Si el coronavirus obligó a muchos profesionales de Córdoba a superar el miedo al contagio y acudir a su puesto de trabajo cada día, realizando una gesta que sigue teniendo ecos meses después, otros tantos trabajadores cordobeses afrontan estos días una proeza, más doméstica y silenciosa, que consiste en trabajar en la calle pese a los más de 40 grados a la sombra que tienen que soportar. Y con el extra de la mascarilla.

Hace unos días, antes de que aterrizara en la Península «la primera ola de calor», que ha sumido a la provincia en un aviso de rojo constante, los carteros, que recorren a pie largas rutas cargando con su carro postal, entregando paquetes y subiendo en ocasiones a bloques sin ascensor, lanzaban una alerta y reclamaban poder trabajar solo en las franjas horarias más frescas de la mañana. «Este no es un verano al uso», decían, aludiendo al uso de la mascarilla.

Junto a los carteros, cientos de profesionales compaginan en la ciudad el calor asfixiante con el desempeño de su tarea, aunque muchos confiesan que «a la fuerza ahorcan» y que después de muchos años en el tajo, ya se han acostumbrado. Es el caso de Pablo Risques, albañil veterano pese a sus 36 años, que asegura tener «el pellejo curtido» para aguantar el calor. «Trabajo en esto desde los 18 años, en invierno y verano, y al final, tu cuerpo se acostumbra, fíjate que aquí nadie se echa crema protectora y ninguno nos quemamos», afirma convencido.

Estos días trabaja a pleno sol arreglando las cubiertas y tejados de un colegio público de Córdoba junto a otros dos compañeros. Morenitos de piel, alguno luce el típico bronceado de albañil que le delata cuando se sube la manga de la camiseta. «Entre los tres, nos bebemos 15 litros de agua diarios», explica desde lo alto del tejado, junto a un compañero cubierto por un sombrero de paja. «Todos traemos la mascarilla, pero mantenemos las distancias de seguridad para trabajar sin ellas porque si no, te falta el aire», comentan. La peor hora de la mañana (tienen horario intensivo) es a partir de las 11.30, «cuando el sol empieza a apretar» y «justo después del desayuno, cuando te tomas el café y la tostada de jamón», bromea.

Javier Aguilar, conductor de autobuses desde hace años, ha tenido que cambiar temporalmente de trabajo debido al Covid y este verano está contratado en una empresa de mudanzas. Ahora sufre un tipo de calor diferente. «En el autobús, cuando pega el sol en la luna, ni el aire acondicionado te alivia», explica, «ahora hay que compaginar los portes arriba y abajo con las altas temperaturas». Cuando los portes se hacen con la máquina elevadora, «todo depende de la suerte que tengas, según la fachada esté ese día al sol o a la sombra». Según relata, «las dos últimas semanas han sido mortales de calor, sobre todo por las tardes».

Las mudanzas empiezan normalmente a primera hora de la mañana y, según el volumen de cosas que haya que transportar, pueden alargarse más o menos, con las correspondientes paradas para comer. «A veces, el calor te quita el hambre y lo que quieres es acabar rápido para volver a casa cuanto antes». No usa gorra, pero bebe agua todo el rato. La mascarilla, el elemento extra, la lleva mejor de lo que esperaba. «No queda otra que trabajar con ella, así que mejor no pensarlo mucho», explica. Lo bueno del calor, asegura, es su factor motivador. «Estás deseando acabar cuanto antes y eso hace que vayas más rápido».

Para Lola Gálvez, que estos días cubre vacaciones con la bolsa de trabajo de Sadeco, el hecho de poder salir a trabajar después de lo vivido en el confinamiento ya es un acicate. Con la cara casi tapada entre el sombrero, las gafas y una enorme mascarilla, se mueve a gran velocidad por el entorno de la Mezquita cargando con el típico carro que portan los barrenderos para retirar la basura de las calles y que cada día lleva a cuestas desde la base, en su caso, situada en la plaza Juan Bernier, hasta donde la asignen.

«No sé cuántos kilómetros haremos al día, pero unos cuantos», comenta, «a mi me viene bien porque este es el único deporte que hago». Su horario no es del todo malo. «Empiezo a las seis de la mañana y acabo a las 12.37 horas», precisa, «solo paso calor, calor, hora y media». Después de cuatro años cubriendo puestos en Sadeco, se conoce muchas de las rutas y ella misma se diseña el recorrido para esquivar el sol. «Si tengo que hacer el Puente Romano, me voy allí a primera hora porque ahí da el sol de pleno y luego bajo por los sitios donde hay más sombra», señala.

