Policías nacionales se ocuparon de la protección de la esposa, las hijas y otros familiares del delincuente, que aprovechó un permiso penitenciario para no regresar jamás a la cárcel e iniciar un camino de muerte, agresiones sexuales y robos de comida para poder subsistir. Un agente explica cómo muchas noches se apostaba con su rifle de mira de visión nocturna en la azotea de la casa de la mujer del prófugo, porque tanto ella como sus dos hijas estaban amenazadas de muerte y tenían miedo. El historial delictivo de ‘Maso’ había empezado una década antes, en 1981, cuando pasó de ‘mirón’ a asesino y violador.

Frío y oscuridad. Mario está en la azotea de una casa en El Batán con un rifle que incorpora mira telescópica de visión nocturna. Si es preciso, tirará a matar para que el individuo más buscado del momento no llegue a la vivienda. Mario es policía nacional y su misión en aquellos días de enero y febrero de 1991 consistía en proteger el domicilio de la esposa de Dámaso Rodríguez, El Brujo. En poco más de nueve años, Dámaso había asesinado a tres personas, dos hombres y una mujer, y violó a otras tantas mujeres. Por la primera muerte y otros delitos, fue condenado a 55 años de cárcel, pero a los ocho años de estar en la cárcel ya empezó a pedir permisos y en uno de ellos empezó su camino sin retorno de muertes, agresiones sexuales y fuga por los caminos de los montes de Anaga. Hasta que, al verse rodeado, se suicidó en una pequeña construcción de Solís.

Amenazas de muerte

El hecho de que varios agentes vigilaran por turnos la casa de su exesposa no fue una decisión gratuita en el dispositivo de seguridad. La exmujer de Dámaso estaba amenazada de muerte y dos décadas después ella aseguró a El Día que, tras no volver a prisión y matar a los dos turistas alemanes que hacían senderismo, Maso estuvo en el exterior de su vivienda.

En aquella época, Mario formaba parte de un grupo de Policía Judicial, pero el amplio dispositivo de búsqueda establecido por el Gobierno Civil (actual Subdelegación del Gobierno) para capturar al delincuente le llevó, en los primeros días, a integrar uno de los grupos de búsqueda que rastreó senderos, barrancos y cuevas de la zona comprendida entre el Monte de Las Mercedes y la costa de Santa Cruz de Tenerife. Y días después le destinaron a la vigilancia de la vivienda. “Me asignaron a la seguridad de la mujer, para la que había turnos de mañana, tarde y noche”, relata el agente. “Casi vivía en la casa”, comenta. Confirma que “ella tenía mucho miedo, porque Dámaso era muy malo y su exmujer pensaba que la iba a matar”. Las órdenes que tenía Mario eran claras: dar el alto y, si no hacía caso, tirar a matar. “Antes nos temblaba menos el pulso para disparar”, comenta.

Víctimas en su familia

Su exesposa nunca entendió que los trágicos hechos que protagonizó Dámaso fueran motivo para ensalzar su figura, ni para componerle una canción ni mucho menos para justificar sus acciones de manera alguna. Y ella y sus hijas también se consideraron víctimas de sus acciones y su particular deriva criminal.

Miedo en Anaga

Treinta años después de aquella persecución, resulta difícil olvidar el “miedo colectivo” ante las andanzas del excaballero legionario, sobre todo entre quienes vivían en los caseríos de Anaga, en los municipios de La Laguna y Santa Cruz de Tenerife. Y no resulta sencillo hallar una historia similar en los graves sucesos ocurridos en Canarias durante las pasadas décadas. Detrás de los hechos más terribles perpetrados por Dámaso siempre estuvo su condición de depredador sexual.

