Aún no ha amanecido y los peregrinos ya pasean por la rue de la Citadelle. Son pasos torpes en la oscuridad. Caminan en zigzag, apoyan los bastones en las ventanas y se asoman a los portones de las casas, que aún están cerrados. Muchos pensaron que el primer café de la jornada lo tomarían antes de emprender la marcha, pero la oscuridad del cielo los arroja a una realidad distinta: aún quedan horas para que abran los comercios. Los peregrinos, antes de que salga el sol, deben salir de la ciudad.

Saint Jean Pied de Port es un lugar de inicios. El origen de muchas historias que culminan, novecientos kilómetros después, en la plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela. Los peregrinos lo saben, pero desconocen la textura del futuro. Muchos no llegarán a ver la plaza. Son demasiados los días y el cuerpo humano dejó de estar hecho para el camino y la vida en ruta. Las primeras etapas son las más decisivas. El cuerpo sospecha que el esfuerzo que está por llegar será grande, pero aún no puede calibrarlo. Los músculos están entumecidos tras la primera noche de duermevela. Los peregrinos calientan en la rue de la Citadelle. Apoyan sus manos en las paredes de piedra y estiran las piernas. Algunos comen fruta comprada el día anterior. Hay tanta emoción como miedo. Fuera de la ciudad hay un bosque y la geografía se alza de forma vertiginosa.

La primera etapa concluye en Roncesvalles, al otro lado de los Pirineos. El peregrino se encuentra en el lado opuesto y sabe que el trascurso del día será duro. Hay que subir hasta dos mil metros por el mismo paso por el que Napoleón trajo sus tropas para extender su imperio. Ese dato no sirve para las piernas, pero sí para la vanidad. Los rostros empiezan a ser conocidos. Cada uno conserva una historia que contará bajo la mística del camino. Jean Pied de Port pone las cartas sobre la mesa. A pesar de que el final es incierto, todos comparten el mismo origen.

La iglesia de Notre Dame du Bout du Pont ve todos los días, al filo de la tarde, llegar a los viajeros. Justo en la cabeza del puente viejo que salva el Nive de Béhérovie se alza un templo humilde y gótico, al que se le acusan las restauraciones posteriores. En la fachada principal resiste un pórtico a medio construir. La ciudad parece haber improvisado un escenario medieval antes de que la invadan con la guaguas provenientes de Pamplona. Esos viajeros que descienden por el valle y que entran por la rue d’Espagne, una calle larga y hecha de piedra, acuden a las oficinas de Peregrinos para acreditarse. A la mañana siguiente dejarán sus formas de viajeros y les bastará un bastón y unas zapatillas gastadas. Se convertirán en peregrinos y aprenderán a convivir con el dolor y el silencio, porque la mayoría de los hombres y mujeres que se encuentran en la ruta son deudores de las palabras.

La ciudad que acoge la primera etapa del Camino de Santiago es apenas una villa de mil habitantes. Pero su escaso dato demográfico no le impide vestirse con despojos de elegancia. Las calles dependen de la piedra. Es el material del que están hechas las casas, los tejados, las iglesias y el Ayuntamiento. Pero también el pavimento de las calles y los puentes que ennoblecen el río, que atraviesa la ciudad con agitación nerviosa.

El día anterior, los peregrinos dieron apenas un paseo por las calles principales. Al norte, la rue de France corre paralela a la muralla, que hoy sirve de muro de contención para la carretera hacia Bayona. Hay restaurantes que sirven carne de vacuno y excelentes vinos. El peregrino suele abandonarse a un último placer culinario antes del inicio de la caminata. Los habitantes de Jean Pied de Port lo saben y por eso abren las puertas de sus comercios e inundan el aire de aromas de carne a la leña. Difícil resistirse al pecado antes de purificar el cuerpo.

En el siglo XII, Aymeric Picaud, un monje benedictino, recorrió las calles del pueblo y rezó unos minutos frente a la iglesia de Notre Dame du Bout du Pont antes de emprender la marcha. A él se le atribuye el Codex Calixtinus, un manuscrito que recoge las etapas del Camino de Santiago. El monje estableció trece etapas de recorrido para casi novecientos kilómetros, lo cual hace dudar de la veracidad del hombre a la hora de recorrer el sendero hasta la tumba del Apóstol. Caminase o no, Jean Pied de Port se estableció como el origen del camino más universal de todos, el que conectaba a los hombres en una misma vía con un destino compartido, viniesen de donde viniesen.

Miro los rostros de los peregrinos que terminan de ejercitar sus músculos antes de partir. El cielo aún está oscuro y no parece que vaya a amanecer nunca. El primer peregrino se atreve a iniciar la marcha. En la oscuridad suenan sus palos golpeando el suelo. Produce un ritmo de reloj. Atrapados por las sombras, los peregrinos dejan atrás Jean Pied de Port. No será una ciudad más del camino porque nadie olvida el origen, por muchos finales que pueda deparar la ruta.