El problema surge cuando el trabajo obliga a estar siempre en el mismo sitio, como es el caso de Manuel Pérez, que lleva 14 años vendiendo cupones de la ONCE en el mismo árbol de la plaza de Costasol. Llueva, nieve o derrita el sol el asfalto, ahí está él con su carrito portátil intentando vender la ilusión a los vecinos de Ciudad Jardín. «No me puedo cambiar de sitio porque, si me muevo, la gente cree que no estoy y no viene a por su cupón», explica convencido, «esta esquina es un sitio estratégico porque me ven desde todas partes y además tengo un poquito de sombra con este naranjo».

Este verano, asegura, «está siendo peor que otros porque llevamos demasiados días seguidos sin que el calor nos dé una tregua» y porque «la mascarilla no ayuda a hacerte la cosa más llevadera». Su horario es de 8.30 a 13.30 y de 18 a 20 horas y el tramo de la tarde «es el que peor lleva», afirma, «hay días que no se ve un alma en la calle, por la que cae, hasta bien tarde». Tiene 60 años y, en su opinión, «cuanto mayor, peor se llevan las altas temperaturas». Con la frente quemada por el sol, acude a trabajar sin protección y sin gorra, a pelo. «Con la mascarilla y las gafas que se empañan al respirar ya tengo bastante, no quiero más cosas», sentencia.

Otro gremio que tiene ración doble de calor en estas fechas es el de los bomberos, que en verano tienen temporada alta de incendios. Según Jaime Rosa, bombero del SEIS en Córdoba, las temperaturas que soportan cambian según el tipo de fuego. «Si es un incendio en el exterior de pastos o basurero o en un desguace, llegamos a los 70 y 80 grados fácilmente, pero si se trata de un fuego en una vivienda, la temperatura se dispara hasta los 500 grados». Los trajes que llevan puestos para protegerles son ignífugos y soportan hasta 300 grados sin degradarse nada, pero dan aún más calor, asegura. Después de soportar esa presión, no es de extrañar que para ellos el día a día se lleve sin problema. «Estamos entrenados y aguantamos el calor mejor que la media», explica.

Sus trucos son los mismos que los de cualquier mortal: «Mucha hidratación y, al volver de una intervención, un baño en la poza de agua». Medicina santa. Este año, muchos de los bomberos ni siquiera están frescos cuando están en el parque a la espera de una alerta. «Estamos de obras porque hubo un problema con la cimentación durante el confinamiento y han tenido que quitar el aire acondicionado, así que, salvo en algunas estancias, estamos con un ventilador», comenta. Según su experiencia, «este verano está siendo uno de los peores en cuanto a fuegos de pastos por los días de calor tan seguidos y por la cantidad de restos acumulados que hay porque no se ha hecho el mantenimiento normal durante los meses de confinamiento». Ante eso, insisten, «mucha precaución».

Y si calor soportan los que están fuera, el covid, que en contra de las voces de algunos expertos no se ha replegado con la llegada de las altas temperaturas, ha traído grados extra también a actividades de interior, como la de algunos sanitarios y los dentistas, uno de los colectivos más expuestos al coronavirus al trabajar con material rotatorio y con la boca.

Así, los protocolos establecidos por Sanidad apenas permiten enfriar las consultas pese a las altas temperaturas. «Después de cada paciente, hay que ventilar durante cinco a diez minutos, así que gran parte del frescor del aire acondicionado se va por la ventana», explica Juan Carlos Alonso. Además, «según el tratamiento a realizar, hay que usar distintos EPI que incluyen desde el gorro quirúrgico a calzas en los pies, gafas con pantalla, doble máscara (quirúrgica y FPP)» y doble guante, o delantales de usar y tirar, batas desechables y baberos. Con todos eso encima, además de la incomodidad en el movimiento, la temperatura inevitablemente tiene que subir. «Todo el proceso se ha vuelto más lento, hacemos todo igual pero con más cuidado y eso nos obliga a extremar las medidas de seguridad». El calor, en pleno verano cordobés, no es más que la puntilla. Solo queda esperar que tras la ola de calor, venga un poco de fresco.