El agente Miguel Ángel Rodríguez Puga está destinado en el Grupo de Participación Ciudadana de la Policía Nacional en la Comisaría de Santa Cruz de La Palma y una de sus funciones consiste en informar para prevenir la violencia sobre la mujer o tratar de ayudar a aquellas ciudadanas que han pasado por esa realidad. Relata que una de las situaciones que más asombran y duelen a los agentes que tratan con estas personas afectadas se produce en el momento en que el maltratador sale del juzgado y quien primero lo está esperando es, precisamente, la víctima.

Rodríguez Puga explica que estas situaciones son un ejemplo de la dependencia emocional que, a veces, sufren las mujeres agredidas de quienes las golpean, acosan, amenazan y humillan. Emocional, “pero también dependencia económica y social”, comenta. Según el agente, “si una auténtica víctima actúa así, es que algo falla”. Pero también se puede dar otra situación, como es que, dos o tres días después de que la autoridad judicial dicte la orden de alejamiento del presunto autor de los malos tratos, la pareja retome la relación y la convivencia, refiere Puga. Cuando los funcionarios policiales se interesan por los motivos que las llevan a actuar de esa manera, argumentan que “por el qué dirán hijos, familia, amigos…”, señala este profesional de Participación Ciudadana.

Desde su punto de vista, las víctimas “tienen que ser conscientes de que deben romper ese vínculo tóxico por su propia seguridad”. Además de este factor, que es el más importante, afirma que un atestado por este tipo de delitos es complejo y requiere mucho trabajo, así como activar a numerosas personas y recursos. Uno de los departamentos del cuerpo de seguridad que se moviliza es la Unidad de Familia y Atención a la Mujer (UFAM), que lleva a cabo tareas de investigación y de seguimiento de las afectadas y de los agresores.

Empatía

En el caso de La Palma, un agente se ocupa de mantener contacto con las partes en sus domicilios o alrededores de sus puestos de trabajo. En función del nivel de riesgo establecido para cada caso, el funcionario puede mantener visitas diarias, semanales o mensuales con la víctima y su maltratador. Como es obvio, los agentes que llevan a cabo este trabajo deben tener una gran capacidad de empatía. Rodríguez Puga plantea que, mediante estas acciones de control, “bajan mucho las reincidencias en un hecho tan grave”.

La información sobre la existencia de un episodio de este tipo puede llegar a la Policía Nacional por diferentes vías, como la denuncia de la propia víctima en la Comisaría, o bien las realizadas por familiares o amigos, los avisos de los Servicios Sociales de los ayuntamientos, del personal de los dispositivos de emergencias para mujeres agredidas (DEMA) o, de forma directa, en los juzgados.

También se pueden activar los agentes por llamadas de ciudadanos, testigos de los hechos en locales o vías públicas, así como por la observación directa de los propios policías. Los autores de estos delitos pueden ser maridos, exmaridos, parejas, exparejas o relaciones esporádicas. En opinión de Rodríguez Puga, la mayor parte de los casos los protagonizan las parejas y exparejas.

Para este agente, “hay que seguir mejorando” en el proceso para frenar esta realidad y una de las acciones fundamentales pasa por la educación en edades tempranas, para que los niños asuman que debería haber igualdad de oportunidades. Y es que, en base a su experiencia, el acoso escolar se produce, a veces, por el hecho de que una alumna es mujer, por su atractivo físico o por sacar mejores notas que la media. Algo muy similar puede llegar a ocurrir en el momento en que menores de sexto de Primaria, primero o segundo de la ESO expresan, de forma libre y abierta, que son lesbianas, bisexuales u homosexuales. Según Rodríguez Puga, el problema surge cuando esos adolescentes que maltratan a sus compañeros de clase por los más injustificados motivos también empiezan a hacerlo con sus parejas, “ya que no distinguen el bien del mal”.

Tensión y malos recuerdos

En las charlas que se ofrecen a mujeres víctimas de violencia machista “nos encontramos un poco de todo”, indica dicho funcionario. Algunas cuentan sus experiencias de manera íntegra, con situaciones muy graves, y lo hacen de forma tranquila, “se mantienen enteras” y el relato les sirve de liberación. También está el caso contrario, aquellas que en las reuniones empiezan a relatar lo que han vivido, “pero la tensión y los malos recuerdos las superan y tienen que marcharse”. Como en otros ámbitos, “cada persona es un mundo”.