Perder el miedo a convivir con él y a hablar de él. Lo primero orbita alrededor de los niveles de superación de cada persona, mientras que lo segundo se convierte en una especie de acto de fe para aceptar de una forma distinta una vez has superado los estadios por los que tiene que pasar un enfermo de cáncer de mama. Laura, Juan Carlos, Jéssica y Mónica dan visibilidad hoy, coincidiendo con el Día Internacional del Cáncer de Mama, a un problema que va mucho más allá de la extirpación de un pecho.

Esa sensación de vacío que percibieron en la línea de salida de una carrera por la vida que deben cubrir por etapas es la misma que en estos momentos sienten por el efecto de la crisis sanitaria. "No es una crítica a los sanitarios, que en su gran mayoría son unas personas admirables, sino a un sistema que nos ha dejado pendientes de un teléfono", coinciden en señalar cuando toca hablar de la indefinición sanitaria en la que se encuentran: "Al acabar el tratamiento las citas son menos frecuentes y eso implica cierto grado de inseguridad porque desconoces qué es lo que está ocurriendo dentro de ti... Eso es difícil de llevar, pero el aislamiento que se ha creado a nuestro alrededor es difícil de explicar.

El qué dirán y cómo me ven los demás es otra cuestión que ayuda a alimentar las dudas. "No parece que te hayan quitado un pecho" o "no tienes mala cara para estar tan mal" son frases hechas que a veces minan la moral de un ser que necesita entrar en contacto con sus iguales. "El WhatsApp ayuda mucho en las horas de insomnio, que es una de las consecuencias directas de la quimioterapia, cuando te sientes sola", confirman las chicas sobre lo largas que se hacen las noches. "Envías uno a ver si está despierta y enseguida te encuentras chateando con cuatro o cinco personas".

El rosa es el color que ilumina sus rutinas, la tonalidad en la que encuentran las fuerzas para seguir avanzando. Los días malos se reproducen con la misma facilidad con la que aparecen las setas en los momentos críticos, pero Mónica, Jéssica, Juan Carlos y Laura coinciden en el hecho de que "el duelo hay que pasarlo... Tarde o temprano te vas a caer, entre otras cosas, porque es bueno para la cabeza pero lo importante es tener claro que hay que volver a ponerse en pie".

Su diagnóstico se demoró casi un año desde el día que sintió un dolor intenso en su pecho derecho cuando se estaba poniendo una camisa. Ahí fue cuando activó una gira por consultas privadas ("Sentía que no tenía tiempo y que por la vía pública todo iba a ser más lento") que se convirtió en una odisea. "Llegaron a decirme que si lo que quería era estar más mona, este no era el lugar adecuado", recupera de las primeras conversaciones con profesionales sanitarios. "La sensación que te trasladaban era que estaban tratando con una loca".

Prima de Jessica, no sabía que estaban pasando por lo misma situación hasta que coincidieron en un congreso de cáncer de mama cuando ya habían superado todas las fases. "Me lo detectaron con 30 años y recuerdo que en una de las consultas me dijeron: El 98% de las mujeres desarrollan algún tipo de quiste en su cuerpo; a tus pechos no les ocurre nada... Vas a tenerlos duros, como una niña de 15 años un rato más". Esa y otras situaciones parecidas hicieron que Laura desconfiara de los médicos.

Un día se presentó en urgencias y pidió una extracción del líquido que le habían detectado en otras revisiones. "Me costó convencer a la enfermera, pero al final accedió. No sé en qué condiciones se hizo el procedimiento -si afectó el hecho de que me consideraran una neurótica-, pero el resultado no fue concluyente y no aparecieron células", afirma al introducirnos en el instante más complicado del proceso. "Acabaron manipulando mi pecho creyendo que aún se trataba de un quiste con tan mala suerte de que se acabó exparciendo su contenido".

Un mes y medio después, aproximadamente, fue llamada a consulta e insistieron en la idea de que no fuera sola. "Sin hablar con ellos ya sabía que me iban a dar un diagnóstico malo, pero nunca pensé que fuera tan demoledor", subraya una licenciada en Ciencias Químicas que durante meses pidió unas evidencias que un buen número de expertos no supo encontrar.

Siete operaciones ha encadenado Laura para combatir un cáncer de pecho "poco investigado y con un tratamiento que aún está en veremos". Eso sí, cuando finalmente entró en quirófano para extirpar un cuerpo que calificaron como "tienes la bomba de todos los posibles", el sentimiento de agradecimiento hacia el personal del Área de Oncología del Hospital Nuestra Señora de Candelaria se hizo eterno. "No sé lo que va a pasar mañana, pero ellos me salvaron la vida".

Tira de su profesión para gritar que "ya no está dispuesto a bajarse de la guagua de la vida". Y es que Juan Carlos conoció que sufría cáncer de mama como consecuencia de un ligero percance laboral. "A raíz de un frenazo sentí un dolor en el pecho derecho que se extendió al brazo", avanza este conductor de guaguas de los instantes previos a pedir cita con su médico de cabecera. Con la ecografía ya vieron que había que operar de urgencia y no tuvo margen para asimilar un juicio del que él se sentía resguardado".

