La fauna de las profundidades marinas es una aliada más contra el cambio climático. En sus subidas y bajadas desde su hogar, situado a unos 1.000 metros de profundidad, hasta las capas superficiales del mar en busca de sustento, los peces y otros organismos “secuestran” el carbono con el que los humanos hemos aderezado la atmósfera y, por ende, el mar. Con este descubrimiento, liderado por investigadores de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), se concluye que estos animales pueden contribuir a mitigar el cambio climático pues su movimiento vital permite el sedimento del carbono desde los 1.000 a los 4.000 metros de profundidad, donde “puede permanecer secuestrado durante cientos de años”, como recalca el científico principal del proyecto, Santiago Hernández.

La investigación, que ha sido recientemente publicada en la revista científica Nature Communications, muestra lo que se configura como una nueva vía de escape para mitigar el cambio climático global. “Es un antiviral propio de la biosfera para retirar el CO2 de la atmósfera”. Para entender la relevancia de este sumidero de carbono, el investigador lo compara al papel que desempeñan los árboles en la tierra. “Los árboles capturan parte del carbono y lo integran dentro de él, pero tan solo viven unas décadas, con lo que cuando caen, vuelven a liberar ese carbono”, recalca Hernández, que indica que “en este caso, se queda ahí durante cientos de años”. En otras palabras, “para cuando regrese a la atmósfera, ya habremos acabado con el petróleo”. Este mecanismo es también conocido como “bomba biológica” de transporte de carbono orgánico.

Si bien esta no es una solución definitiva para hacer frente al cambio climático –pues para evitar contribuir más al calentamiento se debería masificar y extender el uso de energías renovables–, sí que podría modificar de una manera importante la concepción científica que se tiene actualmente sobre el papel del océano en el secuestro de carbono así como redirigir los estudios científicos para encontrar nuevos métodos de aprovechamiento de esta técnica natural marina.

“Hasta ahora hemos considerado que el carbono sedimenta tan solo de forma pasiva”, recuerda el investigador. De hecho, los datos que se han estado evaluando sobre el nivel de secuestro de carbono del océano solo han tenido en cuenta esta forma de sedimentación en los 200 metros de profundidad –conocida como zona mesopelágica–, desde la cual carbono puede volver a emitirse en tan solo unas décadas. Por debajo de los 1.000 metros, la situación cambia radicalmente, pero la gravedad no es capaz de transportar todo ese carbono hasta lo más profundo del océano.

Es ahí donde entran los animales de las zonas meso y batipelágicas. “Los animales que se alimentan en las capas productivas superiores de los océanos durante la noche, para evitar a los predadores, y por el día, migran a capas más profundas, transfiriendo energía y materia orgánica a dichas poblaciones”, señala Hernández. Este proceso fue planteado como hipótesis hace más de 60 años por el biólogo marino ruso Mikhail E. Vinogradov, quien denominó a este proceso la “escalera de las migraciones” del océano. Sin embargo, la falta de datos acerca del comportamiento de los animales pelágicos en las aguas profundas ha impedido durante más de medio siglo comprobar esta hipótesis.

Todo ocurrió durante la Expedición de Circunnavegación Malaspina, en la que el grupo de investigadores se puso cuantificar a escala global la biomasa de zooplancton desde la superficie hasta los 4.000 metros para estimar el flujo de carbono. El trabajo demostró que la producción primaria en la capa superior podía determinar cuánta biomasa de zooplancton habría en cada una de las capas oceánicas. “El esfuerzo mereció la pena ya que observamos por primera vez una alta densidad de organismos debajo de las zonas productivas de todos los océanos alcanzando los 4.000 metros de profundidad. ¡Fue emocionante!”, recuerda Hernández. Tras la expedición, los investigadores se pusieron manos a la obra para estudiar toda la literatura disponible en todo el globo y volver a realizar cálculos en torno a sus nuevos hallazgos, de tal forma que, en el estudio final publicado, los datos de Malaspina tan solo representan el 13% del total.

Una nueva vía de investigación

Este descubrimiento tiene una gran relevancia, pues el papel principal que adquiere esta fauna migrante en la mitigación del cambio climático puede provocar que se reconsidere todo el ciclo del secuestro de carbono oceánico. “Nuestros resultados sugieren que existen opciones para mitigar el cambio climático facilitando el secuestro del carbono oceánico por parte de la fauna marina”, resalta el investigador.

Y es que, según las primeras estimaciones de los investigadores, hay muchas posibilidades que el secuestro de carbono por parte de la fauna de las profundidades del mar sea mucho mayor que el que se produce por la sedimentación gravitatoria. “Es muy posible que hayamos infraestimadoo la capacidad de captura del carbono del océano durante todo este tiempo”, alega Hernández. La contribución científica canaria abre un abanico de posibilidades con la que seguir contribuyendo a la lucha contra el cambio climático.