La Covid-19 ha entrado sin freno a Canarias desde comienzos de este año. Poco a poco, los muros de cada municipio han ido cayendo ante el implacable avance de un virus nuevo y peligroso. Sin embargo, tras dos picos epidémicos, aún quedan poblaciones que resisten a la propagación de una enfermedad incierta. En Tenerife, el pequeño pueblo de Vilaflor, de poco más de 1.600 habitantes (el 0,1% del total de la población canaria), escapa en lo alto de la montaña a los efectos de la pandemia. En Gran Canaria, Valleseco, con unos pocos más habitantes (3.920), también resiste al empuje del virus gracias a la protección de las montañas que le rodean. Como ellos, una decena de municipios en toda Canarias disfrutan de esta etiqueta, la mayoría ubicados en La Palma.

En el pueblo donde la bruma arropa los árboles nadie podría adivinar si permanece o no en su propio estado de alarma. Vilaflor de Chasna es el municipio donde se respira una tranquilidad que contradice el constate movimiento que impera tan solo unos kilómetros más hacia el mar, en la turística ciudad de Los Cristianos. Apenas con apenas un millar de habitantes censados, Vilaflor es el pueblo más pequeño de Tenerife. Sus calles amanecen vacías ante la recurrente lluvia que la cubre durante estos días y que arrastra un frío que invita a refugiarse en una de las muchas casas terreras que armonizan el ambiente.El pueblo silente

El silencio es tan profundo que las palabras de los pocos que se animan a salir retumban en las montañas. "Algunas de estas casas están vacías". Lo cuenta así Álvaro Torres, residente desde hace dos años en el municipio donde trata de sacar adelante su empresa de servicios en remoto. No es de extrañar pues en 10 años, el municipio ha perdido aproximadamente al 10% de su población. La mayoría de las personas que viven aquí son mayores, y se cuidan mucho", es la única respuesta que encuentra Torres a que Vilaflor disfrute de una nula incidencia del virus. Pero puede haber más, pues como resalta la mayoría de los chasneros, el cumplimiento de las medidas de seguridad ha sido desde el estado de alarma, impecable. Un hecho que se puede comprobar de un solo vistazo. Allí en la céntrica Plaza Doctor Pérez Cáceres, varios lugareños aprovechan el respiro que da la lluvia para pasear a sus mascotas, salir a comprar o a tomar un piscolabis en el Restaurante Hermano Pedro. Y todos ellos lo hacen portando su mascarilla, a pesar de que, con la distancia que hay entre ellos, el contagio es prácticamente inviable. "Los policías están muy al tanto", explica Fania Hernández, camarera del frecuentado bar que asegura que "cuando la gente estaba menos adaptada, las fuerzas de seguridad les daban toques de atención".

Junto a la policía, los residentes tan solo tienen palabras de agradecimiento para su alcaldesa, Agustina Beltrán, quien también destaca "el ejemplar cumplimiento por parte de todos nuestros vecinos y vecinas de las diferentes medidas de seguridad que se han implementando estos meses". "Los negocios del municipio, restaurantes y bares, hoteles, dulcerías, entre otros, han sabido acoger a las personas visitantes con la misma hospitalidad y cercanía de siempre, pero siempre garantizando la seguridad", remarca Beltrán.

Los niños son los referentes

Los niños sin duda son los más cumplidores con esa nueva forma de vida detrás de una mascarilla. "Los vemos pasando hacia el colegio y todos llevan su mascarilla desde que salen de casa hasta que regresan'', explica Yarixa Pérez, empleada de la histórica Dulcería Hermano Pedro. Para el resto del vecindario, comprobar lo fácil que se han adaptado los pequeños a cumplir con las restricciones impuestas por la Consejería de Sanidad ha sido un aliciente para tratar de sacar lo mejor de ellos mismos. Son pocos, apenas dos centenares, lo que les permite estar repartidos en las aulas cumpliendo también perfectamente la nueva normalidad académica a la que se han visto supeditados.

El principal motor económico de Vilaflor de Chasna es el cultivo de uva, un producto con el que no solo hacen vino, sino que también importan recurrentemente al norte de las isla. "La uva de aquí es una de las mejores, por nuestra altura y condiciones climáticas, tiene una mayor gradación", comenta Rosi Dorta, que regenta La Roseta, acogedora tienda de artesanía decorada con el famoso encaje de aguja que le da nombre. Su madre sigue siendo la encargada de tejer el producto que se expone en el establecimiento, pero ahora lo hace desde casa. "Desde que empezó la pandemia, mi madre decidió no exponerse tanto al público, aunque es lo que más le gusta", comenta Dorta desde la silla donde pasa horas tejiendo para continuar el negocio familiar. Pero su aislamiento con su tienda no le ha impedido seguir trabajando en lo que ha hecho "toda la vida", porque "no puede estar quieta". El arduo trabajo de la familia en estos meses, sin embargo, no ha estado acompasado con la demanda, pues las especiales condiciones de este año pandémico, la han reducido considerablemente.

Vino y turismo

Porque además de vivir de una enorme extensión de viñedos, los chasneros también dependen directamente del turismo. La esperanza de Dorta, como la de Yarixa Pérez es la misma: "que la situación mejore y podamos recibir más visitantes en la temporada de invierno". Habitualmente, los últimos meses del año se suelen configurar como la temporada alta en Vilaflor, pues suelen recibir la visita de los alemanes y nórdicos que deciden huir del frío de sus países y disfrutar de la cálida Canarias. En todo caso, los lugareños asumen que este ha sido un "verano atípico", pues han conseguido paliar la caída de las ventas de unos meses ya de por sí poco rentables gracias a la visita de los residentes canarios que han decidido redescubrir su isla tras el confinamiento. "En los últimos meses muchos han venido asegurando que jamás habían estado aquí", explica Pérez con asombro e insiste en que estas visitas, aunque "dejan menos" que la de los turistas extranjeros, han permitido "solventar las cargas familiares".

"Intentamos ser positivos", explica por su parte Fania Hernández, mientras atiende a dos mesas que han decidido disfrutar de la compañía y las conversaciones que se entablan en un bar tan familiar como turístico durante el almuerzo. "Estamos cruzando los dedos para ver si se mueve algo", insiste Hernández, que no destaca con entusiasmo por la reciente retirada de la restricción de vuelos a Canarias por parte de los gobiernos alemán y británico. El resto de vecinos tampoco oculta su emoción, pues la llegada de turistas alemanes puede ser el empuje necesario para evitar echar el cierre en la temporada más alta.

Pero tampoco esconden sus miedos. La llegada de más visitantes debe ser ordenada y todos ellos deben cumplir con las recomendaciones y restricciones impuestas por el Gobierno canario al pie de la raya para poder garantizar que Vilaflor continúe siendo un municipio sin virus.

No hay ciencia que explique hoy las razones por las cuáles el pequeño municipio de Vilaflor pueda portar con orgullo la etiqueta libre de covid. No obstante, el encanto en su "aire puro y limpio", la altura a la que está situado (1.400 metros por encima del nivel del mar) y el inmenso pinar que le rodea son, a ojos de la alcaldesa, motivos suficientes para haber procurado unas condiciones ideales "para luchar contra este virus" que, de momento, no ha logrado arruinar sus defensas.