La espiral de terror para Encarna Iglesias, hoy presidenta de la asociación Stop Violencia de Género Digital, empezó con las insistentes llamadas de control de su entonces marido. ¿Dónde estás? ¿Con quién? ¿Por qué no coges el teléfono? Pero lo peor, explica, llegó tras el anuncio de separación. Podía llamarla “80 veces en una hora” entre insultos y amenazas, contra ella y su hijo, y luego convertir sus redes sociales en un fabuloso aspersor de injurias y de reproches amplificado a todo su entorno. Sin embargo, cuando Encarna se decidió a acudir a la comisaría, la recomendación que le hizo el agente de guardia fue que se cambiara de número de teléfono y, si acaso, se diera de baja de las redes sociales.

La red es el territorio comanche

Esta sensación de desamparo e indefensión ante el insulto, la amenaza y el control insomnes la conocen bien las miles de mujeres que han sufrido ciberviolencias machistas, un agujero negro global y aún incuantificable que las administraciones no evalúan de forma rigurosa y que sigue siendo ampliamente “ignorado tanto por los gobiernos y las instituciones como por las plataformas digitales”, cuestiona la profesora de la Universidad de Barcelona Núria Vergés, socióloga, investigadora en género y tecnologías, y miembro de Donestech, que trabaja para que la red deje de ser un territorio hostil y tóxico para las mujeres como ocurre ahora.

‘Continuum’ del mundo físico

En la investigación académica se suele decir que en internet no hay cuerpos, pero sí genero. Y, con él, múltiples formas de hostigamiento. Ahí están, por ejemplo, el control del móvil, el espionaje y el acoso. Y también el chantaje con imágenes sexuales, el envío no consentido de pornografía, la suplantación de la identidad o las amenazas de muerte. Así, tanto cuando el acoso parte del entorno (pareja, familia, amistades o compañeros laborales o de estudios) como cuando deriva de la proyección pública, las violencias on line presentan el mismo pulso de “dominación y erosión” que sus parientas analógicas, con las que se retroalimentan, pero también algunos hechos diferenciales.

“Los más importantes son el fácil acceso a la víctima, la viralidad, la dificultad de borrar el contenido y la virulencia que alienta esa especie de clandestinidad que aporta la red y que se basa en la posibilidad del anonimato y en las dificultades de la trazabilidad y la prueba”, apunta la jurista Noelia Igareda, miembro del centro de investigación de la Universidad Autónoma de Barcelona Antígona y coautora de Las ciberviolencias machistas (2020), uno de los contados estudios, impulsado por el Instituto Catalán de las Mujeres, sobre el asunto.

23% de mujeres acosadas

Así, el diagnóstico compartido por juristas, entidades e investigadoras es que ni se conoce realmente el alcance del fenómeno, ni a menudo estos casos se identifican como violencias machistas, ni existe un marco jurídico –como tampoco formación adecuada en comisarías, bufetes de abogados y juzgados– que permita brindar respuestas efectivas. “Hoy día la normativa es muy dispersa; hay casos, por ejemplo, que son acoso en el entorno laboral y otros que vulneran la protección de datos o el derecho al honor, y esa fragmentación, unida a las características propias del entorno virtual, dificulta la protección”, asegura la abogada Laia Serra, que ha participado en la nueva redacción de la ley catalana de violencias machistas y que incluirá las derivadas de las nuevas tecnologías.

De hecho, la ausencia de figura jurídica se une a la obsolescencia de la ley de violencia de género estatal, que sigue contemplando como tal solo la infligida por parejas o exparejas y no la recibida por el hecho de ser mujeres, tal como recoge desde el año 2014 el Convenio de Estambul. Por tanto, sin apenas indicadores, adentrarse en las agresiones digitales, un fenómeno en aumento desde el confinamiento debido al incremento del tiempo dedicado al mundo digital –”en nuestra asociación se han incrementado en un 50% las llamadas de auxilio”, asegura Encarna Iglesias–, implica hacerlo en parte a tientas.

Veamos. En el año 2014, un estudio europeo empezó a dar los primeros pasos en este espeso boscaje que va más allá del ya de por sí preocupante impacto en la adolescencia, y apuntó a que el 23% de las mujeres había recibido acoso on line por parte de parejas o exparejas. De hecho, se considera que el 90% de los casos de violencias en el ámbito sexoafectivo ya incluyen una parte virtual.

En este sentido, algo más de luz arroja el reciente informe de Antígona a partir del estudio de mujeres afectadas. ¿Las vulneraciones más comunes? 1/ Los insultos (“puta”, “zorra”, “bollera”, “sudaca”); 2/ el acceso a cuentas y dispositivos sin consentimiento y la manipulación de datos privados, y 3/ las amenazas por canales digitales. Y junto a ellas, el control non stop, el espionaje y la amenaza de difundir material íntimo o sexual. “Me decía que colgaría fotos mías desnuda o íntimas”, explica una de las entrevistadas. Dos apuntes significativos: en el 80% de los casos los agresores son hombres (desconocidos el 55% de las veces; entre los conocidos prevalecen las exparejas) y 9 de cada 10 encuestadas afirmó que no había denunciado, ya fuera por desconfianza en el proceso, falta de pruebas o motivos económicos.

