Apenas dos semanas después de que se iniciara la crisis sanitaria, Christian Radtke y Liane Palmer se casaban en una atípica 'ceremonia' después de 45 años de vida en común. Contagiados por el Covid-19, la pareja pronunció el "sí quiero" a una jueza a través de una videollamada desde la cama de dos habitaciones de la Policlínica, con una doctora y una auxiliar de enfermería como testigos.

En esta ocasión se puede decir que a la cuarta fue la vencida, y a pesar del Covid-19. Christian Radtke y Liane Palmer, de 72 y 65 años, se casaron el pasado 27 de marzo en Ibiza, en el sitio y bajo las circunstancias que jamás se les habrían pasado por la cabeza, ni bromeando. Hasta tres veces en los últimos años habían planificado y tramitado los papeles para sellar su enlace civil, pero por diversos motivos se había ido demorando. (Mira aquí fotos de la ceremonia y de la pareja)

Contagiada por el coronavirus, esta pareja alemana, que se conoció en Formentera hace 45 años, pronunció a la jueza el "sí quiero" postrada en una cama de la Policlínica Nuestra Señora del Rosario (cada uno, además, en una habitación distinta) a través de una videollamada por el teléfono móvil.

No hubo convite (la misma comida de hospital de todos los días), ni siquiera un beso. Las doctoras especializadas en medicina interna Montserrat Viñals y Asunción Pablos y la auxiliar de enfermería Laura Roig arrancaron unas flores del jardín del hospital e improvisaron con papel de aluminio un apañado ramo de novia. También cortaron con unas tijeras el cordel de bolitas que se utiliza para subir y bajar las cortinas de las ventanas de las habitaciones y elaboraron unas alianzas de 'perlas' a medida.

Doctora y auxiliar de testigos

Al no poder recibir visitas de familiares (la pareja tiene dos hijos: Joshua, que vive en París, y Anji Molinier, residente en la isla) ni amigos, la doctora Montserrat Viñals y la auxiliar Laura Roig, casi irreconocibles con las pantallas y equipos de protección, ejercieron de testigos de la boda. "Fue un viernes [a las 13.30 horas]. No me voy a olvidar", afirma la médica, que recuerda este episodio como "algo increíble y una alegría" entre tantos malos momentos en los últimos nueve meses por la pandemia. "El yin y el yan", asegura la doctora.

Liane recuerda, entre risas, que en el momento que debía dar su consentimiento, la comunicación con la jueza se interrumpía. "'No la entiendo bien, tenemos mala conexión', me comentaba. Y Montse, que estaba muy nerviosa, agarró el teléfono para decirle: 'que sí, que sí quiere'. Nos reímos", recuerda. "Había cierto jaleo en el despacho [de los juzgados] porque era algo atípico", apunta también la doctora, que acto seguido se trasladó a la habitación contigua con el móvil donde esperaba el novio para culminar la 'ceremonia'. "Ahora me hace la broma de que [por el Covid] no se acuerda del casamiento. Y le digo, yo fui testigo", ríe Viñals.

Christian y Liane durmieron separados la noche de su boda, pero unos días después pudieron compartir habitación en el hospital durante dos semanas. Christian salió primero, pero Liane tuvo que esperar tres semanas más. Pero luego no pudo regresar a casa. Desde entonces permanece interna en Sa Residència por los problemas que tiene en las piernas y que limitan su movilidad. Está pendiente de una intervención quirúrgica.

Como Liane no puede salir de la residencia por el protocolo Covid, su flamante marido, Christian, estará hoy de nuevo solo, al menos sin su pareja, en otra ceremonia, la de entrega de los Premios de Diario de Ibiza. Él va a entregar el galardón de Acción Social, que este año se otorga al personal sanitario pitiuso.

Christian no da más valor al matrimonio que el de un papel firmado, porque la prueba de su amor por Liane, destaca, es el haber vivido "todo este tiempo juntos", desde 1975, cuando se enamoraron en Formentera. "No hacía falta hasta ahora [casarse]. Pero con el coronavirus no sabíamos si íbamos a sobrevivir. Y por si pasaba algo era mejor estar casado", reconoce.

Liane recuerda, a través de una conversación telefónica desde Sa Residència, que ya habían tramitado los documentos para su enlace civil "en tres ocasiones anteriores", pero "los papeles caducaron" por diversas circunstancias, como la defunción de un familiar o el accidente que sufrió hace siete años. Un coche la atropelló frente a la iglesia de Sant Josep. "No había semáforo entonces", critica Liane.

