A un mundo ya resquebrajado desde hace años por la entusiasta globalización sin control y las desigualdades crecientes se le ha sumado desde hace nueve meses una pandemia que hace saltar por los aires las estructuras sanitarias y económicas. Y mientras los distintos gobiernos intentan parar el golpe y encauzar la situación, en el horizonte global se dibujan grandes interrogantes que afectan al futuro a medio plazo. ¿Sobrevivirá el proyecto europeo a su crisis de credibilidad? ¿Es la victoria de Joe Biden la última esperanza de reconducir las instituciones supranacionales hacia una efectiva colaboración mundial? ¿Será posible consolidar el teletrabajo sin una masiva destrucción de empleo por la automatización?

Son preguntas sin respuesta ahora mismo, pero sobre las que reflexiona Emilio Lamo de Espinosa en su informe El mundo tras la tormenta: como un caracol dentro de su concha..., publicado por el Real Instituto Elcano.

El doctor Lamo de Espinosa (Madrid, 1946) es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense y presidente del citado Instituto Elcano, think tank de gran prestigio. En el artículo desmenuza los motivos del auge de la familia y del Estado en esta crisis, analiza las consecuencias a corto plazo y perfila las tendencias geopolíticas que marcarán el paso del planeta en las próximas décadas.

A continuación se presentan las principales líneas de su documento de trabajo.

La “incertidumbre radical”

La primera reflexión de Lamo de Espinosa es que estamos ante una situación sin precedentes. Nunca antes el mundo había estado en su conjunto sometido a una paralización de la actividad tan prolongada, por lo que no somos capaces de prever el alcance real de la crisis económica que se avecina, que inevitablemente derivará en una crisis social con consecuencias políticas. El autor rescata el concepto de “incertidumbre knightiana”. Recién superadas la Primera Guerra Mundial y la gran pandemia anterior, la “fiebre española”, el economista estadounidense Frank Knight publicó Risk, Uncertainty and Profit (Riesgo, incertidumbre y beneficio), donde distinguía entre el riesgo, que en principio se puede calcular, y por tanto prevenir, y la incertidumbre, que es, por definición, incalculable.

Ya antes de que la pandemia nos estallase en la cara, dos ingleses, Mervyn King (exgobernador del Banco de Inglaterra) y John Kay, habían recuperado la idea de Knight en su libro Radical uncertainty (Incertidumbre radical). La utilizaban como lecho para su crítica a la obsesión de los economistas actuales por aplicar modelos para calcularlo todo.

Sostienen que ese encorsetamiento provoca la pérdida de la utilidad de los informes económicos. El ejemplo más claro, que nadie vio venir la crisis de 2008 hasta que reventó el sistema financiero.

Otro de los investigadores vinculados al Real Instituto Elcano, Miguel Otero, profundizaba en el mismo análisis en un artículo del pasado marzo: “Esto no es solo una crítica a los economistas. Es un cuestionamiento del modelaje matemático de riesgos en general (...) De ahí que sea importante que en las grandes organizaciones haya profesionales de disciplinas variadas, que usen métodos de análisis diferentes. No hace mucho le preguntaba al jefe del departamento de estudios del Banco Central Europeo cuántos politólogos, historiadores, sociólogos y antropólogos tenía en su departamento. Su respuesta fue: ‘Cero, todos son economistas’. Esto es un problema serio”.

Familia y Estado, el último refugio

El cambio climático ha emergido en la última década como el primer problema que necesita una respuesta común del mundo globalizado, pero no se ha planteado todavía con tanta crudeza como la crisis sanitaria. La pandemia, pues, se puede considerar la verdadera prueba de fuego de la cooperación internacional, y la respuesta es desalentadora.

Con las organizaciones internacionales desaparecidas, cuando no vilipendiadas, dos viejas instituciones como la familia y el Estado se han convertido en el salvavidas de millones de personas. Subraya Lamo de Espinosa que “cuando todo se desmorona, ya sea por causas colectivas (guerra, revolución o pestilencias) o por razones personales (ruina, enfermedad o incapacidad), solo nos queda la viejísima institución del parentesco, y ya lo vimos con motivo de la Gran Recesión”.