De mirón a violador

Su primer asesinato se produjo en noviembre de 1981. El joven Baldomero, vecino de la costa de La Laguna, mantenía relaciones sexuales con su novia en un paraje de El Moquinal en el interior de su vehículo, un Mazda. Fuentes judiciales explicaron que Dámaso era un “voyeur” (mirón), al que le gustaba observar a las parejas cuando mantenían relaciones íntimas. Aquella jornada portaba un arma de fuego y decidió dar un paso más para satisfacer sus deseos libidinosos. Se asomó por una ventana trasera del turismo de la víctima y, con la pistola del calibre 9 milímetros corto que le había robado a un militar, disparó de forma certera al hombre, que murió en el acto. Después, golpeó, sacó del vehículo y agredió sexualmente a la mujer. A continuación, condujo el automóvil, con el cadáver y la joven dentro, hasta el Llano de Los Viejos (Monte de Las Mercedes), donde los abandonó. Tras la denuncia realizada por la víctima de la agresión sexual, la Policía Nacional comenzó a investigar. Las preguntas se centraron en un hombre violento, conocedor de la zona de Anaga y al que le gustara acudir a lugares de encuentros de parejas para tener relaciones sexuales. Todas las respuestas condujeron hasta Dámaso Rodríguez, que confesó los hechos. El Brujo fue condenado a 55 años de prisión por los delitos de asesinato, agresión sexual, el hurto del arma de fuego y tenencia ilícita de armas.

Exigencia de permisos

Cuando apenas había pasado ocho años entre rejas, el delincuente empezó a reclamar, de manera insistente, que le dieran permisos y así poder salir de Tenerife II. La persona que en aquella época ejercía como fiscal responsable de Vigilancia Penitenciaria, Diego Domínguez León, señaló a El Día en su momento que “Dámaso era un mal bicho, que te miraba con aquellos ojos azules para intentar lograr su objetivo”. Y esa batalla la ganó el preso, tras casi un año y medio de peticiones. Consiguió convencer a la Junta de Régimen Penitenciario y al Equipo de Tratamiento.

Los recursos del Ministerio Fiscal, explicó Domínguez León, pudieron frenar algún tiempo la salida temporal. Pero en octubre de 1990, obtuvo su primer permiso, no cometió ningún delito y regresó al centro penitenciario el día que le correspondía. Y apenas tres meses después, Maso logró la segunda autorización por tres días. Salió de su celda el 17 de enero y tenía que reingresar en la cárcel el día 20. Sin embargo, nunca volvió a prisión. En aquellas jornadas había empezado el camino sin retorno del delincuente.

Al ser consultada hace algunos días, una de las fuentes policiales que intervino en la búsqueda de Dámaso aseguró que, tras la fuga y los crímenes de hace tres décadas, estuvieron el instinto asesino del autor, sus obsesiones sexuales y unos supuestos problemas con familiares, que el protagonista de la historia nunca supo resolver o aclarar. Ya su exesposa y sus hijas, que en aquel momento tenían 18 y 16 años, estaban amenazadas de muerte por el prófugo. Una noche, sus exsuegros lo escucharon en el exterior de su vivienda, pero no les hizo nada.

Los turistas alemanes

El cadáver del ciudadano germano Karl Flick fue encontrado el 23 de enero en el camino forestal de El Solís. A la jornada siguiente, se halló el cuerpo sin vida de su esposa, Matha Kuper, de 87 años, que había sido violada y estrangulada. En un juzgado de La Laguna también se recogió por esos días el testimonio de una mujer de avanzada edad, a quien supuestamente Dámaso violó por vía anal. Y desde ese momento saltaron todas las alarmas. Las clases en las escuelas del monte de Las Mercedes se suspendieron desde el 29 de enero hasta el 6 de febrero; lo que da idea del temor que la fuga del exlegionario provocó entre sus vecinos de la zona de Anaga y, por extensión, en otros lugares próximos.

Un policía nacional, que estaba destinado en esa época en La Laguna, participó en el dispositivo para proteger las viviendas de los padres y otros familiares de Dámaso, como la de su hermana y su cuñado. También efectuó controles de carretera, así como protección a las personas que subían a sus casas en el Macizo o a cultivar sus huertas. Algún día también custodió una guagua de transporte escolar.

