Los premios Educa Abanca reconocen la labor docente gracias a la promoción de los estudiantes, que son los que nominan a sus profesores. Es por tanto un doble reconocimiento a su carrera puesto que llega de la mano de sus alumnos.

Sí, fue iniciativa de ellos. En años anteriores me habían sugerido presentarme pero nunca le había dado importancia. Este año no me lo comunicaron y me enteré cuando me llegó un correo electrónico de la fundación informándome de que había sido propuesto. Fue sorpresivo y muy gratificante. Mi alumnado siempre valora de mí la parte humana, la cercanía, la empatía, el interés, mi preocupación para que progresen y mejoren en su formación.

Esa calidez de la que habla es un elemento a destacar en niveles superiores de educación como es el caso de la universidad.

Que la educación superior es una etapa más fría en cuanto a relación alumno-profesor es un mito porque eso va en la persona y en el carácter del docente. Yo estuve 20 años trabajando en la escuela y estoy entrenado en este tipo de formas de relacionarnos y de interactuar. Quizás lo que sorprende es que he empleado con mis alumnos universitarios las mismas estrategias que puse en práctica cuando estaba trabajando en Primaria y Secundaria. No he dejado de ser quien soy como docente, solo que ahora lo he trasladado al contexto universitario y eso ha gustado.

¿Qué destacaría del cambio que experimentó cuando pasó de dar clase en la escuela a la universidad?

Soy bastante inquieto profesional e intelectualmente y siempre he querido probar y conocer qué es lo que se hace en cada etapa educativa, así que para mí la universidad fue un reto. En 2003 empecé a ejercer de profesor asociado en la ULL, lo que me permitió contar mi experiencia en el colegio y luego se dio la casualidad de que se convocó una plaza, me presenté y la saqué. De Primaria y Secundaria me quedo con la motivación y el deseo de aprender de mis alumnos y sobre todo lo que me ensañaron como persona en cuanto a la importancia de la emoción y la afectividad para fomentar su crecimiento individual y académico. Creo que todos mis alumnos me recuerdan por los ánimos, los abrazos, el afecto y el cariño. Dos décadas de trabajo en la escuela me dieron el tiempo para observar muchas cosas, dificultades entre el profesorado, sus necesidades formativas o necesidades del alumnado. Y mi reto en la universidad ha sido enseñar a los futuros docentes aspectos que yo detectaba como deficitarios en el sistema. He intentado trasmitir el deseo de que sean capaces de hacer una escuela diferente.

El sector educativo vive un momento muy delicado, con grandes retos que afrontar en el futuro próximo. ¿Qué aspecto le ha llamado más la atención durante estos meses de crisis?

Esta situación nos ha dejado evidencias de las carencias a nivel de infraestructuras y también de los recursos y necesidades de las familias y los alumnos. Creíamos que estábamos más y mejor dotados desde el punto de vista tecnológico para enfrentarnos a una situación de virtualización pero se han dado muchos casos de chicos que han vivido situaciones muy complejas. La ULL ha hecho un esfuerzo importante por dotar de recursos a los chicos y que no perdieran el curso académico. En cuanto al salto de la presencialidad a la modalidad on line, en mi caso que doy clase en la UNED, no ha sido un gran cambio y lo único que me tocó hacer es acondicionar los espacios de aprendizaje. También noté la incertidumbre y el miedo con el que el alumnado se enfrentó a esta situación. Agradecieron que estuviéramos pendientes de ellos, apoyándoles y orientándoles. Desde ese momento aproveché el potencial educativo de Whatsapp y mis alumnos y yo permanecemos conectados gracias a la tecnología. Yo soy un full time porque entiendo que cuando un alumno tiene que esperar para recibir respuesta sobre una cuestión se desmotiva.

De cara al futuro, ¿qué retos son los más acuciantes?

Necesitamos realizar una reflexión importante sobre las necesidades formativas de los docentes. Se han detectado muchas limitaciones en cuanto a la cualificación y formación del profesorado para enfrentarse a esta situación.

Con una carrera tan dilatada como la suya, ¿aún le queda algo por hacer?

Ahora mismo estoy abriendo una línea de investigación junto con universidades internacionales sobre educación para la salud. Queremos descubrir la manera de cubrir las carencias que existen en los contextos formativos para afrontar las necesidades del ámbito afectivo emocional y físico del estudiantado. Los alumnos han perdido el ritmo y toda esta situación les ha generado ansiedad y estrés. Sigo formándome porque creo que los profesores no podemos parar.

¿Considera que existe algún campo en la pedagogía en el que habría que trabajar con urgencia para su mejora o expansión?

Tengo una demanda urgente: es fundamental dar respuesta a la realidad diversa de la escuela. La situación de diversidad es ahora la normalidad porque es habitual que haya muchos perfiles y características entre el alumnado, por lo que hay que adecuar la respuesta educativa aquellos que requieren una preparación especializada. Cuando se analizan los planes de estudio se palpan limitaciones y una de las más importantes es la especialización en el ámbito de las necesidades formativas especiales. No se puede ir a la escuela a dar clase habiendo cursado solo tres meses de especialización, como en el caso de los planes de estudio de la ULL. Todo eso requiere de una reflexión alrededor de los contenidos curriculares que hay que adquirir y las competencias que ha de tener un alumno que se va a convertir en docente.

En cuanto a la investigación, ¿aún hay que hacer un trabajo de fomento en la ULL?

El profesorado está haciendo grandes maravillas desde el punto de vista del diseño y la intervención socioeducativa pero echo en falta que se vincule esa experiencia a la difusión. Cuando uno está inmerso en la escuela no hay relación con el contexto universitario, que es uno de los espacios que más debería fomentar la promoción y difusión de esas experiencias de conocimiento. Los que estamos en la universidad también deberíamos aprovechar los recursos de la escuela para transferir ese conocimiento y que otros centros puedan usarlo.

Sería así una forma de iniciar colaboraciones entre los diferentes niveles educativos, algo que no sucede en la actualidad.

Personalmente trabajo mucho con la escuela, a donde sigo yendo. Sigo viendo experiencias educativas y de hecho trabajo con muchos profesores en activo para la difusión de sus estudios. Pero es cierto que eso no es lo habitual.

Usted lleva años formando a futuros profesores. ¿Cómo es la generación que viene a ocupar las aulas?

Hace 30 años que estudié Magisterio y desde entonces la universidad ha cambiado porque ha introducido profesionales externos que han permitido dar luz y forma a nuevas estrategias de aprendizaje y nuevas formas de aprender. El alumnado está captando todo eso y lo está transfiriendo a las prácticas profesionales. Lo importante es ser modelos de los futuros docentes y lo que no puedo entender es que hablemos de conceptos como la cooperación y el aprendizaje colaborativo y estemos sentados en la universidad de uno en uno, eso es contradictorio. Siempre he tratado de predicar con el ejemplo y por eso trato de dinamizar y abrir debates reflexivos sobre las dificultades del sistema educativo llevando casos reales a la universidad. También es muy importante el compromiso de la institución con la sociedad porque debemos ser capaces de devolver ese conocimiento para que las escuelas y los maestros mejoren.