Con las organizaciones internacionales desaparecidas, cuando no vilipendiadas, dos viejas instituciones como la familia y el Estado se han convertido en salvavidas para miles de personas

El Estado, por su parte, vive un inesperado resurgimiento cuando muchos lo daban prácticamente por muerto, víctima de la pinza ejercida por la ideología liberal y la globalización. El presidente del Instituto Elcano apunta que “la sociedad global se ha plegado sobre sus estados, como un caracol dentro de su concha. Hay al menos dos razones para esa re-estatalizacion (...). De una parte, el fallo, la debilidad, del multilateralismo, de lo supra-estatal; (...) de otra, la enorme fortaleza de los estados”.

Efectivamente, solo los estados son capaces de movilizar con agilidad los enormes medios necesarios para combatir la pandemia y la crisis económica posterior. Lamo de Espinosa precisa: “Tienen recursos políticos: una inmensa y entrenada burocracia y el control de la legislación. Tienen poder duro: gendarmes, policías y ejércitos. Y tienen poder blando: medios de comunicación y de propaganda”.

La dependencia de grandes sectores de población se va a incrementar de forma notable. Hay, además, otro riesgo sin medir, el del autoritarismo, tras haber experimentado con medidas limitadoras de derechos para evitar contagios.

Las instituciones internacionales, ineficientes

Como se apuntó anteriormente, la ineficiencia de los organismos internacionales (ONU, OMS, G20, FMI) en una situación de crisis global como la actual ha quedado patente. En algunos casos han sido incapaces de consensuar medidas; en otros, estas han sido claramente insuficientes.

Como máximo exponente de esta situación, apunta el sociólogo, “ni la OMS ni la UE (ni tampoco el Gobierno español) han sido capaces siquiera de elaborar un protocolo de contabilización de fallecidos o contagiados que permitiera datos comparables, de modo que hemos nadado en un mar de cifras, estadísticas y porcentajes casi kafkiano”.

¿Y la Unión Europea? La agilidad de respuesta no es precisamente una de sus características. Polonia y Hungría, dos países sospechosos de burlar el espíritu democrático y el respeto por los derechos humanos que debería caracterizar a la Unión, bloquean la llegada de los fondos de rescate para impedir las sanciones por su deriva autoritaria. Pero la institución comunitaria no estuvo tampoco muy fina en el comienzo de la pandemia, con los países miembros tomando medidas descoordinadas, cuando no contradictorias.

La ignorada cláusula de solidaridad europea

Se alega que la UE no tiene competencias en materia sanitaria, pero Juan Antonio Yáñez-Barnuevo, embajador de España que ha servido en las representaciones diplomáticas ante las Naciones Unidas y el Consejo de Europa, matiza que eso es una verdad a medias.

En su artículo La UE y la pandemia de 2020: ¿qué ocurrió con la cláusula de solidaridad europea?, recuerda que existe una agencia específicamente dedicada a esta cuestión: el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades. “Su actuación en las cruciales fases de detección, alerta temprana y recomendaciones (...) no brilló precisamente a la altura de lo que de él hubiera cabido esperar”, admite el diplomático.

Asimismo, recalca, con el Tratado de Lisboa de 2010 entró en vigor la cláusula de solidaridad europea, que prevé la actuación cuando un Estado miembro sea víctima de una catástrofe. Ninguno la ha invocado formalmente en esta coyuntura, lo cual quiere decir que no suscita demasiada confianza. Su ambigua redacción, que parece enfocada a la ayuda a un único país que sufra un desastre natural o un atentado, no ayuda. Pero, añade Yáñez-Barnuevo, “no solamente se produjo una descoordinación casi total en las críticas primeras semanas de la pandemia, sino que, lo que es aún peor, hubo informaciones, no desmentidas, en el sentido de que el país entonces más afectado (Italia) se encontró con serias resistencias, e incluso con rotundas negativas, por parte de otros estados miembros (se ha citado a Alemania y Francia, en particular), cuando trató de obtener urgentemente material sanitario esencial”.

Digitalización en la crisis

El documento de Emilio Lamo de Espinosa hace un repaso de las consecuencias que, a su juicio, va a tener la pandemia. En primer lugar, la crisis económica, la primera de carácter verdaderamente global, porque la de 2008 se cebó en Europa y en Estados Unidos. Ahora, el 85% de la economía internacional estuvo parada durante semanas y solo 17 de los 190 países del FMI escaparán a la recesión en el año 2020 (entre ellos China). La consecuencia: desplomes del PIB, aumentos bruscos del desempleo e incremento récord del déficit.

