Cuando la pandemia irrumpió sin freno, el planeta se detuvo en seco. Los aviones dejaron de funcionar, los coches dormían en su garaje más de lo que nunca lo habían hecho, las guaguas andaban vacías y los tranvías y trenes se vieron obligados a reducir su periodicidad. La población se quedó en casa, pero el gran esfuerzo económico de esos tres meses apenas ha tenido repercusiones en el avance del cambio climático. En este periodo extraordinario copado por la pandemia, según el último informe publicado de Naciones Unidas, el mundo solo ha reducido un 7% sus emisiones de carbono lo que “tendrá un impacto insignificante en el cambio climático a largo plazo”.

“La Covid-19 ha sido un buen ejemplo de cómo se pueden reducir de forma considerable las emisiones durante todo un año”, explica el geógrafo de la Universidad de La Laguna e investigador especializado en cambio climático, Abel López, que sin embargo, se muestra poco optimista ante este logro. “Dudo que sea un punto de inflexión para favorecer estrategias efectivas frente al cambio climático, no olvidemos que este descenso se asocia únicamente a un parón de la actividad económica mundial y no a un cambio de fondo hacia modelos más sostenibles”, señala López.

La población mundial debe reducir sus emisiones a menos de la mitad de la cifra actual

Y es que para cumplir los objetivos impuestos en el Acuerdo de París, “todos los países deberían reducir sus emisiones en un porcentaje ligeramente superior a ese –del 7,5%– de manera sostenida cada año hasta 2030 para que el aumento de la temperatura de la Tierra no supere el grado y medio”, como relata, por su parte, el físico e investigador del Centro de Investigaciones Meteorológicas de Izaña, Emilio Cuevas.

No obstante, y a pesar de haber firmado el Acuerdo de París en 2016 y ser conocedores de las consecuencias del estilo de vida de la humanidad para nuestro propio planeta desde hace más de tres décadas, los países han hecho caso omiso lo que ha provocado que las emisiones de gases de efecto invernadero hayan continuado aumentado cada año sin freno. De hecho, según el informe de la ONU, a pesar de la crisis de Covid-19, “la brecha en las emisiones no se ha reducido ni ha variado”. Todos estos gases se han adosado a la atmósfera donde, hagamos lo que hagamos los próximos años, permanecerá impertérrito. “Es como si tuviéramos una piscina llena hasta el límite con un chorro siempre abierto que no deja de llenarla”, explica Cuevas que afirma que la contribución del confinamiento en la concentración de gases atmosféricos sería como si “ese chorro hubiera disminuido un poco durante unos meses”.

De ahí que los diez próximos años sean primordiales. En este contexto, solo tomar unas decisiones políticas y económicas sostenibles durante la próxima década podrían mitigar de alguna manera un cambio climático del que ya no hay escapatoria. “Hay tecnología para hacerlo, solo hace falta que se tomen medidas contundentes a nivel mundial”, reclama Cuevas. Para lograr que la temperatura mundial no se eleve más de un grado y medio, la población mundial debe reducir sus emisiones de CO2 a menos de la mitad, pasando de las más de 50 gigatoneladas actuales a unas 20 gigatoneladas en 2030. Si se mantienen las políticas vigentes, la población mundial emitirá 60 gigatoneladas de dióxido de carbono en 2030, y esto provocará un aumento de temperaturas superiores a los dos grados centígrados.

China, Estados Unidos e India siguen aumentando su contribución al calentamiento global

Pero la tarea no es sencilla, pues hay que poner de acuerdo a casi 200 países de todo el mundo, con el handicap de que algunos de ellos, especialmente los más generadores de CO2, niegan la mayor. En los últimos años solo Europa ha conseguido rebajar sus emisiones de gases de efecto invernadero, pero en un nivel irrisorio. Mientras, China, Estados Unidos e India siguen aumentando su contribución al calentamiento global sin freno. Justamente este avance irregular entre regiones es lo que ha ocasionado un verdadero fracaso en la lucha frente al cambio climático. Y es que, como incide López, “por muy buena voluntad que tengan países como España y regiones como Canarias”, la realidad es que un cambio real “depende de lo que se haga a muchos kilómetros de distancia”. “Hay que empezar a concienciar sobre que no estamos a tiempo de reducir el impacto del cambio climático; sus consecuencias son y serán una realidad”, advierte López, que recalca contundente que el momento de la mitigación “ha acabado”.

Para el investigador de la Cátedra de Reducción de Riesgos y Ciudades Resilientes de la ULL, es necesario empezar a adaptar a cada región a los impactos que pudieran generar en ella el cambio climático para “reducir los niveles de riesgo en el futuro”. “Debemos empezar a pensar que vamos a tener que convivir con los efectos de la variabilidad climática global”, insiste López. Variabilidad que ya se está traduciendo en la temporada de huracanes más intensa de la historia conocida, la mayor propensión a sufrir olas de calor durante más días o los largos periodos de sequía.