"Reaccionas con asombro y vergüenza, pero enseguida tienes que asimilar que estas cosas pasan y no puedes quedarte quieto... La operación era sí o sí y todo lo que vino después fue extremadamente duro", expone sobre los efectos secundarios de la quimioterapia. "No quiero que sientan pena por mí, sino intentar visibilizar un cáncer que tiene una elevada incidencia en las mujeres, pero que a los hombres también nos puede tocar". Padre de un niño y de una niña, Juan Carlos considera vital actuar en cuanto una persona sienta algo extraño. "Eso ayuda a que no lo pases peor en la quimio".

Divulgar y reconocer la valía de los profesionales con los que vas a tratar la enfermedad -su caso se derivó a la Candelaria- son dos aspectos fundamentales a la hora de la recuperación. También ayuda el espíritu con el que quieras llevar lo que te ocurre: "Volví a trabajar a los 11 meses porque ya estaba que me subía por las paredes y desde el primer minuto he insistido a todos los compañeros/as para que permanezcan muy atentos a los mensajes que les envía su cuerpo... El cáncer es silencioso, pero hay muchas maneras de anticiparte a los procesos que son irreversibles".

Todo empezó con una autoexploración. En abril de 2015 había estado en la consulta de su ginecólogo y "todo estaba bien". Semanas después, se detectó un bulto en el pecho derecho. "Lo único que pensé fue: está; vamos corriendo al médico". Ese vértigo inicial se tradujo en una cadena de pruebas por la vía de urgencia: una ecografía, una mamografía y una biopsia en cuestión de días. "La palabra cáncer es sinónimo de muerte y por mucho que me dijeran fue imposible que me quitara esa idea de mi cabeza".

Jéssica tenía un bulto bifocal en el pecho derecho, su cáncer era de tipo hormonal y al principio de la enfermedad este proceso fue lento por efecto de las vacaciones de verano: "Además del que yo me noté, debajo había otro bulto", recuerda de un periodo que desató una angustia inicial. "Anímicamente, me caí al final del tratamiento pero los primeros días fueron duros", señala la madre de dos pequeñas que entonces tenían 5 y 3 años.

Tras una mastectomía -extirpación de la mama completa- se procedió a la colocación de un expansor, pero durante la prueba del ganglio centinela los especialistas verificaron que toda la zona se encontraba afectada y a punto de generar metástasis. "Con ese diagnóstico llegó la quimioterapia (6 meses) y la radioterapia (25 días). Yo no me quería morir", confiesa en relación a las jornadas anteriores a su entrada en quirófano. "Me decían que en enero (2016) podían operarme, pero cada vez que escuchaba ese comentario lo único que podía decir era: ¡Entonces ya estaré muerta!".

No querer involucrar a tu entorno más cercano en el problema es una reacción habitual cuando recibes una noticia con esta carga dramática. "Pensé que podía tirar hacia delante sola; sin meter en este lío a los míos... Además, al principio me faltó el contacto con personas que estuvieran pasando por lo mismo para conocer la realidad de una manera más cercana", resume una trabajadora social que, enseguida, se dio cuenta de que esta carga era demasiado pesada. "Crees que eres capaz de solucionarlo sola, que los demás no tienen que sufrir lo que te pasa y al final te das cuenta de que no... Sin ayuda es imposible salir", recomienda segundos antes de hacer un análisis que lo engloba todo: "No solo pierdes un pecho; son muchos cambios de golpe que cuesta asimilar".

La existencia de otro diagnóstico ratificó los miedos que afloraron a partir de una autoexploración. "Mi ginecólogo me comentó que tenía una mama complicada y que volviera en seis meses". Un tumor de 12 centímetros en el pecho derecho y con los glangios afectados. A partir de ese veredicto -de no ser por las pruebas que le hicieron para vigilar otra dolencia no asociada con esta su situación se hubiera complicado mucho más-, Mónica supo que la quimioterapia (6 meses) tenía que llegar antes de la operación.

El tumor era demasiado grande para ser extirpado y la manera de proceder se planificó a la inversa. "Pensé que iba a ser mucho más duro", apunta al hablar del primer medio año de enfermedad. "Yo tuve una buena quimio -eleva sus manos para dibujar unas comillas en el aire-, si se puede decir en algún momento que la quimioterapia es algo bueno". En 180 días recibió cuatro sesiones de las "chungas" ("de las que te dejan por los suelos", explica) y 12 más suaves.

A diferencia de Jessica, ella no tenía hijos/as y eso supuso una ventaja personal a la hora de ordenar todo lo que estaba sucediendo alrededor de su figura: "No tenía una carga familiar y pude dedicar todo el tiempo a mí y a la enfermedad", manifiesta Mónica. Los daños ocasionados en su mama impidieron la colocación de un expansor. La espera hasta que se pudo llevar a cabo la reconstrucción fue interminable. "Fue más duro por la desesperación de que no sabía cuándo iba a llegar el día para pasar página".

Aprender a convivir con la espada de Damocles vigilando todos tus movimientos. Esa es la sensación que tiene Mónica después de la reconstrucción de su pecho derecho. "Llegas a pensar que todo lo anterior se borra, pero en mi caso no pasó... Es cierto que ahora me siento mejor, porque yo tenía unas mamas grandes y mi cuerpo estaba descompensado, pero me he vuelto una mujer enfermiza y, sobre todo, aún me cuesta convivir con el miedo de no saber qué va a pasar mañana... Al final, te acostumbras a disfrutar el día a día".