Por vez primera en la historia conocida, la deuda pública agregada mundial superará al PIB del mundo. El presidente del Instituto Elcano cita a Kristalina Georgieva, directora del FMI, que ha vaticinado una “larga ascensión” que será “desigual, incierta y proclive a los reveses”.

La digitalización acelerada de hogares y empresas parece evidente a estas alturas, forzada por la necesidad de mantener la distancia social. Pero, además, esto no parece detenerse ahí. Han aparecido nuevas tecnologías que sacrifican la privacidad del individuo, uno de los pilares del sistema democrático occidental, en aras de una mayor seguridad.

Menos globalización, pero más desigualdad

El freno a la globalización ya se apuntaba con anterioridad a la eclosión del Covid-19. Principalmente, porque el fenómeno, el más importante de las últimas décadas y que, en palabras de Lamo de Espinosa, “ha tejido el mundo todo como una unidad, no solo la economía, las finanzas o el comercio, sino también las poblaciones, la cultura, las religiones, la ciencia y la moda”, tiene un grave problema: se ha globalizado la sociedad, pero no los gobiernos, con lo que no hay autoridad que tome medidas frente a los desajustes planetarios.

Cada vez hay más cuestiones que se escapan de la competencia de los gobiernos nacionales, lo que provoca frustración social y en muchos casos la apuesta por mandatarios proteccionistas que se niegan a ceder la soberanía a instituciones supranacionales, caso de Donald Trump y de los líderes ingleses que han impulsado el brexit. Derrotado Trump en las urnas, está por ver el efecto de la nueva Administración de Joe Biden, que anuncia su apuesta por el multilateralismo internacional.

La dependencia de grandes sectores de población se va a incrementar de forma notable. Hay, además, otro riesgo sin medir, el autoritarismo, tras experimentar con medidas limitadoras de derechos...

La cuarta conclusión de la pandemia apuntada por Lamo de Espinosa es el aumento de la desigualdad, una tendencia que ya inició el proceso globalizador. En sus propias palabras, hay “de una parte, una elite cosmopolita, metropolitana, que habla idiomas, es políticamente correcta, tiene buena educación y buenos salarios. Y, de otra, los territorializados, sin estudios, con malos y precarios empleos, en sectores en decadencia, políticamente incorrectos, frecuentemente rurales, en todo caso marginales, outsiders a la red mundial.

Su pronóstico es que la cosa irá a peor a medida que avance la depresión económica: “Pierden su empleo los trabajadores de sectores informales (economía sumergida), que son la inmensa mayoría en Latinoamérica o África; pierden los trabajadores de los servicios personales (hostelería, restauración, comercio) y los inmigrantes, todos ellos poco cualificados y con empleos temporales. Y pierden doblemente: en el corto plazo porque se quedan sin trabajo, pero en el medio porque muchas actividades se van a digitalizar, como es el pequeño comercio de calle, el ocio o incluso la restauración. Y, por el contrario, ganan todos aquellos que pueden teletrabajar, que son educados”.

El mundo pivota hacia el Este: el colectivismo asiático frente al individualismo occidental

El documento de trabajo del presidente del Instituto Elcano apunta a que asistimos al final de la era “eurocéntrica”, iniciada con los grandes conquistadores, reforzada posteriormente por las revoluciones científica e industrial y puesta en jaque tras las dos guerras mundiales.

En un mundo preso de una gran agitación y golpeado por una situación tan excepcional como una pandemia, el colectivismo y la disciplina social de los asiáticos (y el poder incontestado del Estado, en el caso de los chinos) se ha revelado mucho más eficiente que el individualismo y la contestación permanente de los occidentales.

Pese a las críticas hacia China por su gestión del Covid-19, lo cierto es que va a salir mucho mejor parada que sus rivales por la hegemonía planetaria, Estados Unidos y Europa.

La conclusión de Lamo de Espinosa no es muy halagüeña: “La pandemia refuerza una aceleración poderosa de tendencias ya conocidas, pero que llevan a un mundo más centrado en Asia, más inestable políticamente, tanto dentro como fuera de los Estados/países, y más desigual e injusto económicamente. Un acontecimiento desgraciado como la pandemia no podía tener consecuencias positivas. El resultado es un mundo sin liderazgo cuando su unidad lo exige en mayor grado (...). Primero fue la globalización económica, tras ella la política y social, ahora son el clima y las pandemias, pero las crisis globales se aceleran sin encontrar respuesta”.