Avistamientos

En las referidas semanas se desataron especulaciones de todo tipo, los avistamientos, las huidas del fugitivo cuando se creía que casi estaba cercado o los robos en las cuevas y viviendas de varios enclaves. En una de ellas no sólo se aprovisionó de comida, sino también de una escopeta y cartuchos. El conocimiento del terreno por parte del exlegionario y su capacidad de supervivencia le hizo inalcanzable durante muchos días. El despliegue de la Policía Nacional y la Guardia Civil, con medios terrestres y aéreos, provocó cansancio y tensión en el prófugo, que cada vez tenía menos espacio en el que moverse y menos comida. El 19 de febrero, una familia se desplazó a una casa en la zona de Solís y detectó que la puerta estaba forzada. Los propietarios no entraron, sino que avisaron a la Guardia Civil. Varios agentes acudieron al lugar y fueron recibidos con disparos por parte de El Brujo y los profesionales del Instituto Armado respondieron de la misma manera. Ya no tenía capacidad de huir, pero tampoco quería regresar a la cárcel. Dámaso se pegó un tipo de escopeta.

Pronóstico equivocado

El gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife en 1991, Julio Pérez, hoy consejero de Presidencia, Seguridad y Justicia en el Gobierno de Canarias, recordó hace años la complejidad que supuso la coordinación de la Policía Nacional y la Guardia Civil en la operación para capturar a Maso, mientras reinaba la sensación de alarma entre la población. Y es que los medios de comunicación realizaron un seguimiento constante del caso en el mes en que se prolongó la búsqueda. Además, en aquellos días se celebraron los carnavales de Santa Cruz de Tenerife, con decenas de miles de personas en las calles. Julio Pérez, abogado y también exsecretario de Estado de Justicia durante el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, se mostró convencido de que la decisión judicial de que el preso saliera de permiso se fundamentó en “un pronóstico equivocado” respecto al grado de rehabilitación alcanzado por Dámaso; sobre todo si se tiene en cuenta que se trataba supuestamente de un depredador sexual.

“Lamentamos aquel final”

Entre el 20 de enero y el 19 de febrero, Dámaso Rodríguez fue una verdadera pesadilla para los cuerpos de seguridad, el Gobierno Civil y los residentes en los caseríos de Anaga, que lo siguen llamando Maso. Una de las especulaciones que más circularon sobre el fallecimiento del delincuente consistió en dudar del suicidio del mismo y asegurar que fue acribillado por los guardias civiles que acudieron a Solís. Julio Pérez manifestó en su momento que la autopsia demostró que la muerte fue por suicidio. “Lamentamos aquel final” en la resolución del caso, dijo Pérez, para añadir que la muerte voluntaria de El Brujo pudo empañar el esfuerzo de los cuerpos de seguridad por intentar atraparlo.

El asunto de la fuga y los asesinatos del exlegionario fueron abordados hace muchos años en un debate durante unas jornadas de novela negra en el Sur de Tenerife. Y, de forma casual, en la mesa se encontraba el fiscal Diego Domínguez León, que revivió ante los presentes cómo afrontó aquel episodio inolvidable de la crónica de sucesos. Frente a lo que se pudo llegar a decir tras el no regreso a prisión de Dámaso, este exrepresentante del Ministerio Público aseguró que “yo siempre me opuse a que saliera de la cárcel”, a la vez que comentó que lo dejaron sin herramientas jurídicas para impedir los permisos al citado delincuente, a quien definió como un hombre lleno de “ira contenida, agresividad y velocidad”.

El paso por la Legión

Tomás Afonso, autor de un libro sobre la figura del mencionado delincuente, consideró que hubo un antes y un después en su vida: el pasó por la Legión en Fuerteventura y su posible contacto con las drogas, que influyeron de forma negativa en su conducta. Frente a la imagen pública que ha quedado de Dámaso Rodríguez, algunos vecinos de El Batán lo recuerdan como un joven trabajador y buen compañero en las tareas del campo. Otros ciudadanos explicaron que aquellos días llevaban sus escopetas en los coches, por si se cruzaban con el fugitivo en las carreteras o en alguna pista del macizo de Anaga, cuyos caminos Maso conocía muy bien.