El embozado forzoso lee unas cuantas noticias que lo dejan estupefacto: que, según las pruebas obtenidas en un hospital de Alemania, el opositor a Putin ha sido envenenado; que el presidente de Bielorrusia, sospechoso de fraude electoral, amenaza con la cárcel o con quitar el trabajo a quienes no comulgan con él mientras saca los tanques a la calle y viste chaleco antibalas y porta fusil de asalto; que Bolsonaro no recomienda a los brasileños vacunarse; que Donald Trump afirma que si pierde las elecciones será porque los resultados son falsos y a la par arenga a que los votantes cometan la ilegalidad de votar dos veces, una presencialmente y otra por correo; que la solución del coronavirus la ha encomendado López Obrador a estampitas de santos y de la Virgen de Guadalupe.

¿En qué mundo vivimos?, se pregunta el embozado forzoso. Antes había bloques, a un lado la URSS como exponente del comunismo, al otro EEUU como exponente del capitalismo. Esos bloques reflejaban maneras de pensar, ideologías, pasiones, rencores cultivados a lo largo de la historia. Ahora las ideologías se debilitan, los rencores desdibujan su fuente histórica y el odio se debe a las miserables luchas del mercado. Sólo dinero, o, sobre todo, dinero. Y en gran medida, dinero especulativo, un bluf de tomo y lomo.

El telón de acero que separaba la organización de la sociedad y el Estado de aquellas dos superpotencias que fueron la URSS y EEUU se ha adelgazado, se ha convertido en una gasa fina, en una suerte de pareo playero que deja entrever las vergüenzas comunes del variopinto capitalismo que se ha instalado a un lado y al otro de la vaporosa tela. ¿Qué es Donald Trump sino la variante anglosajona y ultraderechista del dictadorzuelo latinoamericano? Trump no es otra cosa que un Maduro rubio y sin bigote, o de Ortega con bisoñé teñido, tan esperpéntico o más que ellos, y mucho más peligroso por la cantidad de poder que atesora. ¿Y Putin y Lukashenko? ¿Qué son? ¿Adalides de un ideal comunitario de izquierda o las cabezas visibles de una mafia entronizada en el poder? El embozado forzoso ríe por no llorar y con no mucho esfuerzo imagina que en una misma moneda Trump y Putin ocupan el reverso y el anverso.

El embozado forzoso no acaba de entender a aquéllos que quieren, antes que las reformas del Estado, que salte por los aires el orden establecido. Y no los entiende porque, a pesar de los pesares, Europa es un reducto de cordura entre tanto desatino. Ni en Portugal ni en España, ni en Francia, Alemania o Italia, hay en el poder una figura tan insensata y extravagante como Donald Trump o tan siniestra como Putin. ¿Por qué, entonces, no trabajar para mejorar el funcionamiento de la administración de los Estados europeos en lugar de procurar, como algunos hacen, su desmantelamiento? A nadie en su sano juicio puede interesar el descalabro de Europa.

¿Qué hay, por tanto, detrás de ese rencor cultivado por los nacionalismos de toda condición y por los populistas de la diestra y de la siniestra? ¿Qué detrás de los negacionistas conspiranoicos? El embozado forzoso imagina que un inmenso flujo de dinero malintencionado llega a España desde EEUU, Rusia, y sus respectivos satélites, para promover los reinos de taifas y dejar el gobierno nacional desmembrado en diecisiete títeres fáciles de manejar. Han escogido bien su estrategia. Por algún sitio hay que empezar y, sin duda España, país democráticamente imberbe e invertebrado por antonomasia, es el talón de Aquiles de esa Europa que hay que destruir. ¿Acaso, en el mapa de Europa, la Península Ibérica no es una suerte de zapato de tacón inestable sobre el que sostiene el continente?