“Se trata de violencias psicológicas muy graves (causa de miedo, ansiedad y depresión en el 76% de los casos) que se sufren a través de internet y las redes sociales –añade el citado informe–. Además, es común que se den varias formas de ciberviolencia a la vez y que también sean simultáneas con otras formas de agresiones físicas o sexuales off line».

Hostigamiento público

Y luego está el hostigamiento a mujeres con perfil público. Un acoso que bascula entre los episodios puntuales y las reiteradas tormentas de odio organizadas desde la clandestinidad que brindan los foros y los grupos de afinidad, algunos de ellos musculados también al amparo de las organizaciones de ultraderecha, que han convertido el antifeminismo en apetitosa munición. “No son solo cuatro alucinados de Forocoches –afirma Igareda, que forma parte de una investigación europea sobre el discurso del odio antigénero en redes sociales y partidos políticos–. Detrás hay objetivos y estrategias”.

¿Y los disparaderos más comunes? “Las cuestiones raciales, el género y las violaciones son temas que funcionan como un silbato de agresores”, apunta la escritora británica Danielle Dash en el informe Toxictwitter que elaboró Amnistía Internacional en el año 2018 y que desveló que el 62,35% de las mujeres entrevistadas había sufrido algún abuso, mientras que el 41% había sentido que, en algún momento, su integridad física peligraba.

Ejemplos de ciberacoso sexista los hay a paladas. Días atrás, por ejemplo, la alcaldesa de Sant Feliu de Llobregat, Lídia Muñoz, denunció los mensajes insultantes –por supuesto con connotación sexual– que había recibido y que hizo públicos, asegura, precisamente para girar el foco hacia las violencias digitales. En estas páginas también se recogen testimonios como los de la periodista y activista feminista Irantzu Varela, que suma amenazas on line y off line, suplantaciones de identidad y hasta recepciones de pornografía infantil. O la actriz Itziar Castro, quien, autoproclamada “gorda, lesbiana y feminista”, da cuenta de cómo la virulencia se intensifica cuando interseccionan a la vez distintas opresiones.

La convivencia con el odio, está claro, deja muescas. En el informe de Antígona, por ejemplo, se recoge que hasta un 62% de las encuestadas, además de sobrellevar el impacto emocional, se ha autocensurado o rebajado su perfil público. Es indudable que en las redes se modula el discurso público y este hostigamiento a menudo se convierte en “una forma de silenciación y disciplinamiento –dice Noelia Igareda–. El apagón digital es un precio altísimo a pagar por este tipo de acoso que no te golpea físicamente pero puede convertir tu vida en un infierno y que sin duda tiene un efecto ejemplarizante sobre las demás mujeres, al dejar un mensaje claro de ‘mira a qué es lo que te expones”.

La ‘machosfera’ de internet

Que internet, que tantas revoluciones ha permitido, se haya convertido con el paso del tiempo también en una especie de territorio comanche tiene que ver con muchos factores, señala esta investigadora.

Por ejemplo, con los mecanismos “difusos” de autorregulación de las plataformas, pero sobre todo, afirma, con el alcance global de la red, que desborda las costuras de los estados. “Como sociedad creo que tenemos pendiente una discusión compleja sobre los límites de la libertad de expresión en las redes, si es que consideramos que debe tenerlos”, añade.

Tampoco es, por supuesto, un fenómeno local. De hecho, de un tiempo a esta parte, en la academia anglosajona se usa el término manosfera (o machosfera) para ilustrar cómo el odio antigénero, unido también al despegue de la ultraderecha y su implacable uso de las redes sociales, ha pasado a campar con impunidad por internet y a contrarrestar –ya vemos que a menudo con fiereza y gran impacto entre los más jóvenes– los avances en los derechos de las mujeres.

A esta especie de contrarreforma digital también contribuye, afirma Núria Vergés, desde el machismo estructural y la masculinización de los puestos directivos de las tecnológicas hasta el diseño de los algoritmos, que premian la polémica por suculenta y priorizan los filtros burbuja, los cuales dificultan que a los usuarios les lleguen notificaciones más allá de los intereses mostrados. El resultado: aumentan el aislamiento y los prejuicios.

“Ya hay demasiadas muertes digitales y no nos podemos permitir ni dejar de contribuir al discurso público ni abandonar la tecnología, que está definiendo el mundo del futuro”, asegura Vergés, quien, a modo de cortafuegos, comparte algunas estrategias de resistencia. Junto a tácticas de autodefensa –como hacer análisis de los riesgos, cuidar la seguridad y el material sensible o usar identidades colectivas–, la profesora de la Universidad de Barcelona también urge a dar un paso al frente.

“Por ejemplo, reportar y documentar los incidentes; reclamar un mayor compromiso de las plataformas digitales; identificar a los agresores reincidentes; hacer red y tejer espacios amigables; impulsar la formación, e incluso echar mano del humor y los memes antitroll”. Más que nunca –añade–, es necesario que sigamos construyendo el internet que nos gustaría tener y no el que se nos impone.

Las violencias machistas en el entorno digital centran precisamente las campañas diseñadas por distintas administraciones públicas del conjunto de España para este 25 de noviembre, en la que, a través de las redes sociales, se proponen herramientas destinadas a que la comunidad cibernauta más joven se “dé apoyo mutuo” ante este tipo de agresiones. En la misma línea se celebran distintos semiunarios estos días sobre las violencias mchistas en el mundo digital para evitarlas.|