Los shudrás son el escalafón más bajo del sistema de castas de la India. El principal argumento para sostener la pirámide de la pobreza que sufre el país es la antigüedad. Los pobres siempre han sido pobres. Desde hace milenios, en el tiempo en el que los dioses batallaban en carros tirados por caballos y ascendían al sol, los shudrás poblaban la tierra y la infectaban con sus manos. Son los agricultores, los que excavan la arena en busca de alimentos, los que se sumergen en el agua del monzón para pescar peces que se servirán al día siguiente en los mejores restaurantes de Bombay.

En Udaipur los shurás se ofrecen en la estación de tren para llevar las maletas de los viajeros. No se negocia el precio. Hay un acuerdo tácito basado en la caridad de la mañana. Las monedas sueltas de la cartera. Acaso un billete de una rupia. Te acompañan hasta el hostal. No distinguen que en la riqueza también hay gradación. El viajero occidental que baja de un tren tiene la misma economía que un futbolista famoso. No hay más cuentas que el tener o no tener, como dijo Cervantes.

Llegamos al lago Pichola. Udaipur es una ciudad construida alrededor de media docena de lagos sagrados. La relación de la India con el mundo acuático es esencial. Los palacios han crecido a lo largo de los siglos y han ascendido formando torres de piedra. Cuando el sol proyecta el reflejo en las aguas, la piedra tiembla como si fuese a caerse. Dura apenas un instante, hasta que un niño se zambulle en el agua y la torre desaparece. La diferencia entre Udaipur y las demás ciudades que visité de la India radica en la voluntad de saberse bella. Las fachadas que desembocan en el lago mantienen colores vivos y de sus ventanas cuelgan flores y ramas verdes como la de los manglares. Sus calles no tienen el aspecto de la pobreza extrema como en Calcuta o Jaipur. Es un oasis en medio del desierto del Tar, en las profundidades del Rajastán, la región más tradicional de la India. Un lugar de paso para los viajeros, que disfrutan de las aguas del lago Pichola antes de continuar su marcha hacia Bombay.

Pero el sistema de castas indio es tan complejo que se escapa de la mente occidental. Los shudrás sobreviven a ras de suelo, pero no representan el límite de la desigualdad. Existe otra escalera inferior que conduce al ser humano a las profundidades del sótano. Hablamos de los intocables. Están fuera de las castas porque no se pueden considerar materia respetable. Son los dalits o parias. Peor tratados que los perros, tienen prohibido el acceso a los comercios. Trabajan limpiando excrementos con sus propias manos y el simple hechos de tocarlos mancha el cuerpo de la persona, que deberá purificarse.

En Pichola los intocables deambulan pidiendo limosnas. Los echan de los templos y del City Palace, la morada de los reyes antiguos del siglo XVI, el período de máximo esplendor de Udaipur. Cuando nos cruzamos con ellos extienden la mano y nos persiguen unos metros, hasta que el viajero logra escapar. Hay cientos de miles por la ciudad. Los encontramos sentados a la sombra, con la mirada perdida, comiendo lo que encuentran por la calle.

Para los indios, los intocables nunca existieron. Los ignoran cuando aparecen en manadas, organizados para conseguir alguna moneda de cobre. En el Ambrai Ghat, Udaipur se viste de atardecer. Es una panorámica preciosa de toda la ciudad. Las orillas del lago Pichola se preparan para la noche. Se encienden velas que flotan en el agua y los niños recién salidos de la escuela se zambullen en el agua. En cierto momento, el viento arrastra flores de buganvillas que forman alfombras en el agua. Es momento de respiro. El calor cesa y la belleza se impone por encima de la pobreza.

En las escalinatas que se sumergen en el lago hay un grupo de mujeres lavando ropa. A unos cien metros apreciamos una figura humana. Es diferente a las demás. Va desnudo y parece vivir al margen del ciclo de la vida. Un niño nos explica que se trata de un invisible. Al igual que los parias, viven al margen del sistema de castas, que ya de por sí es una condena. Pero están en una estrato todavía más bajo que los intocables. Solamente pueden salir de noche y confundirse con la oscuridad de las formas que trae la noche. En el atardecer, los niños y la mujeres lo miran con una punzada en el aliento. El invisible se sumerge en las aguas del lago, como si fuese un dios libre recientemente creado.

Por primera vez, los niños dejan de tirarse de cabeza y las mujeres cesan de golpear la ropa contra la piedra. En Pichola solamente existe un ser. El momento único de un baño que ha logrado superar milenios enteros de miseria. Y cuando la noche ya cubre el raso del lago y los habitantes de Udaipur se refugian en sus casas, se escucha el rumor de algo atravesando las aguas de punta a punta. Incluso un sonido parecido a una risa, algo que ni las castas pueden controlar.