A las ocho y media de la mañana, un escalofrío recorrió la calle de Bailén de Madrid a la altura de la plaza de Oriente. Coincidió con el inicio de la ofrenda floral por las víctimas del coronavirus que se celebraba en el Palacio Real.

En mitad de la retransmisión, entre el sordo bullicio de periodistas, policías y escasos madrileños que se acercaron a curiosear, se produjo un extraño silencio, como si alguien hubiera mandado callar. Por un instante, solo se escucharon las notas de la Canción del espíritu de Brahms, que llegaban desde el interior, y las hojas de los plátanos de la plaza que azotaba el viento.

A pie de calle, fue el momento más emocionante de la mañana, el único en el que la solemnidad del acto que dentro oficiaban 400 mandatarios, representantes del Estado y figuras de la sociedad civil, con su calculada coreografía y su geometría circular, traspasó la verja del palacio e inundó los parterres y las aceras de alrededor. El resto tuvo ese aire virtual, como de papel celofán, que tienen las cosas en esta nueva normalidad, tan llena de espacios vacíos de gente. El pueblo de Madrid oyó hablar de un homenaje de Estado y dedujo que aquello era mejor seguirlo por la tele. Cualquier jueves de antes de marzo, a esas horas era habitual encontrar peloteras de curiosos y turistas dándose codazos por ver el cambio de guardia, pero los pocos vecinos y paseantes que esta vez cruzaron la plaza de Oriente lo hicieron a la carrera, rodeando con disciplina el perímetro marcado por la Policía, pero sin pararse a mirar, como si aquello no fuera con ellos.

Con Isabel sí, que vino desde Vallecas "a homenajear a las víctimas y los sanitarios como si fuera el aplauso de las ocho". Y también con Alicia, que se acercó desde Fuenlabrada "porque era un acto cívico de un país aconfesional, no como la ceremonia religiosa del otro día en la Almudena", advirtió. Las dos, recién jubiladas, se contorsionaban tratando de ver algo entre las rejas del patio. "¡Mira, aquello es el pebetero!", celebraban tras hallar una rendija que permitía espiar la ceremonia.

El resto del paisaje humano que rodeó el acto durante toda la mañana lo formaron grupos de policías, masas de periodistas y una quincena de personas de edad avanzada que irrumpió con vivas al Rey e insultos al Gobierno.

El presidente de Canarias, Ángel Víctor Torres, asistió ayer al homenaje de Estado a las víctimas del coronavirus en Madrid, acompañado por una delegación de cuatro personas que han sufrido de forma directa las consecuencias de la pandemia en Canarias. Con esta invitación, el presidente quiso dar protagonismo a quienes han vivido de cerca de enfermedad, en señal de apoyo y reconocimiento a distintos sectores de la población canaria, representados en estas cuatro personas.

En el acto, cargado de emotividad, el presidente estuvo acompañado por Saskia Rodríguez, familiar de una persona fallecida; Francisco Martín, paciente recuperado de la enfermedad; María Natacha Sujanani, gerente del Hospital Universitario Nuestra Señora de Candelaria, el centro que ha atendido al mayor número de casos en las Islas; y Jesús Oramas, director del hotel de Adeje donde se produjo el confinamiento de casi mil personas y que fue felicitado por su eficaz gestión durante los días de restricciones.

Después del homenaje, el presidente y la delegación mantuvieron un encuentro en la Oficina de Canarias en Madrid, en el que han compartido reflexiones sobre lo vivido.