcado sus conocimientos en hacer que la tecnología sea más intuitiva y sencilla para las personas con necesidades especiales, como los mayores o las personas con discapacidad o dislexia. González se encontró frente al techo de cristal muy temprano, cuando accedió por primera vez a la universidad. “Entré en ingeniería electromecánica donde era la única mujer, era un ambiente tan masculino que lo tuve que dejar a la mitad”, señala la investigadora. Hoy ve con alegría que cada vez haya más paridad en las aulas, pero afirma que eso no se refleja en niveles académicos más altos (como la cátedra o la investigación posdoctoral). Ella misma ha vivido esa dicotomía, pues al ser madre muy joven, se vio obligada a “esperar a que madurara mi hijo para realizarme a nivel profesional”. “Nosotras debemos apostar mucho y hacerlo fuerte, hay que tener mucha convicción para dedicar tu vida a esto”.

Zaida Ortega siempre quiso saber cómo funcionaban las cosas. Contemplaba el microondas y quería entender cómo ese cacharro podía calentar la comida tan solo dando vueltas al plato. Contemplaba los aviones y necesitaba saber cómo un objeto tan pesado se podía mantener en el aire. La curiosidad le llevó hasta la ingeniería química, una disciplina bajo la que desarrolla fórmulas para maximizar el uso de recursos, especialmente aquellos que se van a desechar o que no tienen un fin claro, para darles una nueva vida. Cuando entró en la carrera descubrió que, al contrario que otras ingenierías, existía una igualdad absoluta entre hombres y mujeres entre los alumnos. Nunca se ha visto obligada a esconder su opinión y señala que en los últimos años ha visto una mejora en la paridad entre los grupos de profesores. Sin embargo, la carrera investigadora se convierte en un camino de obstáculos que obliga a “no plantearse ciertas cosas, como comprar una casa o tener un hijo”, por la enorme “precariedad” imperante en el sector. “Es una carrera muy inestable, y sobrevives porque te dedicas a lo que te gusta y lo haces con pasión”.