"Una vez, la chica que cursaba los trámites me preguntó cuántas veces más iba a pedir los papeles, y encima con el mismo hombre", recuerda ahora con humor Liane. Antes de que la pareja ingresara en el hospital ya habían iniciado, por cuarta vez, todo el papeleo, que tiene "una vigencia de seis meses".

"¿Es la Ley de Murphy?"

Para que no se repitiera la historia, Anji, la hija del matrimonio, reaccionó de inmediato para acelerar el proceso cuando se confirmaron los positivos. "Se iban a casar de todas formas, pero justo en ese momento llegó la pandemia. ¿Es la ley de Murphy o qué está pasando?", se cuestionó en ese momento Anji. Con "el susto" por el contagio del coronavirus Anji decidió que no se podía esperar ni un minuto más. "Tenía miedo por ellos y llamé [al juzgado]. Fue un impulso por el miedo a que les pasara algo", dice.

"Había que hacer la boda ya, más en esa situación. Mi madre tenía mucha ilusión desde hacía tiempo y tampoco sabíamos qué podía pasar", añade Anji. Además de su edad, Christian y Liane tenían el riesgo añadido de sufrir patologías previas. "Miedo no tuve, ni pensaba que me pudiera morir. En ese momento [al principio de la pandemia] no sabíamos mucho del virus", indica Christian.

Liane se contagió primero. Christian estuvo de viaje en Tailandia (cada año suele ir, como hacía antes con Liane para visitar a los amigos) y enfermó dos semanas después de aterrizar en la isla. Desconoce si le contagió su esposa o llegó a Ibiza con el virus. "Estuve cinco días muy flojo. Cada año sufro bronquitis porque tengo bastante mal los pulmones y fui al hospital, pero no pensaba que pudiera ser Covid", reconoce.

A Anji no le da ninguna pena que sus padres se hayan casado en estas circunstancias, sin poder ni siquiera acompañarlos. "Al final es sólo un papel y la celebración siempre se puede hacer. Espero que este virus, y cruzo los dedos, se vaya pronto para que podamos celebrarlo. Hace muchos años que querían casarse pero por una cosa o la otra se retrasaba. Cuando se iban haciendo mayores pensaban, cada vez más, en qué iba a suceder si le pasaba algo a uno de ellos", dice.

Lo que sí "entristece" a Anji es que su madre aún no haya podido regresar a casa por el problema en sus piernas que arrastra desde hace mucho tiempo. "Es duro que tenga que estar en una residencia y más en esta situación", lamenta.

Natural de Berlín, Christian llegó a Formentera en 1968. Siete años después, cuando trabajaba de guía turístico, conoció a Liane, que aterrizó en la isla en mayo de 1975 procedente de la ciudad alemana de Gelsenkirsen, cerca de Düsseldorf ("¿conoce el club de fútbol Shalke 04? Pues de ahí soy", explica), en un viaje de vacaciones que debía durar un mes. "Durante la primera semana conocí a Christian", recuerda. Estiró su estancia en Formentera dos semanas más antes de regresar a su ciudad, donde trabajaba de maestra de Infantil. "Estoy contenta de haberlo dejado porque no era mi profesión", admite.

En septiembre volvió a Formentera y de ahí ya no se movió, salvo para dar el salto a Ibiza. "Mandé una postal a casa para avisar de que me quedaba. No estaban muy entusiasmados", recuerda entre risas.

Regentaron el bar Tenis en es Pujols. Anteriormente, Christian había explotado el Capricornio. "Buenos tiempos", destaca Liane, que recuerda que llevaban una vida "hippie". Era la época. "Vivimos en fincas sin luz ni agua corriente. Esto no se podía hacer en Alemania, pero aquí sí por la buena temperatura", indica, aunque puntualiza que también conocían "hoteles de cinco estrellas". "En invierno, cuando Formentera estaba bastante vacía y el bar estaba cerrado, siempre nos íbamos de viaje tres o cuatro meses", rememora.

Nacieron sus dos hijos y unos años después decidieron cruzar es Freus e instalarse en Ibiza, en Sant Josep en concreto. Liane y Christian coinciden en que para la educación de sus hijos era mejor vivir en Ibiza. Además, era "mucho más rápido" para viajar a Barcelona o Alemania. En esta nueva etapa de su vida aparcaron el negocio del bar. "Estábamos ya un poco hartos", admite Liane.